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¿Por qué no inventamos una religión que contrarreste la católica? Encuentra un hombre que quiera ser flagelado al modo romano, coronado de espinas, crucificado entre insultos y salivazos y después me dices Así cuentan que respondió Napoleón a un sectario que odiaba la fe católica. De todos modos hoy día hay gente para todo e incluso por pasar al Guiness hacen lo que sea pero es Dios quien lo hace. Quien se despoja de su condición divina y por amor sufre moral y físicamente lo inimaginable. Y los seguidores de este Hombre llevan veintiún siglos yendo contra corriente. Sus enemigos fallecen y surgen otros pero la Iglesia permanece y permanecerá incólume.
Con todo, toca a cada generación de cristianos defender al hombre de las insidias en la época correspondiente. A lo largo de la historia ha sido una enseñanza constante por parte de la Iglesia no hacer dejación de derechos, exhortando a los católicos a estar y participar activamente en todas las encrucijadas en las que más se puede influir. Ciertamente, en los primeros siglos, las persecuciones llevadas a cabo primero en Jerusalén y luego en el Imperio romano fueron, hasta Constantino, un elemento clave para extender el cristianismo. Pero eso no impide calificarlo de cruel intransigencia con las ideas pese a que Dios saque y trasforme en fuente de bienes aquellos desvaríos.
Había cristianos de todas las clases sociales y en todas las profesiones, aunque por defender la fe fueron expoliados y degradados de patricios a plebeyos cuando no asesinados. Esta actitud, con el tiempo y suavizada culturalmente, no ha cesado en estos veintiún siglos, incluso en ocasiones se ha presentado con mayor virulencia. En uno de esos tristes momentos para el hombre nos encontramos hoy. De los socialismos menos sociales, menos interesados por el pueblo, está actualmente el nuestro. ¿Quién dice, por ejemplo, que hoy el país con la mejor Seguridad Social que es uno de los mayores logros punteros en el mundo, superando a USA, lo puso en marcha el gobierno de Franco? Girón, creo.
A nadie se le oculta el asedio al que está sometida la familia en algunos países enmascarado con una falsa democracia, en la beligerancia que hay en realidad el totalitarismo, la dictadura gubernamental hacia la escuela católica. Benedicto XVI es consciente de ello y con la hondura y valentía a la que ya nos tiene acostumbrados dice: respetando la competencia del Estado para promulgar las normas generales sobre la instrucción, no puedo por menos de expresar el deseo de que se respete concretamente el derecho de los padres a una libre elección educativa, sin tener que soportar por eso el peso adicional de ulteriores gravámenes [1].
Hablar de Estado laico parece haberlo querido asociar, en algunos países dirigidos por socialismos sectarios, como una sacralización del Partido en el poder. Un Estado democrático laico es aquel que protege la práctica de religiosa de sus ciudadanos, sin preferencias ni rechazos [2]. Además, un Estado moderno ha de servir y proteger la libertad de los ciudadanos y también la práctica religiosa que ellos elijan, sin ningún tipo de restricción o coacción. No se trata como se ha dicho de un derecho de la Iglesia como institución, se trata de un derecho de cada persona, de cada pueblo y de cada nación [3].
La ambigüedad del derecho a tener derechos, con toda la carga de falacia intelectual que acompaña agrada al que piensa poco y se deja llevar por primeras impresiones dialécticas, pero es una tautología; es como decir yo, soy yo. Más hondura tendría hablar, por ejemplo, del derecho a no tener derechos; es decir, a ejercitar la renuncia a algo tan natural por un motivo de gran calado. Los argumentos de peso los da casi siempre el amor. Jesucristo, Señor de la Historia, renunció a su condición de Dios por amor a la humanidad herida por el pecado y obediente fue al holocausto voluntariamente.
Los gobiernos que no dan respuestas adecuadas a temas de peso como son la familia, la educación, la historia, etc., y parecen querer enzarzarse camufladamente en lo antinatural, como si de un derecho se tratara, están llamándonos idiotas al pueblo. ¡No debemos dejarnos engañar! Responde a una trama muy elaborada y pensada. No son los ciudadanos gente ingenua, aunque a veces actuemos cándidamente, al creernos las falacias prometidas. ¡Hechos! Ya no se habla de Marx pues sería una ridiculez. Ahora se habla de Nietszche, del superhombre, del nihilismo, etc. Pero la realidad es que estamos siendo presas de los totalitarismos a los que conducen las democracias integristas. Son los mismos perros con distintos collares.
Parecía que la caída del Muro había sido la panacea. La dictadura comunista se quiebra y se asume la responsabilidad de integrarles en un clima nuevo; el demócrata. Hay desconfianza de décadas, hábitos enraizados de insinceridad, siguen pensando que sus conversaciones las escuchan y quedan grabadas, que son espiados a todas horas, etc. Poco a poco comprueban que no es así pero les falta oficio y se crea en esos países una asignatura para los escolares a fin de que aprendan qué es y cómo funciona una democracia. Esto es correcto y encomiable. Pero no estaba podrida la fruta que el Maligno ofrece a Adán sino que tenía buen aspecto, era de buen ver. Así procede siempre el padre de la mentira, mostrando la cara amable del mal y engañó a Adán y seguimos igual. No ha cambiado de estilo porque le sigue dando buenos resultados. Y si una cosa funciona ¿por qué cambiar?
En muchos países venía muy bien enseñar esta asignatura a los jóvenes, sobre todo ahora que hay tanto inmigrante que ignoran por tradición lo que en América y en Europa occidental estaba asentado. Pero llegamos nosotros y aprovechamos una ocasión que no necesitábamos para inventar la dichosa asignatura de Educación para la Ciudadanía para utilizarla como vehículo de adoctrinamiento, con una concepción marxista del mundo. Pero ¿no habíamos dicho que estaba demodé eso del marxismo? Sí. Pero se trata de una mutación genética que se ha hecho resistente a la verdad a base de mentir siempre. Tanta mentira, tantas medias verdades que son las mayores simulaciones acaban por dejar de interesarse por la verdad. Así se ha llegado a un escepticismo grave y a relativizarlo todo. La moral parece salir de decisiones hechas a mano alzada en los Parlamentos agrediendo la conciencia del ciudadano.
Decía Juan Pablo II que una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia, puesto que, sin una verdad última que guíe y oriente la acción política, las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Detrás de cada actuación inocua de algunos políticos sectarios contra la fe hay un profundo odio a Dios y, por lo tanto, a la Iglesia. No dejan espacio a la libertad de hecho, no permiten que actúe la Iglesia y pondrán trabas a la fe Católica, mientras se habla de libertad religiosa. Han dejado de ser comunistas moderados para serlo de forma radical. ¿Cómo? Sacralizando el poder de manera que el Estado sea eso es lo que pretenden la fuente de legitimidad a la que nadie le es permitido rebelarse. El mayor enemigo para esos totalitarismos democráticos es la Iglesia y sus Instituciones más notables y fructuosas. Como Espartaco, solo que en nuestro caso con la seguridad de vencer, los católicos hemos de dar la batalla día a día al margen de que baje el Ibex 35 a los enemigos de la libertad.
Ante el creciente laicismo en el que se pretende reducir la vida religiosa de los ciudadanos a la esfera privada, sin ninguna manifestación social y pública, la Iglesia sabe muy bien que debe oponerse y lo hace. El mensaje cristiano refuerza e ilumina los principios básicos de toda convivencia, en especial el don sagrado de la vida, la dignidad de la persona, el matrimonio y la familia, que no se pueden equiparar ni confundir con otras formas de uniones humanas.
Procuremos no defraudar la confianza que tiene en nosotros Benedicto XVI cuando nos dijo: la Iglesia católica en España está dispuesta a dar pasos firmes en sus proyectos evangelizadores. Por eso es de esperar que sea comprendida y aceptada en su verdadera naturaleza y misión, porque ella trata de promover el bien común para todos, tanto respecto a las personas como a la sociedad. En efecto, la transmisión de la fe y la práctica religiosa de los creyentes no puede quedar confinada en el ámbito puramente privado [4].
Pedro Beteta. Doctor en Teología y en Bioquímica
Notas al pie:
[1] Discurso al Presidente de Italia, 24-VI-2005
[2] Alocución, 23-IX-2005
[3] Ibídem.
[4] Carta a la Conferencia Episcopal con motivo de la Peregrinación Nacional al Santuario del Pilar de Zaragoza, 24-V-2005
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