La mayoría de los políticos navegan por aguas culturalmente someras
Gaceta de los Negocios
Sueña Tony Blair con que, lejos de ser una reliquia histórica, la fe religiosa pueda desempeñar un papel clave en este mundo cada vez más interdependiente. Lo acaba de afirmar en un artículo publicado por el diario francés Le Monde. Según el ex premier británico, la religión humaniza, da sentido, valores y dimensión espiritual a una globalización caótica que hace perder a los pueblos su identidad y sus referencias.
La globalización ya no aparece como el ungüento amarillo que sanará dolencias y establecerá equilibrios. Baste con pensar en el impresionante fenómeno de las migraciones masivas. Si la sociedad se entiende como una red ilimitada de consumidores y proveedores, regidos casi exclusivamente por leyes económicas, resulta inviable tratar a los inmigrantes como personas iguales y dignas; y tampoco se dispone de recursos morales para exigirles que se integren en un tejido cultural en el que decrecen las convicciones compartidas.
La propia dinámica económica mundial entra en pérdida cuando las perspectivas religiosas y éticas se difuminan. Ya no se sabe qué contraponer a la pura y simple codicia, detectable en la raíz de sonadas catástrofes financieras. Decía Schumacher que la virtud que hoy más necesitamos es la sobriedad. Y algunos sonreían. Pero quizá ciertas sonrisas se han helado en los labios cuando se ha comprobado que el consumismo galopante se encuentra entre las causas de una crisis de gran envergadura. Es intolerable (y arriesgado) que millones de hambrientos tengan que asistir en directo al festín de los poderosos.
El propio Blair, recientemente convertido al catolicismo, advierte que resultó ilusoria la creencia de la Ilustración según la cual el progreso llevaría a la desaparición de las religiones y a la universalización de una moral puramente terrena. No ha sido así. Las religiones perviven tercamente: constituyen, más claramente que nunca, la decisiva instancia de una conciencia humanista y la referencia existencial de una ética que sin ellas se reseca y languidece. Mantener todavía que la religión está en el origen de los enfrentamientos fanáticos es una tesis carente de rigor histórico y sociológico. La violencia terrorista, en concreto, constituye un fenómeno mimético que se inspira en utopías revolucionarias, en las que suele estar presente la virulencia anticristiana.
La mayoría de los políticos españoles navegan por aguas culturalmente someras. No están bien vistos por estos pagos los análisis que trasciendan lo coyuntural. Desde luego, una reflexión como la de Blair aterrizaría entre nosotros cual caída de otra galaxia, a diferencia de lo que sucede en Alemania, Francia o la propia Inglaterra.
Aquí los socialistas militantes de una izquierda ideológica casi desaparecida en Europa están resucitando un laicismo tan oportunista como rancio, que tratan de extremar para que parezca progresista y distraiga al público de la que está cayendo. Las últimas perlas de información económica, por las que se sigue pasando como sobre ascuas, indican que España es el país europeo en el que más ha descendido la venta de automóviles (30% de disminución anual hasta junio, frente al 1% de aumento en Francia), y también el país al que el Fondo Monetario Internacional augura una crisis más drástica. Es dudoso que salgamos adelante a base de quitar crucifijos, suprimir funerales y enseñar en las escuelas teorías ideológicas sectarias y de ínfima calidad intelectual.
Cuando las cosas se ponen feas, conviene buscar lo mejor que se tiene: echar mano de los recursos que dan más de sí. No se trata de activar las vivencias cristianas porque producen bienes sociales. Ya hay integristas y tradicionalistas que así lo plantean. Se trata, por el contrario, de ampliar el horizonte y percatarse de que el cristianismo representa un valor neto, no instrumentalizable, que tiende puentes de armonía con otras convicciones y posee un potencial ético inigualado.
En vez de un cierre sobre prejuicios y autolimitaciones, lo que pide este tiempo de mudanza es una liberación de energías y una apertura a perspectivas de mayor alcance.