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Clara homilía de Benedicto XVI en la 42ª Jornada Mundial de la paz (1 de enero 2009): para "Combatir la pobreza, construir la paz".
>> Redescubrir la sobriedad, la justicia y la solidaridad para combatir la miseria
Acaba de terminar la clara y en cierto modo sorprendente homilía de Benedicto en San Pedro.
Un minuto después aparece el texto italiano en la página web del Vaticano.
(No hay que confundirlo con el texto del "Mensaje" para esta Jornada Mundial de la Paz, igualmente titulado "Combatir la pobreza, construir la paz", ya difundido hace días).
Poco después, en el Ángelus, El Papa ha pedido con tonos profundos, "Justicia y modelos económicos nuevos", y ha ofrecido a los responsables de las Naciones y de los Organismos internacionales "la contribución de la Iglesia católica en la promoción de un orden mundial digno del ser humano".
Asunto que enseguida recogen algunos medios como Repubblica: Durante la messa e, poi, all'Angelus, Benedetto XVI ha lanciato appelli alla "Comunità internazionale" per affrontare in profondità la situazione.
Traduzco sobre la marcha algunos párrafos de la Homilía. Al hablar de la pobreza, indica que se pueden distinguir dos tipos de pobreza:
Por una parte, la pobreza elegida y propuesta por Jesús. Por otra, la pobreza de combatir para hacer el mundo más justo y solidario.
La primera encuentra lugar su contexto ideal en estos días, en el tiempo de Navidad (...).
[Pero] hay una pobreza, una indigencia, que Dios no quiere y que debe ser "combatida", como dice el tema de la Jornada Mundial de la Paz de hoy.
Una pobreza que impide a las personas y a las familias vivir según su dignidad. Una pobreza que ofende la justicia y la igualdad que en cuanto tal amenaza la convivencia pacífica.
En esta acepción negativa están las formas de pobreza no material que pueden encontrarse incluso en las sociedades ricas y avanzadas: marginación, miseria en las relaciones, miseria moral y espiritual.
En mi Mensaje he querido considerar atentamente de nuevo, siguiendo a mis Predecesores, el complejo fenómeno de la globalización, para valorar sus relaciones con la pobreza en gran escala.
Ante plagas como las enfermedades pandémicas, la pobreza de los niños, y la crisis de alimentos, he debido volver a denunciar la inaceptable y creciente carrera de armamentos.
Por una parte se celebra la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y por otra se aumentan los gastos militares, violando la misma Carta de las Naciones Unidas, que se compromete a reducirlas al mínimo. (...)
La actual crisis económica global debe ser vista en ese sentido como un banco de prueba: ¿estamos dispuestos a leerla en su complejidad, como un desafío para el futuro y no sólo como una emergencia a la que hay que dar respuesta a corto plazo?
¿Estamos dispuestos a hacer juntos una revisión profunda del modelo de desarrollo dominante, para corregirlo de modo concertado y con una visión amplia de conjunto?
Esto es algo que exige, en realidad, más a que las dificultades financieras inmediatas, el estado de salud ecológica del planeta y, sobre todo, la crisis cultural y moral, cuyos síntomas son evidentes desde hace tiempo en cualquier parte del mundo.
Conviene entonces establecer un "círculo virtuoso" entre la pobreza "a elegir" y la pobreza "a combatir". Aquí se abre una vía fecunda de frutos para el presente y el futuro de la humanidad, que podría resumirse así:
para combatir la pobreza inicua, que oprime a tantos hombres y mujeres y que amenaza la paz de todos, conviene redescubrir la sobriedad y la solidaridad, como valores evangélicos y al tiempo universales.
En concreto, no se puede combatir eficazmente la miseria si no se hace aquello que escribe san Pablo a los Corintios, es decir, si no se busca de "hacer igualdad", reduciendo el desnivel entre quien despilfarra lo superfluo y quien no tiene siquiera lo necesario.
Esto comporta elecciones de justicia y de sobriedad, elecciones obligadas por la exigencia de administrar con sabiduría los limitados recursos del planeta (...)
Así, en la Iglesia, el voto de pobreza es el compromiso de algunos, pero recuerda a todos la exigencia del desprendimiento de los bienes materiales y la primacía de las riquezas del espíritu. Este es el mensaje a escuchar hoy:
la pobreza del nacimiento de Cristo en Belén, además de ser objeto de adoración para los cristianos, es también escuela de vida para cada persona humana.
Escuela que nos enseña que para combatir la miseria, tanto material como espiritual, el camino a recorrer es el de la solidaridad, que llevó a Jesús a compartir nuestra condición humana. (...)
Imagino que todo esto son presagios o barruntos acerca del contenido de la próxima Encíclica de Benedicto XVI, sobre "doctrina social"...
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