En España se manipula para erradicar la visión cristiana de la realidad
Gaceta de los Negocios
El verano de 2008 está marcado por dos acontecimientos de muy distinto formato. Sólo coinciden en dos características. La primera es que tienen lugar en dos lejanos e inmensos países: China, como emergente imperio central, y Australia, isla continental, situada en las Antípodas. La segunda estriba en que han sido seguidas por multitudes provenientes de todo el mundo.
Hasta aquí llegan las semejanzas. La diferencia obvia consiste en que los espectadores de las Olimpíadas las han seguido por imágenes virtuales, es decir, irreales; y no sólo porque algunas de ellas estuvieran trucadas, sino porque lo que la televisión nos ofrece es un espectro de la realidad, sin espacio ni tiempo, repetido interminablemente durante las mil horas de transmisión (trufada de publicidad) de las que se precia TVE. En cambio, los participantes en la Jornada Mundial de la Juventud eran chicas y chicos que (en número mucho mayor que el de los espectadores de Pekín) aparecieron realmente en Sídney, mientras que TVE apenas se dignó a conceder a ese magnífico evento unos minutos de sus telediarios.
Lo que mueve los Juegos Olímpicos es, sobre todo, el dinero. Lo que está por debajo y se oculta violentamente es la opresión de más de mil millones de seres humanos. En cambio, el motor de la JMJ es el entusiasmo juvenil, cuyo trasfondo viene dado por la fe cristiana y el prestigio espiritual e intelectual de Benedicto XVI. Los discursos pronunciados por el Papa en Sídney constituyen un análisis riguroso y profundo de la cultura actual. Tanta clarividencia y valentía son hoy difíciles de encontrar. Quizá por ello los poderes dominantes procuran echar un manto de silencio sobre un enfoque que cuestiona y replantea buena parte de los valores convencionales.
El gran tema de Sídney fue el espíritu, el gran ausente de un mundo que ya Max Weber adivinó como un conglomerado de especialistas sin alma y vividores sin corazón. La crisis de sentido, que provoca tantas patologías psicológicas y sociológicas, es el alejamiento del Espíritu, es decir, de Dios como amor. A estas alturas, sin embargo, muchos jóvenes están cansados de la codicia de los poderosos, de la explotación a los débiles, de las respuestas ranciamente ideológicas y de la decepción de falsas promesas. El laicismo no les dice nada, porque no tiene nada que decir. En su aparente asepsia, la secularización trata de imponer una visión global en la que Dios es irrelevante y sólo importan tres cosas, los tres falsos dioses de que habla Benedicto XVI: los bienes materiales, el poder y el amor posesivo. Sídney estaba llena de jóvenes españoles: ellos sabían por experiencia directa de qué hablaba el Pontífice romano, porque lo que está sucediendo en España es una prolongada manipulación para erradicar la visión cristiana de la realidad e imponer un paganismo light.
El núcleo del mensaje de Benedicto XVI desde las antípodas geográficas e intelectuales se resume en dos frases: el hombre y la mujer son imagen de Dios; Dios es amor. Es una llamada que hace ver la baja calidad de esos tópicos que lanzan cada día los medios de comunicación oficiales y oficiosos. También en ellos se habla con frecuencia de amor. Pero se trata de la confusión primordial entre el amor como donación, que avanza hacia un encuentro vital con el otro, y el puro deseo que estraga los cuerpos y consume las almas. Cuando se repite machaconamente que el Dios cristiano y la Iglesia católica hacen la apología del sufrimiento, mientras que el progreso técnico ha hecho posible la realización del principio del placer, se están ignorando casi dos siglos de historia intelectual y social. Si algo ha quedado claro desde el psicoanálisis freudiano hasta el deconstruccionismo actual es que el puro deseo se autodestruye y que el ideal del mero goce físico se convierte en una utopía perversa.
Continuar aferrados a esa concepción del hombre que está superada tanto en el terreno científico como en el pedagógico, implica traicionar a la juventud. Una educación de calidad antropológica y cívica ha de estar basada en el realismo y en la valoración de la dimensión humana que supera la materialidad.