La protección del que va a nacer es vital para la supervivencia de un pueblo
La Vanguardia
En la innecesaria reforma de la ley del aborto, que ahora se proyecta, para proteger, según se dice, a las gestantes y a los médicos, nadie habla de los derechos del nasciturus. El que podría nacer y quizá no nazca, no ha merecido ninguna proclama. Está más indefenso que las doce encinas de Collserola; mucho más desprotegido que el par de árboles que han caído en la preparación del túnel del AVE. ¡Y eso que aquí se trata de decenas de miles de víctimas!
El 11 de abril de 1985, el TC declaraba que los derechos de la mujer no pueden tener "primacía absoluta sobre la vida del nasciturus, dado que dicha prevalencia supone la desaparición, en todo caso, de un bien no sólo constitucionalmente protegido, sino que encarna un valor central del ordenamiento constitucional". La gestación, en efecto, ha generado un tertium, un tercero existencialmente distinto de la madre, si bien alojado en el seno de ella. La sociedad está, por ello, obligada a protegerlo. Además, entre los derechos de la mujer (que son muchos) no se puede contar, en ningún caso, el derecho a abortar, porque el aborto, o sea, la aniquilación directa del nasciturus, sigue siendo un delito, aunque en determinados casos esté despenalizado.
Hay temas, como esta pretendida reforma legal, que no responden a las verdaderas preocupaciones ciudadanas, sino a los intereses de minorías cualificadas, empeñadas en cruzadas que son de admirar, por la constancia y los esfuerzos desplegados. Mientras tanto, la mayoría va a lo suyo, sin advertir que también le afectan tales campañas y que le incumben mucho. Pues hay asuntos que salpican a todos, aunque creamos, por error, que son cosas de otros. Uno de ellos, vital para la supervivencia de un pueblo, es la protección del que va a nacer.