De cada 100 embriones generados para salvar a un hermano, nacen menos de dos
Alfa y Omega
Mientras muchos medios se felicitan por que haya nacido un niño seleccionado genéticamente para curar a un hermano, pocos piensan en todas las vidas aniquiladas para lograrlo. Escribe el Director del Instituto de Ciencias de la Vida, de la Universidad Católica de Valencia
El domingo día 12 de este mes de octubre, nació en el Hospital Virgen del Rocío, de Sevilla, el primer niño-medicamento, producido con la finalidad específica de ser utilizado para tratar a un hermano suyo que padece una beta-talasemia, una enfermedad hereditaria que ocasiona una grave anemia que requiere transfusiones frecuentes. Se ha conservado sangre del cordón umbilical del recién nacido, que podrá ser utilizada para tratar a su hermano enfermo.
Este hecho sugiere comentarios médicos y éticos. No vamos a entrar aquí en los aspectos médicos del caso, por otro lado bien conocidos. Antes de seguir adelante, hay que dejar bien sentado que nuestras reflexiones para nada pretenden juzgar la intención de los padres del pequeño Javier, que indudablemente sólo han debido de buscar lo que, a su juicio, era lo mejor para su hijo enfermo, Andrés.
En primer lugar, es necesario tener en cuenta que, para la producción del bebé-medicamento, ha habido que utilizar la fecundación in vitro, la cual, como es sabido, tiene objetivas dificultades morales, derivadas fundamentalmente de que, con ella, se produce un ser humano al margen del único sistema que su dignidad exige, que no es otro que la donación de amor en el acto físico de la relación sexual de sus padres. No podemos profundizar más en este aspecto, pero nos parece que es imprescindible tenerlo en cuenta al realizar una valoración moral global del hecho que se comenta.
La segunda dificultad ética estriba en que los bebés-medicamento se producen para ser utilizados como material biológico específicamente destinado a tratar a otro niño enfermo. En este caso, su hermano. Este concepto de niño producido para algo no parece compatible con la dignidad del ser humano, que siempre debe ser concebido como alguien, directamente querido por sus padres, es decir, concebido pensado únicamente en su propio bien.
Por ello, importantes corrientes bioéticas anglosajonas basan la idoneidad ética de la producción de los bebés-medicamento en que los niños producidos sean directamente deseados y amados por sus padres, con independencia de que adicionalmente puedan servir para curar a su hermano enfermo. Sin embargo, en la decisión de producir un bebé-medicamento, no me parece fácil de justificar el querer tener un nuevo hijo como consecuencia de un acto de amor específico hacia él, cuando simultáneamente en esa misma decisión se está despreciando a otros embriones, también hijos suyos, que van a morir. Decisión de amor y muerte, difícil de cohonestar éticamente.
1,75% de eficiencia
El tercer aspecto éticamente negativo de la producción de los bebés-medicamento es que, para obtenerlos ineludiblemente, hay que destruir un elevado número de vidas humanas, de embriones, 16 en el caso de Javier, circunstancia que también se dio en el primer bebé-medicamento que nació en España, aunque fue producido en el Instituto de Medicina Reproductiva de Chicago. En ese caso, en el primer intento fallido se produjeron 18 embriones, ninguno de los cuales era útil. En el segundo, 10, de los que solamente era sano y compatible uno, que fue transferido a su madre, sin que se consiguiera un embarazo. En el tercer intento, se produjeron también 10 embriones. De ellos, sólo dos libres de la enfermedad de sus padres, y que eran compatibles con la sangre de su hermana. Ambos fueron trasferidos, y sólo uno de ellos logró implantarse, consiguiéndose que naciera la niña. Es decir, en total se destruyeron 38 embriones para conseguir el deseado bebé, algo que éticamente no parece fácilmente justificable.
Pero esto no ha ocurrido sólo en los casos que hemos comentado, pues la destrucción de embriones para conseguir estos niños es una norma en la literatura médica. Así, uniendo datos de los tres más amplios estudios realizados sobre esta materia, se constata que para conseguir 49 niños útiles hubo que producir 2.796 embriones, lo que se traduce en una eficiencia del 1,75%. Sin duda, es esta gran pérdida de embriones humanos que la técnica conlleva, la principal dificultad ética.
Antes de terminar, quiero referirme a un hecho que, en los medios de comunicación, ha suscitado un intenso debate con motivo del nacimiento de Javier. Me refiero al injustificado ataque que ha sufrido la Iglesia católica tras la publicación, por parte de la Conferencia Episcopal Española, de un documento sobre este hecho. En diversos medios se ha acusado a la Iglesia de ir contra el avance de la ciencia. No tengo en este momento posibilidad de profundizar más en ello, pero la Iglesia de ninguna forma se manifiesta contra los avances de la ciencia, sino contra la mala utilización de los avances científicos, y no cabe duda de que un avance construido sobre la destrucción de numerosas vidas humanas, en este caso de las más inocentes, requiere, al menos, una profunda reflexión ética, que es lo que la Iglesia ha hecho.