AnalisisDigital.com
La palabra es como el reflejo de la vida, su sombra, su silueta y debajo de cada palabra se esconde silenciosa una idea que le da sentido. Dios Padre se nos da a conocer en la Palabra, en el Verbo. Con la palabra se labran las almas y se amansan los corazones. Con la palabra se encauzan las voluntades y se normalizan las conductas. La palabra es la herramienta del hombre, el arma del que ama la vida y en su pelear con el tiempo éste da muerte al presente y da a luz a la historia. Las palabras levantan acta del amor y de la paz que consecuencia de la guerra da la paz.
En estos días está teniendo lugar en Roma la Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, dedicada a la reflexión de la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. Benedicto XVI nos insiste en que la identificación con Cristo a la que debemos aspirar es mucho más que parecerse a Él y, al indicar el sendero que lleva a esa meta, no cesa de hacer hincapié en el ejercicio de la lectio divina. Posiblemente, el Sínodo de estos días era muy deseado desde hacía tiempo.
Al poco de ser elegido Papa ya manifestaba este deseo. Afirmaba que para alcanzar la identificación con Cristo podemos hacerlo leyendo la sagrada Escritura, en la que los pensamientos de Cristo son Palabra, nos hablan. En este sentido, deberíamos ejercitarnos en la lectio divina, descubrir en las Escrituras el pensamiento de Cristo, aprender a pensar con Cristo, a pensar con el pensamiento de Cristo para tener los mismos sentimientos de Cristo, para poder dar a los demás también el pensamiento de Cristo, los sentimientos de Cristo [1].
La historia llega a ser el arte de ordenar como el poeta los versos en diversas métricas los eventos particulares que da lugar a la biografía, o los acontecimientos más amplios que muestra la historia sucedida en épocas y lugares más grandes. La palabra nos desvela los arcanos tesoros que esconde el alma humana, disipa las nieblas que ocultan sus pensamientos. La palabra acerca lo lejano hasta hacer tocar y sentir el amor de Dios por su criatura predilecta.
El silencio es la palabra muda y elocuente cuando proviene de quien habla sólo cuando debe y lo que debe. La Palabra se hizo Hombre y nos enseñó con sus gestos, acciones y palabras el Camino que hemos de recorrer para ser divinos cómo Él. Ante Herodes que quiere ver milagros, calla; ante las acusaciones toscas y provocadoras de los fariseos, guarda silencio; cuando nace en Belén la Palabra viviente no es capaz de hablar con sonidos pero su humildad es un poema bien elocuente; y así podíamos seguir mostrando tantos ejemplos del Maestro.
Aprovechando que estamos en el mes del Rosario, miremos a María, cómo reza, cómo pasa inadvertida. Ella nos recuerda aquí que la oración, intensa y humilde, confiada y perseverante debe tener un puesto central en nuestra vida cristiana [2]. Su Madre comunicativa como mujer, como madre, como esposa, como vecina y como amiga sin embargo, nos ha dejado sólo siete palabras en el Evangelio: ¿Cómo ha de ser esto pues no conozco varón? Hágase en mí según tu palabra. El Magnificat. Hijo, ¿por qué te has portado así? Mira cómo tu padre y yo apenados andábamos buscándote. Hijo, ¡no tienen vino! Haced lo que Él os diga.
María calla, saluda sonriente a su prima Isabel, nos acoge en el Calvario en silencio amoroso. Dice el Papa: Mediante la luz que brota de su rostro, se trasparenta la misericordia de Dios. Dejemos que su mirada nos acaricie y nos diga que Dios nos ama y nunca nos abandona [3]. La señal de la Cruz es de alguna forma el compendio de nuestra fe, porque nos dice cuánto nos ha amado Dios; nos dice que, en el mundo, hay un amor más fuerte que la muerte, más fuerte que nuestras debilidades y pecados. El poder del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza [4].
El hombre de todos los tiempos, pero en el actual sobre todo, necesita más del silencio. Justamente para dar espacio a la escucha de la Palabra. No es una pérdida de tiempo rezar porque no hay tema más humano que tratar con Dios y hablar de Él. Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción [5]. Dejarse absorber por las actividades entraña el riesgo de quitar de la plegaria su especificad cristiana y su verdadera eficacia. En el Rosario, decía el Papa, se concentra la profundidad del mensaje evangélico. Nos introduce en la contemplación del rostro de Cristo.
Benedicto XVI, hablando de los requisitos que configuran al discípulo de Cristo, cita su comportamiento ejemplar con la doctrina, el testimonio de sus obras y con sus palabras. Mira cómo San Pablo afirma que el título de apóstol no es y no puede ser honorífico; compromete concreta y dramáticamente toda la existencia de la persona que lo lleva [6]. En definitiva, es el Señor el que constituye a uno en apóstol, no la propia presunción. El apóstol no se hace a sí mismo; es el Señor quien lo hace; por tanto, necesita referirse constantemente al Señor [7].
Es necesario secundar al Papa difundiendo la buena doctrina, sus enseñanzas con ocasión y sin ella [8], como hizo San Pablo. Así, tras habernos esforzado en la propagación del Evangelio, podremos exclamar con el Apóstol al final de nuestra vida: he peleado el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la merecida corona que el Señor, el Justo Juez, me entregará aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que han deseado con amor su venida [9].
La Iglesia debe renovarse siempre y rejuvenecer y la Palabra de Dios, que no envejece nunca ni se agota, es el medio privilegiado para este objetivo. De hecho, la Palabra de Dios, a través del Espíritu Santo, nos guía siempre de nuevo hacia la verdad plena.
En este contexto evocaba y recomendaba el Papa la antigua tradición de la lectio divina: la lectura asidua de la Sagrada Escritura acompañada por la oración permite ese íntimo diálogo en el que, a través de la lectura, se escucha a Dios que habla, y a través de la oración, se le responde con una confiada apertura del corazón. Si se promueve esta práctica con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia. Como punto firme de la pastoral bíblica, la lectio divina tiene que ser ulteriormente impulsada, incluso mediante nuevos métodos, atentamente ponderados, adaptados a los tiempos. No hay que olvidar nunca que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino [10].
Pedro Beteta. Doctor en Teología
Notas al pie:
[1]. BENEDICTO XV, Meditación en la apertura de la Primera Congregación General del Sínodo, 3-X-2005
[2]. BENEDICTO XVI, Homilía en 150 aniversario de las Apariciones de Lourdes, 14-IX-2008
[3]. Ibídem
[4]. Ibídem.
[5]. Carta Encíclica Deus caritas est, n. 36
[6]. BENEDICTO XVI, Audiencia general, 10-IX-2008
[7]. Ibídem.
[8]. Cfr. 2 Tm 4, 2.
[9]. 2 Tm 4, 7-8.
[10]. Cfr. BENEDICTO XVI, Discurso con motivo del XL aniversario de la publicación de la Dei Verbum, 16-IX-2005.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |