(
) y el hombre se entregó a la idolatría plutoniana del lucro y del dividendo
ABC
Leed a un hombre de nuestra época el pasaje evangélico de la multiplicación de los panes y los peces y sonreirá con petulancia o descreída displicencia; en cambio, ese mismo hombre estará dispuesto a creer a pies juntillas que sus ahorrillos, entregados a un banco o a un experto en inversiones, se multiplicarán por cien o por mil, hasta convertirse en una fortuna.
Ahora la crisis nos está desvelando que tal multiplicación era una fantasmagoría que mientras duró nos hizo sentir como dioses, cuando en realidad éramos esclavos de la más ínfima condición, que es la de los que ponen su corazón en las riquezas. «El hombre es un ser dependiente escribió Leonardo Castellani, y si no depende de quien debe, dependerá de quien no debe; si no quiere por dueño a Cristo, tendrá al demonio por dueño. No podéis servir a Dios y a las riquezas, dijo Cristo, y el mundo moderno es el ejemplo lamentable: no quiso reconocer a Dios como dueño, y cayó bajo el dominio de Plutón, el demonio de las riquezas».
En la sociedad cristiana, el dinero era un mero instrumento de comercio. Entonces llegó la herejía protestante, que Hilaire Belloc definió muy atinadamente como «rebelión de los ricos contra los pobres», para decirnos que el dinero no era un mero instrumento de comercio, sino un «medio de creación de riqueza»; y el hombre se entregó a la idolatría plutoniana del lucro y del dividendo.
Pero ya se sabe que toda idolatría es una parodia de la religión; y los sacerdotes de esta idolatría plutoniana decidieron que su dios no podía ser visible, de modo que lo ocultaron en inviolables cajas de caudales, erigiendo unos nuevos templos que llamaron bancos. Los sacerdotes de la idolatría plutoniana descubrieron pronto, sin embargo, que no podrían mantener el embeleco si apartaban por completo el dinero de la feligresía. Y se dijeron: «Haremos imágenes de nuestro dios y se las repartiremos a los fieles, prometiéndoles que se las devolveremos multiplicadas por mil». Y los fieles de la nueva idolatría, excitados por la avaricia, creyeron que su dinero (las imágenes en papel moneda de ese dios que permanecía oculto en las cajas de caudales de los bancos) podría engendrar a su vez más dinero.
Fue entonces cuando la idolatría plutoniana, que ya era una parodia religiosa, se convirtió en parodia esotérica; y sus fieles dieron en creer que los manejos de los sacerdotes del dinero podrían obrar la milagrosa alquimia de transformar unos ahorrillos en una fortuna. Y, para justificar aquella creencia enloquecida, los sacerdotes plutonianos apedrearon las meninges de sus fieles con una parodia ininteligible de la teología que llamaron «ciencia económica», al lado de la cual las profecías más abstrusas del Apocalipsis resultan diáfanas. Pero los fieles tragaron, porque su fe era la avaricia; y olvidaron que habían depositado su fe en una fantasmagoría.
Leonardo Castellani nos explica, con ese desparpajo que nace del sentido común, la verdadera naturaleza de esta fantasmagoría: «El crédito es el fantasma del dinero y el dinero el fantasma de los bienes reales; y nos venden esos fantasmas como si fuesen bienes reales. Para lograr eso, han inventado una terminología detrás de la cual no hay cosas sino tretas; que no depende del intelecto sino de la astucia. La mayoría de esas tretas son secretas; y en el fondo de ellas está la Usura, que consiste en ordeñar al dinero como si fuese una vaca y no un mero signo. (...) La ciencia de las finanzas consiste en el manejo de los signos de signos; la realidad de las cosas signadas queda detrás y acaba por perderse de vista».
Hoy toda esa fantasmagoría se derrumba, todas esas tretas nos revelan sus manejos; y el hombre que, por petulancia o descreída displicencia, dejó de creer que Dios obrase milagros, descubre que los milagros de los sacerdotes plutonianos eran en realidad tramoyas de farsantes. Ha sonado en el cielo la trompeta de la cólera divina; y los sacerdotes de Plutón huyen despavoridos. En su estampida dejan a los fieles de su culto desesperados ante la demolición de una fantasmagoría que habían encumbrado a la categoría de fe. Pero, en medio de su desesperación, tal vez esos hombres que estuvieron bajo el dominio del demonio vuelvan a elevar sus ojos al cielo, reconociendo a su verdadero dueño. ¡Bendita crisis!