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El arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela acaba de presentar el plan pastoral para de la diócesis para estos tres años próximos. El tema estrella escogido por el Cardenal no podía ser ni otro ni mejor: la familia. En realidad es tan estrella este tema que habiendo sido elegido a corto plazo para tres años es un tema de medio, largo y eterno plazo.
La familia comenzó con la creación del hombre y ese querer divino primigenio es genérico. La palabra de Dios es eterna siempre. La familia es un querer para el género humano aunque no es una obligación para todas las personas singulares. Hay quienes por el Reino de los Cielos, por servir a sus hermanos los hombres y no por otros motivos, tantas veces egoístas, inmolan sus vidas en beneficio de los demás.
Se está insistiendo mucho en el Sínodo que trascurre estos días en Roma en que la palabra de Dios no es sólo la Biblia. Efectivamente, la Palabra de Dios es el Verbo del Padre increado que engendra sin principio ni fin al Hijo. Hijo que ha querido hacerse Hombre y entrar en el mundo a través de una Mujer, que formada en un hogar constituía con José otro hogar y en él habitó la Palabra humanada formando así una Familia Santísima. Es lógica esta insistencia del Sínodo porque si bien Dios quiso hablarnos de muchas formas a lo largo de la historia, llegada la plenitud de los tiempos quiso hacerlo mediante la Encarnación del Verbo.
En el tema que ahora nos ocupa, la familia humana, ésta también es reflejo de este Dios Único Tripersonal. Una Familia de tres Personas. Juan Pablo II comentaba: Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo [1].
Si bien el Cardenal destacó, al anunciar este plan pastoral, el aspecto puntual que la crisis económica que atraviesa Europa y, de modo especial España, está produciendo serios problemas a todas las familias y provocando gravísimas situaciones, también puso valientemente el dedo en la llaga al considerar que la causa de esto radica en que no se puede tejer y entretejer la familia a base de otras fórmulas de vida.
Una realidad política basada en el relativismo encadena la libertad de todos y de cada uno de los ciudadanos. Los católicos no somos ciudadanos de segunda categoría y hemos de tomar las opciones políticas que creamos sean en conciencia las mejores para el bien común, pero esto exige formarse de forma correcta, objetivamente, para después aplicarla en conciencia; es decir, subjetivamente bien. Cuando la jerarquía habla de la familia no formula soluciones inequívocas pero sí hace, dentro de su ámbito, cosas concretas, y si no da porque ni hay ni le compete soluciones únicas en cuestiones temporales, si tiene el derecho y el deber de pronunciar juicios morales sobre realidades temporales cuando lo exija la fe o la ley moral.
La misma vida democrática tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son negociables. Y la familia no es negociable. Vale la pena defender a la familia como Dios la creó, gastar la vida por salvaguardarla aunque eso suponga quemar otros intereses, vivir con austeridad voluntaria y libremente y dar nuestro tiempo, nuestro pensamiento buscando iniciativas y nuestro dinero. No olvidemos que la familia, aunque sólo fuera mirada como un hecho planetario, al que avalan datos de todas las comunidades humanas, algunas incluso ancestrales; o por la tradición oral y escrita, adquirida desde los más antiquísimos documentos históricos hasta los actuales, no puede dejar de ser considerada como una institución humana fundamental.
Ser mujer es un don de Dios muy grande, una elección para un papel en la sociedad único e irrepetible, partiendo siempre del más importante que es la maternidad. No creo que exagere si digo pese a sólo haber dos posibilidades que ser mujer es una elección divina. L.J. Treese pone un ejemplo atractivo que ayuda a entender la amorosa razón divina de nuestra existencia. Imaginemos al director de una colosal superproducción cinematográfica ocupado en la tarea de elegir un actor. Frente a su enorme mesa de trabajo yacen miles de docenas de fotos que sus agentes le presentan. El suelo está empapelado de fotos desechadas. Al cabo de un rato, escoge una de ellas, la contempla detenidamente y habla a su secretaria: Llámela y cítela aquí mañana.
Aunque imperfecta la analogía vale. Allá en lo arcano de la eternidad hablando a lo humano, Dios proyectó el Universo entero y escogió a todos los protagonistas del gran argumento de la historia de todos los tiempos. Ante su divina mente fueron desfilando las ilimitadas almas en número que Él podía crear. Cuando se topó con esa mujer, se detuvo y dijo: Ésta es una persona que me mueve a amarla... La necesito para que desarrolle un papel único, personal, irrepetible y, luego, que goce en mi presencia durante toda la eternidad... Sí, la voy a crear.
La mujer es la clave de una sociedad sana. Destruye a la mujer y habrás destrozado un matrimonio, arruinado una familia, creado un litigio en el inmueble, un terremoto devastador en el barrio , y así se viene abajo hasta una cultura. Lo sabe bien el maligno. Cómo también sabe que las almas consagradas a Dios no se van solas ni al cielo ni al infierno. Arrastran a muchos. El punto de mira lo tiene bien claro: la mujer y los sacerdotes. ¿Se han fijado que ahora no sólo atacan la dignidad de la mujer en las películas sino también al sacerdocio? No es casualidad ni creatividad morbosa. Responde a un plan diabólico.
La familia de siempre es algo tan natural al hombre, que la violencia de negarla apenas soportaría el paso de pocas generaciones. Es algo así como la sombra. Puede alargarse, acortarse o desfigurarse, pero nunca podrá ni separarse de quien la produce ni independizarse, tomando derroteros opuestos a su causa. El hombre y la familia, con su sola existencia, vocean que su Causa es Familia. Como la sombra, el hombre y la familia pueden quedar desfigurados, hasta apenas poder distinguir a su Creador, pero siempre se den cuenta o no llevarán su parecido con Él.
El cardenal explicó que la gran tarea este año es la necesidad de transmitir la fe en Jesucristo, volver a hacerlo, y llamar la atención en torno a la familia y comprender por qué la familia es el camino humano más importante e imprescindible para conocer a Cristo y su Ley para caminar por el mundo. La Buena Nueva de nuestra participación en la Familia de Dios, de un Dios que es Fuente de Vida, es el centro del mensaje cristiano, es el núcleo de la enseñanza de Jesucristo. Juan Pablo II decía: El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la misma vida de Dios. Lo sublime de esta vocación sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana incluso en su fase temporal [2].
La comunidad decía Chesterton está constituida por un gran número de reinos pequeños en los que el hombre y la mujer se convierten en rey y reina, y en el que se ejerce una autoridad razonable sujeta al sentido común de la comunidad, hasta que quienes están a su cuidado crecen y son capaces de fundar reinos semejantes y ejercer similar autoridad. Esta es la estructura social de la humanidad, mucho más vieja que toda la documentación histórica y que todas las religiones, y todos los intentos de alterarla son mera patraña y pura estupidez.
Pedro Beteta López. Doctor en Bioquímica y en Teología
Notas al pie:
[1]. Homilía en el Seminario Palafoxiano, Puebla (México), 28-I-1979
[2]. Evangelium vitae, n. 1
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