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Es bien sabido que don Eugenio d'Ors le espetó al camarero que sin saber descorchar una botella de champán se empeñó en hacerlo y le derramó encima el precioso líquido: "Los experimentos, con gaseosa, joven".
En estos días se ha lanzado a la opinión pública (El Mundo: Un hito médico en España), con todo tipo de albricias pseudocietíficas y periodísticas, noticia del experimento del que ha nacido un "bebé-medicamento" (El País: En busca del embrión ideal), que dicho a coro en plan de justificación emocional que nada tiene de científica ayudará a vivir a su hermanito.
Un bebé que se dice sin el más mínimo empacho "ha sido concebido sólo para ser donante de su hermano".
De entrada, repugna la idea de ser "bebé-medicamento" en vez de ser "bebé-bebé", sin más. Porque un "bebé-medicamento" suena a producto curativo, desde luego, pero "producto" fabricado en laboratorio como lo puede ser la aspirina o incluso algo más sofisticado, pero no suena casi nada a "hijo", que es lo que en principio es esa criatura.
Porque entre un "bebé-medicamento" y un "hijo" hay al menos la distancia semántica que D'Ors establece entre la gaseosa y el champán.
Cosa injusta como estatuto para el "bebé-medicamento", porque todos los hombres lo dice incluso la Onu somos iguales. Y en este sentido, en principio, todos somos "champán" de inmejorable calidad.
Y visto que con el champán no se hacen experimentos, tampoco hay niños que son champán con el que hay que tener cuidado (los hijos enfermos que necesitan un medicamento) y otros que son gaseosa experimental (los niños en estado embrionario que han sido eliminados y desechados para conseguir el "niño-medicamento").
Y el caso es que no deja de haber al menos algún rastro de mala conciencia, entre los "felices" productores y/o los padres del "bebé-medicamento". Porque entre la profusa difusión de datos dados a conocer con la noticia no figura el número de niños embrionarios que han sido eliminados. Dicen que eso es "información confidencial para la familia".
Lo razona muy bien desde la perspectiva informativa, Ignacio Aréchaga, en su artículo Información confidencial e información selectiva:
"(...) Se entiende que haya que preservar la confidencialidad del paciente. Pero si un hospital airea un caso para conseguir titulares en la prensa y alardear de su eficacia, lo que era confidencial pasa a ser del dominio público y no tiene sentido ocultar los datos que no interesa desvelar, como es el del número de embriones desechados. Si este caso llegara a publicarse en una revista médica, tendría que revelar este dato, pues es un elemento importante para valorar la eficacia del método.
En este caso no estamos ante una información confidencial, sino ante una información selectiva. Igual que con la criba genética se selecciona solo al embrión compatible con el hermano enfermo, en esta información selectiva solo se da lo que es compatible con el propósito de presentar como un gran avance científico lo que es un procedimiento de discutibles aspectos éticos. Cuántos embriones, con tanta posibilidad de vivir como Javier, se han quedado por el camino, no interesa decirlo (...)".
Y esto, sin recurrir a la inmoralidad patente del asunto. No todo lo legal es por eso moral. Y la ley Ley de Reproducción Asistida de 2006, que en España ha permitido la legalidad de este desaguisado moral, juega sobre el tablero emocional una peligrosa partida en la que "el fin justifica los medios". Ver, por ejemplo, La cortina de humo del "bebé medicamento".
¿Es cierto que el fin (curar a un niño) justifica producir un medio (hermano-medicamento), que sólo puede "fabricarse" desechando otros medios ("hermanos-medicamentos" menos eficaces)?
Habrá quienes esto lo vean como un progreso. Yo lo siento mucho: el ser humano, o tiene razón de fin en sí mismo (y no de medio, ni libre ni voluntario en su entrega), o estamos dejando su dignidad a la altura de algunos experimentos humanos hechos bajo la tutela de las SS, que no fue precisamente Seguridad Social.
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