El progresismo radical es uno de sus muchos herederos
Gaceta de los Negocios
Daniel Bell escribió un memorable ensayo sobre las contradicciones culturales del capitalismo. Según él, éste genera un tipo de cultura que actúa en su contra. Acaso sería posible escribir otro semejante sobre las contradicciones culturales del socialismo. Si el radicalismo progresista (o, si se prefiere, el socialismo), pese a su inmerecido prestigio en las sociedades occidentales, no logra la hegemonía, es quizá debido a su endeblez intelectual y a sus paradojas y contradicciones.
Uno llega a sorprenderse de que la misma mente pueda albergar ideas tan incompatibles como el amor franciscano a la naturaleza y la defensa del aborto. Los mismos que se estremecen por el maltrato a los animales, aplauden a Stalin o a Pol Pot. Exhiben su pacifismo radical a la vez que sucumben al hechizo belicista de la revolución. Proclaman la fraternidad universal, a la vez que promueven el odio con una especie de fraternidad limitada y excluyente. El extraviado ciudadano que exhibe su camiseta con la efigie del Ché y defiende, a la vez, el pacifismo, es un ejemplo patente de esta descarriada contradicción.
Es tan patente la contradicción que la hipótesis de la superchería cobra visos de verosimilitud. Y, sin embargo, tal vez exista alguna explicación, que no justificación, del disparate, que vaya más allá del diagnóstico de la pura hipocresía. El radicalismo socialista posee raíces intelectuales que sus militantes, normalmente, ignoran. Michael Walzer analiza una de las influencias fundamentales del radicalismo político.
Los jacobinos y los bolcheviques (y tantos otros como quiera añadir el lector) son los herederos, quizá no reconocidos, del viejo puritanismo de raíz calvinista. Su más perfecto representante podría ser Robespierre. De Calvino procede, en buena medida, la concepción de la política como una especie de guerra. El activismo y el radicalismo, la demoledora combinación de fanatismo y disciplina, proceden de esa comunidad de hombres puros que el puritanismo calvinista generó. Su aspiración no podía ser calificada sino como utópica: la instauración de reino de Dios en el mundo, la revolución de los santos.
Los actuales progresistas, a pesar de los horrores que promueven, deben acaso su eventual halo de simpatía a su condición de herederos involuntarios del clero puritano. Sus extraviadas ansias de salvar el mundo, en contra siempre de la voluntad del mundo, su activismo tendente a la criminalidad, bien podría hacer suyas las añejas palabras del personaje de Ben Jonson: Debemos rebajarnos a cualquier medio que pueda hacer avanzar la santa causa. Toman así prestado su lenguaje del sector más radical y fanatizado de aquello que más proclaman odiar: el cristianismo. Aunque lo ignoren, existen razones para que aborrezcan el catolicismo, pues es opuesto al calvinismo puritano que ellos profesan sin saberlo.
Y esto nos lleva a la clásica distinción entre medios y fines. En política conviene atender sobre todo a los medios, pues es muy frecuente que los hombres pongan al servicio de fines nobles los medios más deletéreos. A un hombre debe juzgársele, aunque no sólo, por sus fines y metas, pero a un político, sobre todo por sus medios. La política, como orden instrumental, es ante todo cuestión de medios. Quien los sacrifica al fin, está a un paso de convertirse en criminal.
Entonces, el progresismo radical es heredero, entre otras herencias, del puritanismo. De aquí proceden algunas de sus contradicciones culturales fundamentales. Combaten precisamente mucho de lo que sustenta su propia tradición y sus propias convicciones. Esto explica, entre otras muchas cosas, su animosidad contra la Iglesia católica. Por un lado, el catolicismo se opone al puritanismo que, sin saberlo, veneran y en cuyas fuentes radicales beben. Pero, en el fondo, rinden su homenaje a la Iglesia, pues no pretenden tanto destruirla como sustituirla. Por eso, sólo son relativistas en su enemiga contra las verdades reveladas, pero, en el fondo, son dogmáticos de un dogma extraviado, violento y radical.
Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho