Queridos hermanos y hermanas, después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela que el Señor sepa trabajar con instrumentos insuficientes y me entrego a vuestras oraciones. En la alegría del Señor y con su ayuda permanente, trabajaremos y con María, su madre, que está de nuestra parte.
Con estas palabras, dirigidas al pueblo católico, iniciaba humilde y tímidamente Benedicto XVI su elección como Romano Pontífice. Implorando la ayuda de la Virgen y confiando en las oraciones constantes del pueblo cristiano. No era una pose, era el enorme peso que le había puesto el Espíritu Santo en sus hombros y no podía ni quería dejar la viña del Señor sin capataz. Las reflexiones que hacemos a continuación pueden hacernos intensificar más la petición que aquel día nos hizo Benedicto XVI.
El cardenal Ratzinger residía en Alemania, estudiaba, publicaba, daba conferencias, gozaba de un gran prestigio y, por decirlo de alguna manera aunque muy impropia, estaba instalado en un trabajo muy intenso pero que le gustaba mucho: la investigación teológica.
Cuando el Papa se interesó por él y pretendió llevárselo a Roma, a la Congregación para la Doctrina de la Fe, humilde y tenazmente, se resistió a ello. ¿Qué adujo? Quizá que era mayor, que no era el hombre adecuado. No lo sé. Sí sé que el Papa lo intentó tres veces. Que al final puso algunas condiciones y una era la de poder seguir investigando y publicando, a lo que Juan Pablo II no tuvo ningún inconveniente; aunque lo cierto es que tuvo tanto trabajo después que estas publicaciones mermaron mucho. Pero una vez que el cardenal Ratzinger dijo que iba se entregó en cuerpo y alma en sacar todo lo que el Papa le encargaba con eficacia y brillantez.
Fue pasando el tiempo y la simbiosis se hizo perfecta. Muchas veces Juan Pablo II antes de dar un paso en firme sobre asuntos que no eran de la competencia de Ratzinger, decía: que lo vea antes él. Con todo, ¿cómo decirlo?, soñaba con llegar a los 75 años para poner a disposición del Papa su cargo de Prefecto y regresar a Baviera donde pasar sus últimos años de vida, dedicado a la oración, la investigación teológica, publicando y dando conferencias. Y llegó ese día.
Cumplió 75 años, edad a la que se jubilan los cardenales y, como anhelaba, presentó al Papa su dimisión. Juan Pablo II no se dio por enterado y así transcurrió año y medio. Entonces, el cardenal Ratzinger, hizo su petición esta vez por escrito de manera formal; su carta tampoco fue tomada en consideración por Juan Pablo II. Por último, tres años después de cumplir los 75 volvió a hacer su petición al Papa, para dejar la Congregación para la Doctrina de la Fe y regresar a Alemania, pero esta vez forzó la jugada añadiendo a su petición escrita cinco nombres de personas que, a su parecer, podían sustituirle con suma eficacia.
Aquello parecía ya un filial ultimátum que zanjaría la cuestión del todo. Pero no fue así. Juan Pablo II le llamó y, con su carta en la mano, le dijo: Muy interesante; cinco candidatos. El primero no, el segundo no, el tercero no, el cuarto no y el quinto tampoco. Así que se queda conmigo. Y agachó la cabeza el cardenal alemán. Esto manifiesta muchas otras tantas cosas. Una de ellas es la mutua confianza y el despego del cargo del cardenal Ratzinger. Por otra parte, que Juan Pablo II le necesitaba a su lado. No tenía muchos interlocutores válidos el gran Papa y Mons. Ratzinger era uno de ellos.
Vistas así las cosas, la elección del cardenal Ratzinger para suceder a Juan Pablo II en la cátedra de Pedro, era algo deseable por muchos pero curiosamente impensable para el mismo Ratzinger. Recordemos que en la elección de Juan Pablo II, el cardenal Wojtyla llegó tarde al Cónclave porque el automóvil que le trasladaba se estropeó. Hizo auto-stop y un camionero le llevó directamente a la Plaza de San Pedro, muy justo de tiempo para entrar en el cónclave. De hecho, fue el último Cardenal en entrar. Parecía que sin él nada hubiera pasado y ya lo creo que pasó.
Dos hechos conozco que demuestran qué lejos estaba el cardenal Ratzinger de ser elegido Papa. Tras el fallecimiento de Juan Pablo II, la prensa y la televisión se hicieron eco del mundial acontecimiento que reunió a los mandatarios del planeta yendo ¡cosa insólita!, los tres últimos presidentes de Estados Unidos y, sobre todo, más de tres millones de peregrinos. El primer día, la inmensa mayoría de la población romana, el segundo día gentes de toda Italia y el tercero personas venidas de todas partes del mundo poblaron Roma y coreaban también con pancartas santo, ya.
El portavoz del Vaticano vio conveniente dar una explicación oficial de la trascendencia que había tomado la aclamación popular de santidad y preguntó al decano del Colegio cardenalicio, Mons. Ratzinger, qué y cómo debía enfocar ese fenómeno espontáneo que aplaudía el mundo entero ausente de Roma. Ante esta cuestión, contestó: No se preocupe usted como tampoco me preocupo yo. Eso le compete al Papa que venga después. Bien lejos de su mente estaba, por tanto, que le iba a tocar a él ser quien precisamente abriría acortando los tiempos previstos el proceso de Beatificación tras su elección como Romano Pontífice.
Puede, en uso de su libertad, el elegido en el Cónclave renunciar y de ahí que la consumación del Cónclave tenga lugar cuando el cardenal Camarlengo pregunta al elegido si acepta y lo hace afirmativamente. A Wojtyla, por ejemplo, le suplicó el anciano y tan venerado por él, Wyszynsky, primado de Polonia que si era elegido aceptara. No es necesario justificar por qué se renuncia. El designado se descarta y comienza otra ronda de votaciones por parte de los cardenales. Además, en el caso del cardenal Ratzinger si hubiera renunciado sus motivos eran claros: 78 años son muchos años ya, siempre ha tenido una salud frágil, etc. Pero no, el cardenal Ratzinger, poniéndose en manos de la Virgen y contando con nuestras oraciones aceptó.
No se esperaba él esto, decíamos. Un hecho gráfico, que todos pudimos ver lo demuestra más a las claras. Cuando fue mostrado al pueblo romano y al mundo una vez elegido, a ese pueblo de Dios que eufórico ya daba gracias al Señor sin saber aún quién era el Papa rompió en aplausos y vivas al oír su nombre. El Papa, al extender los brazos, en señal de agradecimiento, vimos como en la bocamanga asomaba un jersey gris oscuro. Es de una lógica aplastante que un cardenal que intuye que tiene alguna posibilidad de ser elegido lleva ¡por prudencia! a la votación camisa blanca debajo de la sotana. Además, hablamos de un cardenal como éste, alemán, que no dejó jamás un hilo suelto. Aquel día se le desmadejó todo el ovillo en el Cónclave.
Se esfuerza en culminar todo lo que Juan Pablo II dejó al morir sin hacer. La gente joven se muere con grandes proyectos siempre y en ellos muestran su jovialidad. Pese a la ingente y titánica labor de su antecesor, Benedicto XVI ha ido concluyendo asuntos pendientes del anterior.
Acabó los comentarios a Vísperas que faltaba en el plan que se hizo Juan Pablo II para enseñar el arte de la oración según anunció en la Tertio millennio ineunte, hizo el viaje a Colonia con motivo de la anunciada Jornada Mundial de la Juventud, sigue acabando de visitar las escasas parroquias de Roma que le quedaron pendiente al Papa anterior, ha viajado a Estados Unidos, ha escrito dos Encíclicas y una Carta Postsinodal al concluir el año eucarístico que dejó incoado Juan Pablo II. Está dando una catequesis preciosa sobre Patrología que era de las pocas disciplinas que dejó pendiente su predecesor, etc.
En suma, desde el primer instante está siendo heroico el Papa actual y muy santo será cuando tantos detractores le salen. Debe estar muy molesto el diablo por la elección del Espíritu Santo. A nosotros nos toca apuntalarle con más oración y sacrificios.
Pedro Beteta, Teólogo y escritor
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |