Hoy Europa tiene crisis de identidad porque no quiere reconocer sus raíces históricas
Se inaugura el Año Paulino que conmemora los 2000 años del nacimiento del Apóstol de las gentes: un judío celoso practicante de la Torá, un ciudadano romano, y después un cristiano que recorrerá en pocos años más de 15.000 kilómetros para predicar el Evangelio de Jesús en su tierra natal, y dar el salto a Europa hasta llegar a Roma, el altavoz para difundirlo por todo el imperio, llegando incluso a Hispania.
Shaul, Shaul, lámmah ántha radef lí? ¡Saulo, Saulo! ¿por qué me persigues?
Y todo cambió en la vida de joven perseguidor de la secta del Nazareno. Saulo lleva al nombre del primer rey de Israel y había nacido en Tarso de Cilicia, una populosa ciudad con muchos miles de habitantes situada al sur de la península de Anatolia, hoy Turquía, y en el seno de una familia judía. A los cinco años frecuentaba ya la Casa del libro o escuela de la sinagoga para iniciarse en el aprendizaje de la Ley de Israel. Diez años más tarde, cuando tenía quince, marchó a Jerusalén para ser instruido en la exacta observancia de la Ley de sus padres, a los pies del rabino Gamaliel. Y veinte años más tarde recorre veloz los 250 kilómetros desde Jerusalén a Damasco para acabar con aquella nueva secta.
Corría mucho pero fuera del camino, que diría Agustín el obispo de Hipona. Y Dios le puso la zancadilla, cerrando momentáneamente sus ojos para que pudiera abrirlos a la realidad de la fe cristiana. Descubrió así que Jesús se identifica con su Iglesia y que contaba con él para la misteriosa revolución que había consumado en una Cruz plantada en el Calvario.
Los diarios de sus viajes están al alcance de cualquiera en los Hechos de los Apóstoles y en sus cartas, mostrando con realismo que la difusión del Evangelio no es tarea para gente timorata. Buena ocasión es este Año Jubilar para leer despacio estas Actas de sus viajes en el contexto de la primera expansión de la Iglesia desde el Cenáculo en Jerusalén, como si fuera una inmensa reacción en cadena que beneficiará al corazón de los hombres para siempre. Pablo pisó tierras europeas en su segundo viaje al llegar a la ciudad de Filipos en Macedonia y allí prendió la fe en Lidia, vendedora de púrpura y temerosa de Dios.
Pero enseguida Pablo comprobó que la libertad religiosa deja mucho que desear y acabó con sus huesos en el calabozo cuando alguno vio peligrar su negocio de adivino y sublevó a la plebe. A medianoche mientras oraba junto con su compañero Silas se abrieron milagrosamente las puertas de la cárcel y el propio carcelero reconoció que Dios estaba interesado en el asunto llegando a bautizarse con toda su familia.
Hoy Europa tiene crisis de identidad porque no quiere reconocer sus raíces históricas en el pensamiento griego, el derecho romano y el corazón cristiano, que han producido el milagro de la civilización occidental, y se hizo posible por la fidelidad de Pablo a Jesus de Nazaret en unión con la roca de Pedro, el primero entre los apóstoles de Jesucristo.
En su reciente discurso en al Real Academia de Doctores, el Cardenal Rouco Varela recordaba que la libertad religiosa y de conciencia es previa al ordenamiento jurídico estatal pues, en realidad pertenece a la ley natural, la más democrática del mundo que permanece inscrita en el corazón de hombre, pero que algunos se empeñan en presentar como algo superado por la aconfesionalidad del Estado, entendida como laicismo beligerante contra el cristianismo. Porque la dictadura del relativismo señalada por Benedicto XVI necesita borrar la verdad objetiva y las huellas de la ley inmanente al hombre, para ensayar otra civilización en que el Estado sea educador de las conciencias, suplantando definitivamente el derecho de los padres y verdad trascendente de la religión.
Tenía razón G.K.Chesterton y otros grandes intelectuales cuando, también en época de crisis, defendían el carácter público del cristianismo y la capacidad de la fe para configurar una sociedad más humana, donde se respeten los derechos, empezando por el derecho a la vida. Porque como también ha dicho el politólogo G.Weigel, el Estado que deja de proteger a las personas, termina por matarlas, según estamos viendo con el crecimiento de los abortos y con el anuncio de una nueva ley de plazos desde el actual Gobierno español. Contradice así a la ciencia que avanza descubriendo con más detalle la singularidad humana del embrión desde el momento de la concepción, pero también contra el derecho pues nunca será tal matar a un ser humano, ignorando voluntariamente que la vida es el primer derecho del hombre.
Ahora bien, tanto Chesterton, como otros conversos del pasado o del presente, sea un intelectual como Newman, una noble italiana A. Borguese, un matrimonio norteamericano de apellido Hann, el periodista islámico Magdi Allam, o un actor como Eduardo Verástegui, muestran todos ellos con claridad que los cristianos hemos de implicarnos directamente para salir de la crisis, aportando la coherencia vital con la fe que Pablo descubrió un día camino de Damasco y que le llevó a gastar su vida por los caminos del mundo.
El logotipo de este Año Paulino se compone del Evangelio como libro abierto para quien lo quiera leer, con la cruz al principio de una página y la llama del amor en la otra. En medio está la espada, el instrumento del martirio de Pablo. Y todo está rodeado por una cadena de nueve eslabones en la que podemos ver las trabas que los hombres ponemos a las palabras de Dios, pero también la fuerza indestructible de la comunión en la fe de Jesucristo. De hecho es la reliquia más importante que conservamos del Apóstol de la Gentes pues estuvo sujeto a ella entre el año 61 y el 63.
Shaul, Saulo, Pablo, el judío, el romano, el cristiano vio a Cristo desde la ceguera y vivió sólo para transmitir fielmente la buena nueva de la salvación obrada por Cristo desde la cruz en beneficio de todos los hombres. Sí, Europa tiene una deuda con Pablo de Tarso el perseguidor que llegó a ser el infatigable predicador de Jesucristo. De él dijo: Yo le mostraré cuánto habrá de padecer por mi nombre; y Pablo reconoce que cinco veces recibió azotes de los judíos, una vez fue lapidado, tres veces naufragó, sufrió peligros de ríos, de ladrones, de los de su raza y de los gentiles, también de los falsos hermanos; todo con trabajos y fatigas frecuentes, vigilias, hambre y sed; pero sobre todo la responsabilidad y desvelo por la Iglesia de Jesucristo que se identifica con los suyos. En cualquier caso Pablo fue un hombre feliz y santamente eficaz pues para él vivir es Cristo, y el morir una ganancia.
En el segundo milenio de su nacimiento celebramos el Año Paulino para aprender algo de un santo excepcional y un líder humano sin precedentes, que contagió la aventura maravillosa de una vida comprometida con la fe aquel día que Jesús le puso la zancadilla camino de Damasco.
Jesús Ortiz López. Doctor en Derecho Canónico