Un mensaje positivo sobre la vida, el amor y el hombre
Un mensaje que tenemos que contar mejor
Gaceta de los Negocios
Eduardo Chillida solía recordar que, cuando estaba en Estados Unidos, eran muchos los que se metían con él. Al saber que tenía ocho hijos, me decían que estaba loco y pensaban que no podía ni trabajar. Yo les decía que no se olvidaran que Juan Sebastián Bach tuvo 19 hijos, y fíjate todo lo que hizo. El mérito de su vida artística siempre lo atribuyó a Pili, su mujer. Sin ella yo estaría debajo de un puente, solía afirmar con humildad.
Este recuerdo me vino a la memoria ayer por la mañana, al leer los periódicos. Todos se ocupaban de la misa por la familia que tuvo lugar el domingo en Madrid; algunos destacaban las fotografías de familias numerosas como una rareza. Chillida se habría sonreído al verlas, rememorando su etapa americana.
A tenor de las crónicas, la misa fue una fiesta de celebración de una institución la familia absolutamente indispensable para el verdadero progreso de nuestra sociedad. Reivindicar la familia (sin etiquetas: son siempre otros los que insisten en hablar de familia tradicional); recordar el papel esencial que desempeña en el cuidado, la formación y la transmisión de afecto; explicar las dificultades y los retos que, en la actualidad, afrontan
nada de eso es menor ni banal.
La misa del domingo no era un acto de reafirmación, un encuentro de activistas de una determinada causa o una reunión de nostálgicos de la influencia social que, en el pasado, tuvo la Iglesia. Mucho menos un evento de carácter político. Dicho esto, los cristianos tenemos la obligación de preguntarnos por qué nuestro mensaje no es siempre bien comprendido por una parte de la sociedad. Un mensaje positivo sobre la vida, el amor y el hombre tendría que merecer el interés de quienes son indiferentes o se sienten lejos del Evangelio. Y no siempre ocurre.
Es un clásico hoy en día echar la culpa a la comunicación, pero quizá no estaría de más que la Iglesia y los católicos hiciéramos una reflexión en este sentido. Desde el comienzo, los cristianos fueron gente abierta, rompedora, guiada por un mensaje verdaderamente revolucionario. Un mensaje que tenemos que contar mejor.