Alfa y Omega
Don Benigno Blanco preside una de las plataformas que más ha revolucionado la vida social española de los últimos años. El éxito del Foro Español de la Familia reside en que defiende, sin cortapisas y de forma activa, «la elección mayoritaria de la gente para organizar su vida, y la mayor fuente de felicidad para las personas». Con el III Congreso Nacional del FEF como telón de fondo, quien lo escucha intuye que no lanza un brindis al sol cuando termina diciendo que «queremos plantarnos en la vida pública para ser la voz de aquellos a los que no se escucha: los no nacidos y las madres».
¿Con qué situaciones concretas de las familias se está encontrando el Foro?
Las familias han interiorizado que estamos en crisis. Y eso significa incertidumbre y miedo por la pérdida del empleo, hipotecas pendientes de pago... Hay familias que, por necesidad inmediata o por prevención a una necesidad que intuyen, están recortando gastos elementales. Cada vez hay más familias que se preocupan seriamente, no por cuestiones superfluas, sino por cómo dar de comer a sus hijos. A la vez, inevitablemente, eso refuerza a la familia.
O sea, que la crisis ¿tiene cara B?
Como la familia es una instancia profundamente solidaria, cuando hay un problema, la familia se une, como suele unirse alrededor de un enfermo, de un niño con Down... En situaciones de crisis, la familia cierra filas. Y las personas afectadas por la crisis saben que siempre se pueden acoger a la familia. Los que no tienen familia, se dan cuenta del profundo desamparo que existe cuando no tienes esa urdimbre solidaria...
El cardenal Rouco dice que, con la familia, se superan todas las crisis...
Eso es evidente. La familia es la verdadera Seguridad Social; es la institución que siempre está disponible. Si el Estado tiene que alumbrar programas de asistencia social, como la Ley de Dependencia, es porque muchas personas no tienen familia que les atienda. Los fracasos de la familia o del matrimonio generan unas obligaciones para el Estado, que siempre lleva a cabo con mucha menos eficacia y mayor coste. El fracaso de la familia es un problema político de primer orden. Hay políticos en Europa que defienden que compensa invertir en la familia para que no fracase.
La injerencia del Estado en asuntos como EpC, la política lingüística o la elección de centro educativo, ¿pone en peligro los derechos de los padres?
Sin duda. Y éste es uno de los temas que más preocupa a las familias. El derecho que reivindicamos a educar a nuestros hijos en libertad, eligiendo el centro escolar o rechazando intromisiones ideológicas como las del Gobierno en Educación para la ciudadanía, no es un problema de Derecho Constitucional o derechos humanos. Es previo. Yo quiero decidir cómo educar a mi hijo, porque le quiero. Y como le quiero, quiero que sea buena persona y que sea feliz, y sé que transmitiéndole determinados valores ayudo a eso, y con otros, no. Es una cuestión elemental, no porque lo diga la Constitución. Las familias nos jugamos muchísimo al pedir que se garantice nuestra libertad para que el sistema educativo forme -y no corrompa- a nuestros hijos, según nuestros valores.
¿Por eso el Foro de la Familia se muestra tan combativo frente a EpC?
Lo de Educación para la ciudadanía no es un problema de teorías pedagógicas o de contenidos del currículo escolar. Lo que preocupa es que vemos de forma nítida, leyendo el BOE, que se pretende transmitir una concepción de la moral basada en el relativismo y en un positivismo jurídico atroz, algo que muchos padres sabemos que es nocivo y letal para nuestros hijos. Hay gente que dice que nos preocupa que vayan a hablar del matrimonio homosexual... ¡Qué chorrada! ¿Qué niño en España no ha oído hablar de eso? El problema es que, en el fondo, EpC dice a los niños: En materia de moral, no hay ningún criterio válido, pero como esto no puede ser la selva, tienes que respetar uno: lo que te diga la ley. Eso es totalitario, porque de la ley no se deriva la moral, y porque una parte importante de las leyes son profundamente inmorales, como ocurre con el derecho a la vida, la libertad de educación... Como planteamiento teórico para discutir con Peces-Barba, vale, pero con la conciencia de mis hijos, yo no juego. Es de lo poco no negociable que tengo en mi vida.
Por cierto que, en EpC, los objetores se sienten, políticamente, huérfanos...
Es evidente que la mayoría parlamentaria que apoya EpC los ha dejado huérfanos. Y también que el PP mantiene posturas de apoyo a los objetores, junto a planteamientos que no se distinguen de los de ERC, el BNG o el PSOE... Esto es el fruto indeseable de las ideologías, que no tienen un análisis razonable de la realidad, sino que se atienen a un tópico, que quieren imponer por ingeniería social, sean cuales sean sus consecuencias.
La familia es la institución mejor valorada por los españoles y, sin embargo, nuestros poderes públicos, o la atacan, o se despreocupan abiertamente.
La familia sigue siendo la opción elegida, abrumadoramente, por los ciudadanos para organizar su vida. Sin coacción ninguna, sólo porque quieren. Además, es percibida como la mayor fuente de felicidad. Todo el mundo percibe el divorcio como un fracaso. El problema son las políticas públicas, que han suprimido el matrimonio y la familia de las leyes. En España, hoy, somos alegales. Hay un contrato vaguísimo, que se refiere al deseo de vivir juntos, por un plazo de 3 meses, de cualesquiera dos adultos, sin referencia a la generación de nueva vida. ¿Ahí cabe el matrimonio? Sí, pero es mucho más. Vivimos al margen de la ley, algo incomprensible para una institución tan eficaz en la sociedad. Es como si la empresa viviera al margen de la ley. Hay que empezar a pedir, no que se suprima la ley -que no lo van a hacer-, sino que se legisle para que las familias estemos dentro de la ley. Dejemos la otra fórmula para quien lo quiera. Esa ley, como no recoge el matrimonio ni la familia, ya no es lo que importa. Hay que empezar de cero.
Será que los políticos no entienden que la familia, además de la célula básica de la sociedad, es una vocación...
Sí, pero no podemos sorprendernos, porque cada vez pasa con más cosas. Nos llenamos la boca con los derechos humanos, pero ¡qué pocos los entendemos! Ahí tenemos el derecho a la vida. Hay gente que piensa que tiene derecho a la vida quien establezca el Parlamento. Hemos dejado de mirar la realidad de las cosas, y sólo miramos lo que queremos. Una ley del aborto como la que plantean significa que la vida no es lo que constatamos en la realidad biológica, sino lo que yo quiero, lo que quiere el Parlamento. Y con el matrimonio y la sexualidad pasa lo mismo.
¿Y cómo levantamos el vuelo?
Sólo veo dos maneras. La primera es con la palabra. Hay que buscar nuevas formas de contar y presentar la riqueza del humanismo. La segunda, el testimonio. Uno ve en su entorno vidas frustradas y vidas plenas, y todos nos preguntamos por qué unas son de un estilo y otras de otro. Y, al final, descubres que, normalmente, donde hay una relación familiar estable, basada en el cariño, hay vidas plenas; y donde hay abandonos, rupturas..., hay vidas que fracasan. Ahora, en pleno desnorte ideológico, más que doctores necesitamos testigos.
Hablando de testimonio, ¿cómo vive la familia el Presidente del FEF?
Yo soy miembro de una familia de 7 hermanos, y he gozado con ese testimonio de familia. Vengo de una familia más bien pobre, en la que trabajamos desde niños porque no había más remedio. Todo lo que, en otra época, valoré negativamente, avergonzándome de lo que faltaba, ahora sé que me ha ayudado. Ver a mis padres deslomarse por nosotros, ver la austeridad..., me ha dado una formación humana mayor que mil libros que haya leído sobre antropología y ética. Luego me casé, tengo tres hijos (uno de 21 años y dos mellizos de 20), e intento reproducir lo que con tanto agrado viví. Ellos son la fuente de mi felicidad. Mi mujer comparte la ilusión por estos temas, si no, sería imposible que le dedicase tanto tiempo al Foro. Aunque, con frecuencia, me recuerda que menos ocuparme de las familias y más cuidar de mi familia. Sin su apoyo, sería imposible estar en tantos frentes.
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San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
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