Nuestra época necesita del testimonio personal de muchos cristianos
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En la película La Pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004), María ve a su hijo desplomarse bajo el peso de la cruz, y recuerda un traspié que le hizo caer de niño. Inmediatamente corre en su ayuda, como entonces; pero ahora, metiéndose bajo la cruz, para juntar su rostro con el suyo. Y Él le responde, con palabras de profunda resonancia bíblica: ¿Ves, madre, cómo yo hago nuevas todas las cosas?.
Benedicto XVI proclamó bien pronto la eterna juventud del Evangelio y su capacidad para renovar los corazones, las comunidades, las estructuras mismas del mundo creado. El que ha querido ser un simple y humilde trabajador de la viña del Señor ha invitado a abrir el corazón y el mundo a Dios.
La fe cristiana es una invitación a vivir con plenitud, coherencia y alegría. Nuestra época necesita del testimonio personal de muchos cristianos. Un testimonio que ha de darse en unión con los demás cristianos en la familia de Dios, que es la Iglesia.
San Pedro, primer Papa, decía que ese testimonio ha de ir acompañado por las razones de la esperanza.
El Evangelio la vida de Jesucristo y la vida de los cristianos es buena noticia para todos porque es un sí a los hombres y mujeres de todos los tiempos, a sus alegrías, preocupaciones y anhelos. Un sí a la vida y al amor humano limpio y noble que constituye el matrimonio y la familia. Un sí a todo lo que Dios ha creado y se desarrolla con ayuda del trabajo y la cultura. Un sí particularmente para los más débiles y necesitados, los pobres, los enfermos, los niños y los ancianos. Un sí entusiasta y orientador para los jóvenes y para todos los que están implicados directamente en la vida pública y política. Un sí imprescindible para curar las heridas de nuestro tiempo, con fidelidad a Dios y al hombre.
Un sí, en efecto, capaz de hacer todas las cosas nuevas. Un sí que para pronunciarlo requiere no sólo de la palabra, sino ante todo de la vida.
En una breve carta que Benedicto XVI dirigió en abril de 2008 a los jóvenes franceses reunidos en Lourdes, les decía:
Nuestro sí a Dios hace brotar la fuente de la verdadera felicidad: este sí libera al yo de todo lo que lo encierra en sí mismo. Hace que la pobreza de nuestra vida entre en la riqueza y en la fuerza del proyecto de Dios, pero sin entorpecer nuestra libertad y nuestra responsabilidad. Abre nuestro corazón estrecho a las dimensiones de la caridad divina, que son universales. Conforma nuestra vida a la vida misma de Cristo, que nos ha marcado en nuestro bautismo.
En este horizonte, que el Papa señala, se unen la verdad y el amor, sobre el fondo luminoso de la fe, en el camino de la esperanza.
Ramiro Pellitero, Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra