La Virgen María no dice nada pero sí medita en su corazón toda esta maravilla del hacer divino
La solemnidad de la Inmaculada Concepción viene a ser un trampolín que nos lanza a la Navidad, celebrando que el Artista divino ha preparado a la Madre de Dios humanado, esa que fue anunciada en el Génesis, como la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, el Diablo o gran calumniador a la vez del hombre y de Dios que lo ha creado a su imagen y semejanza. Y esto se refleja de manera sin igual en la Santísima Virgen María, porque fue concebida llena de gracia o santidad participada de Dios en un grado sin igual, sin mancha de pecado original.
Es también la Mujer del Apocalipsis que recoge su mirada agradecida a su Dios y se dispone para acoger en su divino Hijo a todos los hombres. Vestida de sol que significa lo permanente, rodeada de doce estrellas que representan al antiguo Pueblo de las doce tribus y al nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia fundada por Jesucristo como único fundamento y desarrollada por los doce apóstoles como instrumentos del Espíritu Santo, y la luna a sus pies, es decir, lo variable y efímero creado para el gozo del hombre y la gloria de Dios.
Por todo esto celebramos con gozo y admiración el día de la Inmaculada. Después nacerá de Ella el Niño Dios que trae paz a los hombres de buena voluntad. La Virgen María no dice nada pero sí medita en su corazón toda esta maravilla del hacer divino.
Silencio para encontrarse con Dios
No hemos sido creados para el ruido sino para vivir en armonía con el mundo y con Dios. Por eso el escritor inglés Tolkien representó la rebelión angélica como un grito infernal que ha desgarrado la armonía silenciosa de las esferas en el universo. Necesitamos el silencio para entendernos y comprender a los demás. Pero en nuestras ruidosas ciudades ya no encontramos rincones para el silencio.
Cuando nos hemos instalado por fin para leer un rato, para conversar con un amigo, o para meditar, el televisor de un vecino nos mete en casa el concurso de turno; o un adolescente prueba con sus amigos su habilidad con la moto a escape libre. También puede ocurrir que los perros vecinos ladren porque sienten la cercanía de otro compañero irracional o se quejen porque están solos. No hay silencio en las ciudades, ni en las urbanizaciones, ni en los villorrios: siempre habrá un vecino ruidoso, un joven con moto o unos perros intranquilos. Sin embargo el ser humano necesita el silencio tanto como el comer.
El compositor español Cristóbal Halffter distingue diferentes formas de silencio. Hay un silencio negativo que surge de la materia inerte y que apenas nos interesa porque no es posible establecer comunicación sensible alguna: viene a ser el silencio de la muerte. Son otros los silencios que necesitamos y sobre todo el silencio de la vida.
Porque hay silencios activos llenos de energía para nuestra creatividad: es el silencio que oímos en una catedral, en la inmensidad del campo, o en la soledad de nuestro estudio. Silencios activos también son aquellos que emiten realidades silenciosas pero no muertas. Porque si somos capaces de prestar atención escucharemos diversos gritos en los Fusilamientos del 3 de mayo de Goya; y también podemos percibir la tensión sonora que emite un capitel románico o unos majestuosos picos nevados. Sí, necesitamos aprender a oír y se hace imprescindible acostumbrarse a aprehender el silencio.
Sintonía de dos Corazones
La Virgen María es la mujer del silencio que guarda en su corazón los acontecimientos de la historia de la Salvación. Medita en silencio el misterio insondable de la Encarnación del Hijo de Dios realizada gracias a su simpar disponibilidad con sierva del Señor; medita en silencio la humildad del Dios humanado que de ella nace en Belén de Judá; medita en silencio la actitud de su Jesús cuando se pierde entre las caravanas y es hallado en el Templo: es lo más natural que esté ocupado en las cosas de su Padre Dios. Y María medita en silencio el crecer del Niño Dios durante tantos años de vida en Nazaret, como uno más y como sin prisas en manifestar a los hombres su amor de Dios.
Más tarde María meditaría en silencio y en medio del dolor el sentido redentor de la muerte ignominiosa de su divino Hijo en la Cruz. Finalmente, y sin asomo de duda, María mantendrá unidos a los discípulos, hombres y mujeres, durante semanas en una suerte de silencio acompañado en espera de Cristo resucitado y luego del Espíritu Santo enviado para extender el Evangelio de la Salvación al mundo entero. Así los silencios de María vibrarán en la historia de los hombres contagiando el Amor redentor de Dios y siendo el modelo perfecto de esa soledad sonora que procede de la Vida.
Son silencios que nacen en la sintonía de dos corazones: el Corazón de la Virgen María y el Corazón Sacratísimo de Jesús. De un modo genial parece haber sido representado en el cuadro de Velázquez titulado La Coronación de la Virgen. La entonación roja que vira hacia el carmesí en los mantos y hacia el morado en las túnicas del Padre y del Hijo, sugiere la sangre de la vida sobrenatural impulsada por el Corazón de Jesús.
Y la composición repetidamente triangular parece ser una referencia a la forma del corazón, que señala delicadamente la Virgen llevando su mano al pecho. Quizá esta obra maestra del genio sevillano se ha inspirado en la devoción al Corazón de Jesús que avanzaba desde comienzos de siglo XVII y puede ser contemplada en aquel silencio activo en la pinacoteca del Prado. Sí, en nuestro mundo ruidoso necesitamos que la Virgen María nos enseñe a aprehender el silencio para meternos en Dios y felices contemplar este mundo de armonía que ha depositado puesto en nuestras manos humanas.
Jesús Ortiz López. Doctor en Derecho Canónico