Para seguir a Cristo (
) no hace falta ser personas extraordinarias ni perfectas, sólo se requiere estar abiertos al amor
Diario de Navarra
En Sydney el Papa ha dicho a los jóvenes que para seguir a Cristo no hace falta ser personas extraordinarias ni perfectas, sólo se requiere estar abiertos al amor.
Al llegar al muelle de Barangoroo, junto al asombro por la belleza del mundo creado, les confía la pena por las heridas de la tierra, como consecuencia de un consumismo insaciable. Y más aún por las heridas en la vida personal y social: la violencia y la explotación sexual, el relativismo y la mentira, la confusión y la desesperación. Pero la vida no se resuelve en el mercado de las opciones, las novedades o las experiencias subjetivas.
Ese es el marketing del laicismo, que oscurece el orden natural y el bien, y los cambia en locura, avidez y explotación egoísta. El olvido de Dios lleva a relegar a los pobres, los ancianos y los inmigrantes; favorece la violencia doméstica y convierte el seno materno, el ámbito humano más admirable y sagrado, en lugar de indecible violencia. Pero nuestro corazón, cansado de codicias, explotaciones y divisiones, aburrido por falsos ídolos y respuestas parciales, decepcionado por falsas promesas, anhela una vida nueva.
En Darlinghurst, Benedicto XVI denuncia los falsos dioses de la muerte: el dios de los bienes materiales (la codicia que aparta de los hambrientos y de los pobres), del amor posesivo (que no es amor sino manipulación) y del poder (que lleva al dominio de los otros y la explotación del medio ambiente natural). Hay que elegir la vida y no la muerte: elegir el amor, el servicio y la generosidad.
Durante la gran vigilia del 19, en el hipódromo de Randwick, les explica cómo la fe cristiana supera las visiones parciales y facilita la coherencia y la certeza. Conduce a un amor que une, que perdura y que es capaz de entregarse para extender el Evangelio. Lo que hace feliz y plena la vida, no es acumular cosas y cosechar éxitos, sino servir, contribuir a transformar las familias, las comunidades y las naciones.
En la misa de clausura, el día 20, les anima a vencer la indiferencia, el desánimo y el conformismo. En las palabras del Papa no hay halagos ni ingenuidad. Tampoco carga las tintas. Les hace ver que, junto con cierta prosperidad material, en el ambiente se expande el materialismo, el vacío interior, el miedo y hasta la desesperación. También la Iglesia está necesitada de nuestra renovación en el modo de pensar y actuar. Les pide protagonizar la aventura del cambio apoyados en la Esperanza.
No es difícil imaginar los rostros cansados y polvorientos de quienes le escuchan. Es como si cada uno en su lengua y entrando a la vez en una resonancia común, estuvieran oyendo: otra vida y otro mundo son posibles, y esa nueva humanidad está ahora aquí, puede nacer con vosotros, en vosotros. Una nueva era del Espíritu está llegando, les anuncia Benedicto XVI. Entonces la vida será respetada, y no temida o amenazada; el amor será puro, fiel y verdaderamente libre, radiante de gozo y de belleza; la esperanza cristiana renovará la faz de la tierra.
Los que estuvieron en Sydney y los demás, y todos los que quieren permanecer jóvenes tienen ante sí la grandeza y el desafío de una nueva era, de un nuevo mundo. Casi un sueño. El mensaje de Sydney continúa en Madrid-2011. Sigue ahí para que todos puedan escucharlo. Ojalá que entonces y después muchos puedan decir: no fue sólo un sueño, fue un comienzo.
Ramiro Pellitero, Profesor de Teología Pastoral en la Universidad de Navarra