No estamos ante una cortina de humo. Estamos ante un proyecto de abolición de la persona
Gaceta de los Negocios
El Ministerio de Sanidad se propone regular durante esta legislatura el suicidio asistido, es decir, la eutanasia, o, si se prefiere huir del eufemismo, el asesinato consentido. Cualquier enfermo podrá exigir que se ponga fin a su vida. A tal efecto mortuorio, se creará una comisión de expertos, que corroborará las tesis del Gobierno que lo nombró.
El ministro ha declarado: esta sociedad es moderna y está preparada para el debate. Y si no lo está, ya será convenientemente adiestrada. El aborto y la eutanasia van de la mano. Si hay un derecho a matar, ¿cómo no va a haber un derecho a morir? Así como existe una bioética y un bioderecho, también tendremos una tanatoética y un tanatoderecho. Ética y Derecho de la muerte.
Uno de los momentos más patéticos de las declaraciones periodísticas del ministro Soria fue en el que afirmó: La batalla contra la muerte no la vamos a ganar, pero la batalla contra el dolor, sí. Al parecer, matando a quien empiece a sufrir. Una ley no puede suprimir el dolor; eso sólo puede hacerlo el amor. No hay desvarío contemporáneo que no invoque, en vano, el nombre del progreso. La eutanasia no es un fin ideal que se encuentre en el futuro. Pertenece, como la esclavitud, a un pasado (aunque no del todo) superado, que se resiste a desaparecer.
Hace unos meses, concretamente el pasado 12 de marzo, publicaba Ignacio García de Leániz un magistral artículo en estas páginas de Opinión de La Gaceta, titulado Al rescate del tesoro mar adentro, en el que pronosticaba, a partir de la presencia gubernamental en el estreno de Mar Adentro en septiembre de 2004, este asalto a la ciudadela de la persona en que consiste la eutanasia.
Y oponía la película española, la pasmosa La escafandra y la mariposa, de Julian Schnabel, basada en el testimonio personal redactado por Jean-Dominique Bauby, quien fuera redactor-jefe de la revista Elle. A los 43 años, en plena madurez y éxito profesional, sufrió una hemorragia cerebral que lo dejó inmovilizado de por vida en una cama. Su empeño personal y el de su equipo médico consiguieron que se comunicara a través de un código binario, utilizando el parpadeo de un ojo. No sólo logró sobrevivir, sino también, de este modo, redactar sus memorias. Es sólo un ejemplo, pero heroico y perdurable.
No estamos ante una cortina de humo o ante un debate ficticio o interesado electoralmente. Estamos ante un proyecto de abolición de la persona. Cuando ya no queden personas, la tarea del socialismo será fácil, imparable. El sufrimiento del enfermo muchas veces no proviene tanto de su mal, como de la soledad, de la falta de estima. El entorno clínico de Bauby restauró su autoestima mediante el mensaje: Es bueno que tú existas. Nadie a quien se le transmita ese mensaje, deseará acabar con su vida. A partir de esta experiencia, comenzó a restaurar su vida afectiva, a comunicarse con sus familiares, a querer y a ser querido. Es decir, a querer vivir.
Sólo quien está absolutamente desesperado desea morir. Y alguien que ama y es amado nunca está absolutamente desesperado. Lo terrible de la eutanasia no es tanto su legalización, como el hecho de que alguien opte por la muerte, es decir, que alguien no consiga convencerse de que, a pesar de todo, es bueno que exista.