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En una ocasión me hicieron ver la diferencia que existe entre comprometerse e implicarse. A mí me parecían términos, al fin y al cabo, que expresaban conceptos iguales pero el ejemplo que me pusieron, algo chusco aunque gráfico, fue muy luminoso. Imagínate me dijeron un par de huevos fritos con jamón ibérico. Bien, pues en ese espléndido desayuno está implicada la gallina. Pero comprometido, así de verdad, lo que se dice comprometido radicalmente sólo lo está el cerdo.
Pido perdón al lector por este inicio tan poco serio cuando de lo que deseo tratar, aunque sea brevemente, sí lo es. No es necesario ser adolescente para sentir en el alma la llamada al compromiso radical. No es así, porque el hombre normalmente constituido y más si ha procurado cultivar las virtudes humanas siente en su alma sed de cosas grandes. La dificultad para una entrega total, radical sin condiciones a Jesucristo en servicio del Reino de Dios, ya sea en el celibato o en el matrimonio radica en el desconocimiento de la libertad de hijos de Dios, don por tanto, inmerecidopero del que somos depositarios. Entrega y libertad no se oponen ni se autoexcluyen sino que se atraen, se necesitan.
El ejercicio correcto para entender la libertad se fundamenta en la fe que conduce a la esperanza por la fuerza del Espíritu Santo que es la caridad. ¡Qué pocos hombres lo entienden! ¡Qué pocos cristianos, a pesar de ser seguidores en teoría de Cristo, lo aceptan y lo aman! Se puede afirmar que no se da en la humanidad nada más trágico que las mentiras que padecen los hombres por la falsificación de la esperanza cuando ésta se ofrece al margen del amor de Dios.
En el Papa, para quien siga sus homilías, éste es un tema estrella. Refiriéndose a un público teóricamente joven pero en el que estábamos todos incluidos se permitía hacernos estas preguntas: ¿Qué dejaréis vosotros a la próxima generación? ¿Estáis construyendo vuestras vidas sobre bases sólidas? ¿Estáis construyendo algo que durará? ¿Estáis viviendo vuestras vidas de modo que dejéis espacio al Espíritu en un mundo que quiere olvidar a Dios, rechazarlo incluso en nombre de un falso concepto de libertad? ¿Cómo estáis usando los dones que se os han dado, la fuerza que el Espíritu Santo está ahora dispuesto a derramar sobre vosotros? ¿Qué herencia dejaréis a los jóvenes que os sucederán? ¿Qué os distinguirá? [1]. Son preguntas que comprometen de modo radical, no son temas de medio calado que implican sólo. Son muy profundas.
El amor de Dios Señor y Dador de vida es quien puede recrear un mundo nuevo, sólo Él puede renovar la faz de la tierra. Puede y quiere invitarnos, con una rica visión de fe, a que seamos los cristianos de hoy portadores de la construcción de una nueva era. Una nueva era en la que el amor no sea ambicioso ni egoísta, sino puro, fiel y sinceramente libre, abierto a los otros, respetuoso de su dignidad, un amor que promueva su bien e irradie gozo y belleza. Una nueva era en la cual la esperanza nos libere de la superficialidad, de la apatía y el egoísmo que degrada nuestras almas y envenena las relaciones humanas [2].
El mundo necesita renovarse y el poder de esa renovación no la tiene el poder, el dinero, ni nada de este mundo sino el Espíritu es creador y providente. La Providencia es una creación constante y la renovación de lo creado también es obra del Paráclito. Por eso en las sociedades de nuestra aldea global, aunque haya en muchas de ellas prosperidad material, si sólo hay una implicación social ad tempos y no un compromiso radical cristiano propio de quien es por vocación fermento, se desertizan espiritualmente como estamos constatando. Aparece un vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación. ¿Cuántos de nuestros semejantes han cavado aljibes agrietados y vacíos en una búsqueda desesperada de significado, de ese significado último que sólo puede ofrecer el amor? [3].
En la base de las dificultades para entender el binomio libertad-entrega se encuentra la ambigüedad del término libertad. Cuando ésta se emplea sólo para aspectos que aun siendo esenciales de la concepción del hombre, ni la agota ni la obstaculizan. Las libertades de corte político, cultural, económico, social, etc., son perfectamente compatibles con el enfoque cristiano de libertad y de entrega sin condiciones en servicio de Dios en medio del mundo. El hombre posee una capacidad específica que da lugar a novedades absolutas, que implican que la persona esté en posesión de un conocimiento verdadero de la realidad de las cosas que trata y que impelen a actuar. Es necesario advertir la realidad teleológica de las cosas, su finalidad intrínseca, porque en alcanzarla está su plenitud. Y ese conocimiento, esa contemplación finalista de las cosas, reclama la acción; por ejemplo, si capto que un niño tiene hambre ese conocimiento me impulsa a darle de comer, no a sonarle los mocos; y si llora, a consolarlo.
No sé si siempre ha sido tan así, pero ahora el egoísmo feroz hace incomprensible a muchos que exista una voluntad divina de darse del todo sin topes, a Dios en beneficio gratuito por los demás. Son gentes que levantan barricadas en aras de una falsa libertad que justifique su obrar egoísta. Se encierran entre los barrotes de su libertad con la que construyen su jaula y, enfurecidos, gruñen contra los que libremente vuelan con las alas de la entrega generosa. Son zarandeados por los vientos, anegados por las aguas sin cauce, en la jaula que levantaron con su libertad sin poder defenderse y por orgullo sin dejarse liberar. Sólo Dios libera siempre si volvemos a Él.
Hemos de volver como insiste el Sínodo actual que tiene lugar en Roma a la Lectio divina, al poder liberador del Evangelio que revela nuestra dignidad de hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios. Revela la llamada sublime de la humanidad, que es la de encontrar la propia plenitud en el amor. Él revela la verdad sobre el hombre, la verdad sobre la vida. Insiste el Papa: No tengáis miedo de decir vuestro sí a Jesús, de encontrar vuestra alegría en hacer su voluntad, entregándoos completamente para llegar a la santidad y haciendo uso de vuestros talentos al servicio de los otros [4].
Pedro Beteta López. Doctor en Teología y Bioquímica
Nota al pie:
[1] Benedicto XVI, Homilía en la JMJ en el Hipódromo de Randwick, 20-VII-2008
[2] Ibídem.
[3] Ibídem.
[4] Ibídem.Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
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