Su vida es humana y, por tanto, tan digna como cualquier otra
Gaceta de los Negocios
El cambio de parámetros sociales sobre el trato a las personas especialmente dependientes que hemos vivido durante los últimos años se ha hecho patente en los casos de una niña y una mujer enfrentadas con decisiones en torno a los tratamientos que se les deben.
No es secundario destacar que la exaltación pública que hemos vivido estos días respecto a la autonomía de la voluntad del paciente y de la dignidad de la muerte se refieren a dos personas que carecen claramente de esa autonomía. Una porque en su estado de coma persistente no puede manifestar ningún tipo de voluntad. Otra, por cuanto la mayor parte de las decisiones trascendentales de su vida le están hurtadas y aun otras menos trascendentales, como el tipo de educación que prefiere, acceso a internet, compra de mecheros o consumo de tabaco. Parece que la autonomía para algunos se reduce a la práctica del sexo para que sean aprovechables y la aceptación de la muerte en ciertos casos.
Ana es un caso excepcional, de ahí su repercusión mediática. La mayor parte de las controversias sobre trasplantes de menores son completamente distintas. O bien faltan órganos, o bien se está en una sociedad que hace falta un seguro especial o medios para acceder al trasplante, o bien hay una discrepancia entre el equipo médico y la familia en cuanto ésta quiere un tratamiento a cualquier costa y aquellos lo consideran fútil.
De hecho junto, a la desconcertante alegría con la que algunos comentan el caso de la rendición de la niña de 13 años afectada por leucemia, la peor consecuencia que puede derivarse de la actual campaña es que se considere que lo único razonable que se puede hacer con personas que están luchando contra una grave enfermedad y quieren un trasplante es recordarles el caso de la nueva heroína. Por el contrario desde Nancy Cruzan el caso de Eluana se ha hecho habitual.
Personas jóvenes, a consecuencia de un accidente, caen en coma y con las medidas mínimas de mantenimiento y atención sobreviven durante años. Conviene aclarar que ni Eluena ni las personas que en el mundo se encuentran en su situación están siendo sometidas a ninguna forma de ensañamiento. Apenas reciben alimentación e hidratación y los cuidados de mantenimiento y limpieza que son debidos a cualquier ser humano. Al suspenderse este mínimo tratamiento la persona procede a morirse deshidratada y desnutrida. Lo que ocurre con Eluana no es que alguien se empeñe en mantenerla viva, sino que ella vive frente a las previsiones y los deseos de los cercanos.
Se dice que su vida no es vida, o al menos no es una clase de vida digna. Quienes así piensan están equivocados. Su vida es humana y, por tanto, tan digna como cualquier otra. Claro que preferiríamos otra para ella pero esa es su dignidad y su persona.
José Miguel Serrano es profesor de Filosofía del Derecho