La familia es la raíz de las celebraciones navideñas
Levante-Emv
Las luces de las calles y la abundancia de adornos anuncian la proximidad de la Navidad. En estos días, la familia constituye el centro de las fiestas. Las reuniones de parientes que acuden, bien desde lejos o bien desde la misma ciudad, son eventos ineludibles en esta época. Los reencuentros familiares propician hacerse regalos. Recibir un regalo siempre es una alegría. A veces puede sorprendernos, sobre todo si es algo que no esperábamos. Realmente lo de menos en un regalo es su contenido físico o material. Importa mucho más lo que expresa. Cuando uno hace un regalo, ofrece a quien estima una muestra de aprecio sincero y un deseo de compartir su alegría. Pero además, en estas reuniones navideñas celebramos de un modo patente uno de los mayores regalos que hemos recibido: los hijos.
Los animales también tienen prole. Pero, a diferencia de los hombres, los animales no forman familias. Las crías vienen a consecuencia del instinto sexual entre los animales, que se despierta en la época de celo. En este caso, las relaciones sexuales siguen básicamente el dinamismo estímulo-respuesta. Sin embargo, en el hombre hay algo más.
Al repasar los programas de educación sexual o el contenido de las historias que nos cuenta la tele y tantas películas, da la impresión de que se ofrece una imagen plana de la sexualidad. En cierto modo es similar a la información que podemos obtener del mapa de una zona o de una sierra. De un vistazo al papel, podemos conocer todas las posibilidades que nos ofrece el terreno a explorar. Ahora bien, si no sabemos leer las líneas que señalan la cota y la altitud, no distinguiremos entre las laderas abruptas y los valles anchos, o entre los caminos planos y los empinados, algo fundamental si uno desea llegar a un determinado lugar. En la visión plana de un terreno sabemos ubicar todos los puntos, pero nos falta la percepción del relieve y de la profundidad.
Lo mismo nos puede ocurrir con las relaciones sexuales. La educación sexual que se promueve está basada en un planteamiento de medios: se enseña las múltiples posibilidades que ofrece la propia sexualidad con el único límite de la seguridad. Con frecuencia se pasa por alto lo que Chesterton decía: «El sexo es un instinto que produce una institución». Este periodista inglés resaltaba que las relaciones sexuales en el hombre son algo positivo y no negativo, noble y no ruin, creadoras y no destructoras, puesto que estas relaciones producen esa institución. Y esa institución es precisamente la familia. Chesterton apostillaba diciendo que «el sexo es la puerta de esa casa; y a los que son románticos e imaginativos naturalmente les gusta mirar a través del marco de una puerta. Pero la casa es mucho más grande que la puerta. La verdad es que hay cierta gente que prefiere quedarse en la puerta y nunca dar un paso más allá».
Para dar ese paso más allá hay que saber mirar con profundidad y ver más allá. Y es que el rostro auténtico de la sexualidad está vinculado con la dimensión personal y la experiencia del encuentro. Las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer tienen la capacidad de expresar el don íntimo personal del hombre para la mujer y de la mujer para el hombre. Pero no se acaban aquí. Este regalo mutuo y personalísimo resulta tan fecundo para ambos, que tiene la vitalidad de alumbrar una nueva persona como fruto del amor entregado. La capacidad de hacer el bien a otro alcanza una cota impensable cuando contribuimos en comunión con nuestro cónyuge a engendrar un hijo, único e irrepetible. De esta forma se abre un horizonte imponente y emocionante para nuestra vida, como el que podría contemplar un montañero desde la cima, cuya novedad y grandiosidad le han compensado ampliamente el esfuerzo de la ascensión.
La perspectiva alcanzada nos introduce en una nueva lógica que permite dar ese paso más allá. Este nuevo modo de pensar responde al dinamismo de la correspondencia, que se podría sintetizar en la relación regalo-agradecimiento. La conciencia del don personal que se recibe da como fruto un sincero agradecimiento hacia el que ha originado tal regalo. Este agradecimiento no solamente se da entre los propios padres entre sí por la entrega del otro o de la otra, sino que se da de un modo particular hacia los propios padres. Si bien quizá no todos tengan la posibilidad de tener hijos, sí que todos en efecto somos hijos.
La vida adquiere un relieve insospechado cuando se descubre esta dimensión de la realidad de la persona: uno es destinatario inmerecido de la abnegación fecunda de otras personas. Por eso la familia es la raíz de las celebraciones navideñas. Es desde esta raíz de donde brota una honda alegría y un profundo agradecimiento hacia quienes han hecho posible el regalo de ser hijos.
Tomás Baviera es Director del Colegio Mayor Universitario de La Alameda