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Estos días la Iglesia concluye el tiempo litúrgico con la Solemnidad de Cristo Rey, un colofón espiritual que para nada tiene visos de estructura terrenal, política. Hasta la misma manera de presentar la gran noticia del Evangelio; es decir, el acercamiento de Dios al hombre, hasta límites inimaginables como hacerse igual a nosotros, lo realizó desde la humildad de Belén hasta la humillación silenciosa del Calvario.
Quienes han llegado a saber más de Dios; es decir, los santos, lo han contemplado así. Al contrario de los que tienen poder, y que habitualmente lo ejercen altaneramente o se les sube a la cabeza, a Jesucristo le encanta desaparecer, pasar inadvertido enseñar preguntando y por un plano inclinado. Cristo con su vida nos enseña que la humildad es una virtud divina por la que tiene verdadera atracción. La Verdad de Cristo, reinando humildemente, muestra cómo se ha de contemplar la belleza y la bondad de las cosas: a la luz de la humildad. ¿Por qué padecemos tanta altanería soez en la sociedad hoy?
Cuenta Raniero Cantalamessa, en uno de sus libros, que de niño su padre le prohibía andar descalzo. Pero uno de los días que desobedeció se clavó un cristal en el pie y su padre, con urgencia y gran riesgo, le llevó durante la guerra a un puesto de campaña de los Aliados para que le sacaran el vidrio. Le vio retorcer sus manos y a veces girar la cabeza cuando le hacían la extracción y ya en casa no hubo la más mínima reprimenda. El hijo había aprendido la lección pero el que más sufrió fue su padre. Dios invita, anima, aconseja y sugiere pero respeta nuestra libertad. Hacemos sufrir más a Dios con nuestros desvaríos que el dolor que nos causamos porque Él goza cuando vamos por buen camino y Cristo lo es, además de ser la Verdad y la Vida.
Un día histórico para la humanidad tuvo, entre preámbulos temerosos más que diplomáticos, la pregunta más importante que se puede hacer el hombre así mismo: ¿qué es la verdad? Esta cuestión la pone el Evangelio en boca de Pilatos, en el Pretorio, poco antes de condenar a muerte a Jesús lavándose pasivamente las manos con apariencia de inocencia por su parte. ¡Y la pregunta se la hizo a Quien es la misma Verdad en persona!
El mundo sigue buscando la verdad como este hombre y cómo él dándole la espalda a Cristo, Camino, Verdad y Vida. ¿Por qué dio la espalda a la Verdad? Porque su corazón no estaba realmente en la verdad sino en el mantener el poder y sus pesquisas iban dirigidas a otro tema: ¿era de verdad rey? Por eso su diálogo se centra en lo suyo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Le había llamado rey pero no se lo creía y de hecho sus recelos de que fuera cierto y eso le trajera complicaciones se apaciguaron, hasta cierto punto, cuando escuchó: Mi reino no es de este mundo...; mi reino no es de aquí. Su temor no estaba disipado del todo porque insiste: Luego, tú eres rey. Y quien es la Verdad sólo dice verdades: Tú lo has dicho, yo soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo.
No sólo es un Rey, cuyo reino no es mundano, terreno, sino que para eso para ser Rey ha nacido. Los hombres morimos porque nacemos; tenemos como los productos fungibles una fecha de caducidad. Cristo, no. Cristo no muere porque haya nacido, ¡Cristo ha nacido para morir! Obsérvese que son conjunciones muy distintas: una es causal porque y la otra fina para y muestran todo un contenido muy hondo. Ha venido nuestro Rey para reinar sirviendo y no siendo servido. Los judíos le habían sentenciado a muerte desde tiempo atrás por envidia, pero carecen de autoridad para hacerlo realidad y acuden con calumnias y tergiversando la verdad a quien sí puede condenarle a muerte. Así procede Pilatos en su interrogatorio, en el que palpita el peligro de ser cierta la realeza del que le han entregado. No le interesa la verdad, sólo no tener rivales.
¡Qué frecuente es también hoy ver girar a los hombres sobre sus pies para no saber la verdad y lo que ella comporta! Hay además en nuestra época una curiosidad agresiva que conduce a indagar morbosamente en la vida de los demás y también una triste respuesta en una pequeña parte a relatar con todo género de detalles ¡exagerando! las cosas más íntimas. Muchos programas de televisión se han convertido en una confesión pública de las vergüenzas íntimas por dinero. Pongo entre comillas la palabra porque en verdad no la tienen. A esos tales se les ha llamado sinvergüenzas pero no se siente lo que no se tiene. Y van y les jalean. Los chicos jóvenes van a su rollo con las grandes posibilidades que da internet. La tele, la niñera de la casa, tiene cada vez menos interés para ellos; no así para los pensionistas, y personas que han llegado tarde a la informática.
Con la imagen pervertida ya había que machacar al oyente que trabaja y no puede ver la tele o existen en la empresa filtros que controlan internet. Da vergüenza oír ciertas emisoras de radio en las que ya las mismas preguntas formuladas por los locutores desacreditan la emisora. Dan el teléfono para que hagan sus confesiones a cuál más desagradable y premio a la más chabacana. Yo no comparto muchas cosas de la COPE pero no es necesario acudir a Radio María o a la de la Madre Angélica para que no te duelan los oídos del alma. ¿Saben que pienso que estos planes tan diabólicos deben estar subvencionados por los mismos colectivos que ya han conseguido crear un ambiente tan sucio en la televisión y en la red?
A las personas cabales que no entran a semejante juego inicuo se les tilda de hipócritas. En cualquier palestra en la que se trate al hombre o a la mujer ha de haber en esa un exquisito respeto a la persona. Lo exige también la justicia que incluso en la investigación de un presunto delito hace que se proceda con cautela y prudencia, sin tomar por cierto lo que sólo es una posibilidad. Es el beneficio de la duda. ¡Qué menos! No es infrecuente que quien habla o escribe, calumniando diga estar dispuesto a aceptar la verdad de una vida íntegra de la persona atacada pero siempre y cuando lo demuestre. ¡Es la culpabilidad lo que hay que demostrar, no la inocencia! La inocencia se presupone. Hay, todavía, una actitud más sibilina; la de aceptar que eres buena persona pero que como mucha gente no lo es, manifiestan una actitud condescendiente y te vuelven a preguntar: Usted dice ser buena persona, ¿no le importaría considerar de nuevo su actuación no sea que, por el contrario, su conducta sí sea reprochable?.
Cristo ha nacido para reinar; Cristo ha venido al mundo para reinar. Pero Cristo no se impone nunca tan solo se ofrece. Cristo, Centro y Señor de la Historia. Dueño del Cosmos y de los destinos humanos, ha querido reinar sufriendo, sirviendo. Ha querido gobernar sin violencia alguna. No ha venido a juzgar ni a condenar sino a salvar a la humanidad. Pero, con mansedumbre, ha dejado bien claro su condición de Rey aunque su reinado no es de este mundo, político, de armas tomar. Salvo el domingo de Ramos, evitó ser aclamado Rey. El Evangelio lo subraya muchas veces. Cuando le crucifican, por el suelo está el travesaño horizontal en el que se deja ver el titulus, el motivo del ajusticiamiento, Jesús Nazareno, Rey de los judíos.
En la Anunciación, al terminar su embajada, Gabriel había dicho a María refiriéndose a su Hijo, que ...le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. Belén era la ciudad del Rey David, su padre. En Jericó... Bartimeo, aquel ciego que gritó: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí y Él que nunca se había atribuido ese título, acepta como dirigidas a Él las palabras de Bartimeo. Es cierto, que las matizará después, explicando que David llama Señor a su Señor por lo que el Hijo de David es el Hijo de Dios, el Mesías o Ungido o Cristo; es decir, Él. Para presionar a Pilatos están dispuestos los del Sanedrín coreado por la muchedumbre aquel: No tenemos más rey que el César. No sabían lo que hacían ni lo que decían. ¡Qué poco ha trascurrido desde el Hosanna al crucifícale!
Algo muy extraño ocurre durante la crucifixión. Algo que trae inquietos a los judíos que han manejado a la chusma para pedir a Pilatos ese castigo. Les inquieta ver acepta la Crucifixión, sin quejas, cómo colabora con los verdugos; cómo calla, aunque la cara no pueda ocultar el cruel dolor sin salir de su boca; cómo mira a todos los que puede ver lleno de afecto, parece como si le hicieran un servicio matándole.
Hay un algo regio en su forma de morir que revela de manera elocuente que es verdaderamente Rey. No quieren ver y no ven. Nunca quisieron ver bien a Cristo y por soberbia y envidia no lo vieron. Dichosos vosotros porque muchos profetas quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, había dicho a sus discípulos en una ocasión. Sólo los sencillos, los humildes, descubren el rango de Cristo. Uno de los crucificados es humilde y... le descubre. Es humilde porque reconoce su pecado y la justicia adecuada a sus faltas es la cruz, pero Él nada ha hecho. Esa es la verdad de Quien es la Verdad; que nada merecedor de castigo alguno ha hecho. Por eso descubre lo que los príncipes de los sacerdotes no pueden descubrir. Y como ve el acta del porqué es crucificado: Jesús Nazareno Rey de los judíos, le dice: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Y así se convierte en el primer canonizado en vida y por el mismo Dios. Cristo no se impone nunca, se ofrece.
Un día, instantes antes de la Ascensión, uno de sus Apóstoles todavía le pregunta: Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el reino de Israel? La pregunta revela como estaban todavía en sus mentes una equivocadas perspectivas acerca del reino de Dios; lo veían como un acontecimiento estrechamente vinculado al destino nacional de Israel. En los cuarenta días que median entre la Resurrección y Ascensión, Jesús les había hablado del reino de Dios. Pero ellos sólo podrán captar sus profundas dimensiones después de la gran efusión del Espíritu en Pentecostés. Mientras tanto, Jesús corrige su impaciencia, impulsada por el deseo de un reino con rasgos aún políticos y terrenos, invitándoles a remitirse a los designios misteriosos de Dios: A vosotros no os toca conocer los tiempos y los momentos que ha fijado el Padre con su autoridad.
La Solemnidad de Cristo Rey invita a servir a los demás, a pensar y obrar de manera que sea colocado el Señor, no en la Cátedra de la cruz sino de en la cumbre de todas las actividades honradas y nobles que realizamos los hombres.
Pedro Beteta López. Doctor en Teología y Bioquímica
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