El poder del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza
Al regresar de Lourdes después de estar con el Papa y ganar el Jubileo leo en un resumen de prensa: «En apenas tres días, la Francia laicista cargada de prejuicios ha descubierto a un Papa que sabe hablar con los hombres de esta época sin eludir ninguna cuestión candente y que maneja el lenguaje de la tradición con frescura incomparable, consiguiendo que refleje una inesperada modernidad. En el fondo, porque está cierto de que en el origen de todas las cosas no está la irracionalidad sino la Razón creadora, no el ciego destino sino la libertad».
Habrá tiempo para reflexionar sobre el contenido de este viaje y su resonancia en Francia y en el mundo. Ahora, con los recuerdos muy vivos, veo al Papa emocionado rezando en la Gruta ante la imagen de nuestra Señora.
Benedicto XVI nos dice que en la sonrisa de la Virgen está misteriosamente escondida la fuerza para continuar la lucha contra la enfermedad y a favor de la vida. Porque esa sonrisa anunciada en el Magníficat expresa la victoria de la gracia, de la iniciativa de Dios frente a los poderes del mundo.
Más tarde, el rosario de las antorchas. La presencia de una multitud de jóvenes entusiastas, de variada procedencia europea, exterioriza la alegría de todos los presentes ante la cercanía de la Gruta de la Virgen y del Papa.
Benedicto XVI nos explica el porqué: «Lourdes es uno de los lugares que Dios ha elegido para reflejar un destello especial de su belleza, por ello la importancia aquí del símbolo de la luz. Al venir en peregrinación aquí, queremos entrar, siguiendo a Bernadette, en esta extraordinaria cercanía entre el cielo y la tierra que nunca ha faltado y que se consolida sin cesar. Lourdes, tierra de luz, sigue siendo una escuela para aprender a rezar el Rosario, que inicia al discípulo de Jesús, bajo la mirada de su Madre, en un diálogo cordial y verdadero con su Maestro».
El Village de jeunes de Lourdes donde me alojo es un hervidero de jóvenes que se recogen con rapidez en sus tiendas porque hay que levantarse muy temprano para la misa en la Pradera frente al santuario. Algunos se retrasan y explicarán al día siguiente el porqué: estábamos en la Gruta: «¡Nunca habíamos rezado así! La hora y media ante la Virgen pasó volando».
Decidimos levantarnos a las 6.45. A las 5.30 el campo de los jóvenes está en pié.
Media hora antes de la celebración litúrgica aparece el papa-móvil. El Santo Padre recorre la pradera y saluda con cariño a la muchedumbre. La alegría del Papa es seguida por su recogimiento al empezar la Misa. Su oración contagia a la muchedumbre. Su palabra sobre la Santa Cruz conmueve y llega al corazón:
«¡Qué dicha tener la Cruz! Quien posee la Cruz posee un tesoro» (S. Andrés de Creta, Sermón 10, sobre la Exaltación de la Santa Cruz: PG 97,1020). En este día en el que la liturgia de la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el Evangelio que acabamos de escuchar, nos recuerda el significado de este gran misterio: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para salvar a los hombres» (cf. Jn 3,16). «El Hijo de Dios se hizo vulnerable, tomando la condición de siervo, obediente hasta la muerte y una muerte de cruz» (cf. Fil 2,8). Por su Cruz hemos sido salvados.
La señal de la Cruz es de alguna forma el compendio de nuestra fe, porque nos dice cuánto nos ha amado Dios; nos dice que, en el mundo, hay un amor más fuerte que la muerte, más fuerte que nuestras debilidades y pecados. El poder del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza.
Este misterio de la universalidad del amor de Dios por los hombres, es el que María reveló aquí, en Lourdes. Ella invita a todos los hombres de buena voluntad, a todos los que sufren en su corazón o en su cuerpo, a levantar los ojos hacia la Cruz de Jesús para encontrar en ella la fuente de la vida, la fuente de la salvación.
El Papa quiere subrayar la presencia real del Señor en la Eucaristía. Impresiona la manera cómo canta la Consagración del pan y del vino y la unción con que administra la comunión a un grupo de fieles. Horas más tarde lo dirá en la procesión eucarística ante los enfermos: «La Hostia Santa es el Sacramento vivo y eficaz de la presencia eterna del Salvador de los hombres en su Iglesia. [...] Una inmensa muchedumbre de testigos está invisiblemente presente a nuestro lado, cerca de esta bendita gruta y ante esta iglesia querida por la Virgen María; la multitud de todos los que han contemplado, venerado, adorado, la presencia real de Quien se nos entregó hasta la última gota de su sangre; la muchedumbre de todos los que pasaron horas adorándolo en el Santísimo Sacramento del Altar. [...] San Pierre-Julien Eymard lo dijo todo cuando escribió: "La Santa Eucaristía, es Jesucristo pasado, presente y futuro"».
Los jóvenes de varias nacionalidades rivalizan en sus expresiones de cariño al Papa cuando éste les saluda en su lengua. Finaliza la Santa Misa. Algunos que han estado con el Santo Padre en París recuerdan sus palabras encendidas: «Permitidme hacer un llamamiento, esperanzado en la fe y en la generosidad de los jóvenes que se plantean la cuestión de la vocación religiosa o sacerdotal: ¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo de dar la vida a Cristo! Nada sustituirá jamás el ministerio de los sacerdotes en el corazón de la Iglesia. Nada suplirá una Misa por la salvación del mundo. Queridos jóvenes o no tan jóvenes que me escucháis, no dejéis sin respuesta la llamada de Cristo».
En el viaje de vuelta surge la nostalgia. Hay que volver a Lourdes cuanto antes. Estoy de acuerdo, dice otro, pero no olvides apostilla- que en Valencia tenemos a la Virgen, a la Mare de Dèu. La tenemos en nuestra casa