El pasado 4 de junio pronunció una Conferencia el Dr. Joaquín Navarro-Valls en el Auditorio del IESE. El que fuera tantos años portavoz del Papa Juan Pablo II hizo una síntesis colosal del no menos colosal Pontífice, aderezada de continuas anécdotas y sucesos históricos que no es fácil transcribir salvo que lo haga él, cosa a lo que todos los asistentes le animamos vivamente.
Aunque no ha escrito todavía nada y ni siquiera se ha puesto fecha para hacerlo, con lo que nos dejó en la incertidumbre de si se encerraría a escribir sus recuerdos o una biografía del Papa, salimos con el presentimiento de que está en ello y quién sabe si ante las presiones no lo haga en un tiempo relativamente breve. De su larga y amena conferencia querría destacar, como hizo él, tres aspectos del Papa al que deseamos ver pronto en los altares.
El primero es la excepcional apertura hacia los demás, el profundo interés que siempre tenía hacia el otro. Era como si rompiera esa corteza egoísta de la que nos revestimos estando como a la defensiva de los demás, una apariencia que nos salvaguarde del asalto a la intimidad por parte de los demás. A Juan Pablo II le interesaba siempre llegar a la verdad que hay en el otro; interés por entrar en la persona que le está hablando, por hacerse el cargo de su preocupación. Ese esfuerzo era en él una continua victoria porque había luchado siempre por conseguirlo, no es algo que le viniera dado por naturaleza. Cuando de regreso a Rusia tras el exilio Alexander Solzhenitsyn pasó por Roma, quiso ver al Papa y este hombre, de religión ortodoxa, le dijo al Portavoz: La elección de este hombre es la única cosa que vale la pena en el siglo XX.
Cuando por razones diplomáticas del Vaticano tuvo que viajar Joaquín Navarro-Valls con Mons. Agostino Casarolli a Moscú en 1988 llevaron una carta parece ser que muy extensa del Papa para Mijail Gorbachov con objeto de entregarla en mano, sólo así. Comunicaron al Kremlin el interés de ver a su líder para hacer ese encargo pero sólo a última hora recibieron una llamada diciendo que les recibiría. El Cardenal, vestido como tal, con su fajín púrpura y el Portavoz fueron allá y Gorbachov, amable, no tengan miedo les dijo, leyó la carta allí al momento y muy serio, como quién lee algo que le remueve por dentro, dijo: Decid al Papa de Roma que le contestaré. Y le contestó yendo a verle con Raissa, su esposa el 1 de diciembre de 1989.
Después de la visita, mientras despachaba con el Papa, el portavoz preguntó a Juan Pablo II: ¿Qué impresión le ha dado?. Respondió el Papa: Es un hombre de principios. Santidad insistió el portavoz, y ¿qué es un hombre de principios?, a lo que el Papa respondió: Un hombre que cree firmemente en unas cosas y que por lealtad a esos principios toma decisiones aunque no le agraden.
Otro ejemplo que deja claro el amor de Juan Pablo II por conocer el interior del hombre, tuvo lugar en el avión, camino de Cuba, con los periodistas. Uno le pregunta: Y usted, de Castro, ¿qué espera escuchar?. "¡Quiero oír su verdad!". Justamente porque el Papa era un hombre de principios, de principios cristianos, creía a fondo en la palabra de Dios y allí, en el Génesis, se dice que el hombre fue creado a su imagen y semejanza. Juan Pablo II veía a Dios en el hombre. Por eso, el Papa que nunca se enfadaba sí lo hacía y mucho cuando era violada la persona humana. Gritará muy serio, con santa ira, ¡no a la violencia!, ¡no al aborto!, ¡no a la guerra!, ¡no a la eutanasia!, etc.
El segundo aspecto que llama la atención en Juan Pablo II es la facilidad de alcanzar el diálogo con Dios, el clima de oración en el que la vida interior crece hasta grados de contemplación sublime sin perder de vista lo cotidiano. Recordé él no hizo la más mínima alusión a ello al momento en que falleció el padre del portavoz. En una entrevista concedida la cadena pública de televisión RAI 2, dijo que el recuerdo más bello y conmovedor que guarda de Juan Pablo II tuvo lugar el día del funeral de su padre. Ese día, recordó entonces, que recibió una llamada del propio Pontífice que le dio el pésame y le preguntó por la salud de su madre viuda. Tenía tanto trabajo y aún se había acordado de mí y de mi pobre padre, apuntó conmovido.
La capacidad de hacer tan sencillo lo que es tan difícil el olvido de sí tiene en la vida de oración su explicación. Quien entiende a Dios entiende al hombre y es capaz de penetrar en su corazón. Dios que lo es todo ha querido, por quienes somos en comparación con Él nada, hacerse uno de nosotros; es decir, hacerse nada, anonadarse. Esto explica que si Dios es Humildísimo, sólo quien sea humilde es capaz de entender a Dios y con ello al hombre.
Juan Pablo II encontraba su fuerza en la oración porque encontraba enseguida a Dios y entraba en diálogo con Él. No era algo connatural. Como a todos le costó conseguirlo y luchaba por mantenerlo. Un día le llevaron una revista en la que salía su foto en portada porque había sido elegido hombre del año, y por dos veces dio la vuelta a la revista cuando le insistían en que la viera. Santidad, ¿no le gusta la revista? Quizá es que me guste demasiado, respondió.
La unión con Dios exige entrar en el Castillo interior del alma donde Él habita y para ello hay que tender el puente levadizo y no quedarse en los prados verdes, sesteando. La oración ha de ir avalada por el sacrificio constante. Al Papa, conseguir esa aparente facilidad de orar le costó muchos años y un esfuerzo continuo quizá, del que sabremos más cuando se publiquen los documentos secretos por ahora y que ya estarán recopilados por el proceso de Canonización.
En un viaje por el sureste de India, después de una Eucaristía en un rito oriental, a pleno sol y con un calor húmedo insoportable, deshidratante, que duró más de tres horas y media, el portavoz notó al terminar que todos estaban menos el Papa. Le buscó y no le vio. Al ir a recoger su cartera y otros útiles profesionales debajo del altar, un entarimado hecho de humildes tablas, se encontró al Santo Padre todavía revestido en un reclinatorio dando gracias después de la Comunión, olvidado de todos.
En sus pequeñas vacaciones, el bosque estaba vigilado por la policía italiana y pasaba inadvertida para los habitantes de la casita rústica y humilde del Valle de Aosta donde se hallaban el Papa, su secretario, el portavoz y algún otro acompañante. Junto a la casa había algún guardaespaldas de vigilancia. Al preguntar una mañana el portavoz qué tal la noche le contestó uno de los vigilantes nocturnos hasta las dos bien, pero después se encendió la luz de la habitación del Papa y luego la contigua era la Capilla y que ya no se volvió a apagar hasta el desayuno. El Papa, también en vacaciones, se pasaba noches enteras en oración y luego a caminar ocho horas por la montaña alabando al Creador.
Un tercer aspecto que perfila la figura de Juan Pablo II es su buen humor. La alegría a los 17 años es una obligación, a los 40 años se sustenta en la virtud y el temperamento pero a los 80 años, cuando el cuerpo se deteriora, salen las goteras y se hace agua por tantos sitios, la alegría es todo virtud. El Papa de 58 años era joven para ser Papa y alegre porque era jovial pero el de los 83 seguía siendo jovial porque estaba unido a Dios y Dios es eterno y de ahí su alegría y buen humor siempre. Su cuerpo se deterioró y lo hemos visto todos pero su jovialidad, su alegría, ha permanecido hasta su muerte.
Con su buen humor desconcertaba a propios y extraños. ¿Saben qué idioma se habla en el cielo?, espetó el Papa a las personas de su confianza que lo acompañaban. Perplejos, se miraron, y alguien se atrevió a sugerir: el latín. El Papa, socarrón, dijo: No; el húngaro. ¿Por qué, Santidad? preguntó alguien. Porque aprenderlo, respondió, cuesta una eternidad.
Pedro Beteta. Teólogo y escritor
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