¿Quién se atreve a criticar la falta de ética existente en el espectro político?
Gaceta de los Negocios
La crisis del Cáucaso ha vuelto a despertar temores que creíamos definitivamente olvidados. Y las amenazas surgen de donde solían.
Rusia añora el poderío de la extinta Unión Soviética. Además se vuelve a repetir el fenómeno de que los analistas políticos dan la razón al poderoso, cuando resulta evidente que también en este caso se está atropellando al débil. Lo que por parte de Georgia ha sido pura y simple defensa se presenta como un ataque. El mecanismo del chivo expiatorio vuelve a funcionar y se acusa a la víctima de la injusticia que sufre. El silogismo falaz es éste: se castiga a los culpables, a Georgia la están castigando, luego Georgia es culpable.
No hay que extrañarse. Lo mismo viene sucediendo desde hace años con el terrorismo de ETA. Su justificación puede escucharse en cualquier localidad del Golfo de Vizcaya donde se haya asesinado a un ciudadano común y corriente: Algo habrá hecho. El que domina tiene razón. Así lo ha demostrado el Gobierno de China al tener éxito en la organización de los Juegos Olímpicos. Las Olimpíadas han salido bien, luego el Gobierno comunista es justo, y el antiguo Imperio del Centro se abrirá pronto al respeto de los derechos humanos. La libertad política llegará de la mano de la libertad de mercado y resulta peligroso cuestionar este curso histórico imparable.
Esta es la retórica de los escribidores a tanto la línea. Julien Benda lamentaba la trahison des clercs, porque observaba que, a mediados del siglo XIX, la mayoría de los intelectuales se estaban olvidando de sus valores genuinos (la verdad, el bien, la belleza) para implicarse en las luchas políticas y ponerse a las órdenes de los poderosos. ¿Qué diría hoy? Los ideales humanistas son ahora música celestial. Y casi ninguno de los presuntos intelectuales se desvía ni un centímetro de lo políticamente correcto. Entre nosotros, sin ir más lejos, ¿quién se atreve a criticar la falta de ética pública que impera en todo el espectro político? ¿Y a quién se le pasa por la cabeza aludir a las responsabilidades de los grandes grupos económicos en la actual crisis financiera?
Los intelectuales (escritores y profesores universitarios, expertos y artistas) dan la impresión de haber traicionado su serio compromiso con la justicia. A cambio, tienden a someterse al dinero, a la influencia y al poder. Quien no lo haga será tachado de resentido o de iluso. El pragmatismo es digno de alabanza mientras que el realismo y la sinceridad (el llamar a las cosas por su nombre) merecen el reproche de imprudencia o incluso de fanatismo.
Antes que Benda, Tolstoi había descrito el comportamiento de esos contemporáneos suyos que anteponían los reglamentos al amor y la virtud. Hemos avanzado mucho por la misma senda. Con la particularidad de que quienes interpretan las leyes son hoy los mismos que imponen los reglamentos y manejan la opinión pública. La supuesta legalidad está por encima de la justicia. Por ejemplo, de una lectura sesgada de la Constitución deducen algunos políticos y juristas españoles que no procede celebrar oficialmente un funeral católico por las víctimas del reciente accidente de Barajas, cuando casi todas las familias de los fallecidos lo desean. La carta magna de las libertades se convierte en herramienta de sometimiento. Pero afirmar que así están las cosas será severamente castigado.
Cada vez más, los intelectuales son enfermizamente sensibles al halago y al temor. Y, a la inversa, constituye un motivo de esperanza que algunos no se plieguen a las amenazas y manifiesten lo que Quevedo llamó un espíritu valiente. En el plano internacional, y por lo que concierne a Georgia, el único pensador que ha dado la cara ha sido, según creo, Bernard Henri-Lévy, en un artículo escrito a pie de carro de combate, que El Mundo ha tenido el acierto de reproducir. En cambio, son minoritarios y habitualmente silenciados, los intelectuales españoles que denuncian la miseria cultural y moral de quienes dirigen nuestros destinos. Pero atisbo que, entre los jóvenes, comienzan a abundar quienes no están dispuestos a callar o (como dice un proverbio alemán) a tocar la música que decide quien la paga.