No pienso trazar una apología innecesaria, simplemente removeré recuerdos por si sirven a los demás
Las Provincias
Hace unos años, un libro de Susana Tamaro tuvo un éxito excepcional: Donde el corazón te lleve. Comienzo a escribir así, dejándome llevar por el corazón, pero sin olvidar la mente ni la memoria de tantas cosas vividas juntos desde hace más de treinta años. Por eso, porque me guía el corazón, vas a permitirme que, por primera vez, te tutee públicamente. Ahora no importa y me parece más natural, aunque tal vez sea osadía con un príncipe de la Iglesia.
No pienso trazar una apología innecesaria, simplemente removeré recuerdos por si sirven a los demás, porque tampoco un artículo periodístico es una carta personal, que para eso ya está el correo. Después de mi recorrido vital, es obvio que tampoco me pueden mover las esperanzas cortesanas, las prisiones do el ambicioso muere, como se lee en la Epístola moral a Fabio. Allí mismo dice: "El que no las limare o las rompiere, ni el nombre de varón ha merecido, ni subir al honor que pretendiere".
Cuando llegaste a Valencia venías curtido, quizá incluso con heridas de cien batallas de paz, como vicario en Moratalaz, primero, y Vallecas, después. No eran terreno fácil. Eran los difíciles años setenta cuando nos conocimos y noté enseguida que tenías que metamorfosearte, no por impulso camaleónico, sino para servir a todos desde aquel modestísimo cubículo de Moratalaz, que valía de oficina de la Vicaría, donde estaba Jesús, el fiel secretario, ahora obispo de Ávila. ¡Y encima había que escuchar lo de los tesoros de la Iglesia! ¡Aquel sí que era un tesoro! La pobreza paupérrima si vale la redundancia, sólo emulada por la Vicaría de Vallecas que asumiste después, sumándola a la anterior.
Pero vuelvo a la metamorfosis: había que ir a San Jerónimo el Real y a la parroquia del padre Gamo, aquel que era detenido periódicamente por sus homilías no precisamente adheridas a la política del momento. Y algunas parroquias de más que dudosa actividad y otras que no ofrecían dudas. Tú eras el padre que ha de estar con todos, el vicario que tuvo que torear muchos toros. A la vez, cuidabas a tu madre, que se nos marchó pronto al camposanto de Corral de Almaguer, pero su alma inmortal, a la Patria definitiva. Tu casa quedó más sola hasta que vino a vivir el Señor cuando fuiste obispo y tuviste oratorio allí. ¿Recuerdas los bocetos primeros, hechos con tanta ilusión?
En esos años nos conocimos, cuando yo era capellán de un colegio Senara, llevado por las mujeres del Opus Dei, que también sufrieron lo suyo. No olvido que conectamos enseguida, aunque al principio no sabía si por la naciente amistad o porque procurabas sintonizar con todos. Ahora creo que por las dos razones, que no son táctica, sino corazón abierto. Pero no tengo duda del real aprecio que surgió entre nosotros. Casi sin querer, veo que estoy narrando mi historia en esta historia, y sería vanidad huera pretenderlo.
Quiero mostrar un cardenal con corazón porque, tal vez por tu porte externo parezcas más hierático de lo que en realidad eres, es decir, nada; tienes un fino sentido del humor que no es para todos y que posiblemente te ha valido alguna incomprensión. Ambos han podido velar un gran corazón. Súmese sabiduría de gobierno y que sientes a fondo las vidas de tus sacerdotes. Has recuperado para Valencia multitud de instituciones y has creado otras, como la Universidad Católica. Han crecido las parroquias...
Tengo que decir que, por nuestro trato habitual, confiado y fluido, he aprendido mucho de ti en este terreno, a la vez que conoces algunas cosas mínimas en las que he discrepado. Pero más allá de las muchas coincidencias y de las poquísimas disensiones, muy por encima de todo eso está el amigo de siempre, siempre el mismo. Mientras algunos podrían ver una carrera de triunfador, esta ha sido la de un duro servicio.
Fuiste el mismo cuando te nombraron obispo auxiliar de Madrid, el mismo al ser secretario de la CEE, el mismo al investirte arzobispo de Valencia, y el mismo al recibir la dignidad cardenalicia. El mismo que se irá de Valencia con un sinfín de logros, que han valido a esta Archidiócesis la recuperación del cardenalato. Por eso, Valencia te ha hecho nuestro para siempre con el nombramiento de hijo adoptivo. Digo nuestro, porque yo me considero un valenciano más, como tú cuando besaste por primera vez la señera y exclamaste: "Ja sóc valencià".