Es el camino de la felicidad compartida elevando muy alto la dignidad de los padres para no caer en liberaciones falsas que esclavizan más que liberan
AnalisisDigital.com
Hace cuarenta años, el 25 de julio de 1968, Pablo VI firmó la encíclica Humanae Vitae sobre la recta regulación de la natalidad dirigida a todos los católicos y a los hombres de buena voluntad. La anticoncepción hormonal, que separa la sexualidad de la procreación, se había generalizado y se esperaba una respuesta por parte del Magisterio a una situación moralmente conflictiva.
Pablo VI, en contra de unas mayorías significativas tanto dentro como fuera de la Iglesia, ratificó el Magisterio sobre la ilicitud de recurrir a medios artificiales para hacer infecunda la unión conyugal. Sabía que las enseñanzas expuestas en la encíclica no serían fácilmente aceptadas por todos (p.18) anticipando que la Iglesia iba a ser de nuevo signo de contradicción por su fidelidad a la ley moral, natural y evangélica, y así ha sido. Han pasado cuarenta años y se comprueba que el Papa tenía razón.
La anticoncepción hormonal y ahora también la contragestación (píldora del día después) es una técnica y como toda técnica es un ejercicio de poder humano ─lo que podemos hacer─ que debería estar sometido a un justo análisis moral que ha brillado por su ausencia durante estos años. Quizá alguien no comprenda el daño que se oculta detrás de la anticoncepción, pero los frutos de la mentalidad cerrada a la vida son muy claros: rupturas familiares, abortos en número creciente cada año, reproducción asistida, embriones para investigación y un largo etcétera.
Cronológicamente las consecuencias también son claras ya que la encíclica es de 1968 y la despenalización del aborto fue en 1973 en EEUU y en 1985 en España. El origen de este desorden nace en la ruptura entre relación sexual y su consecuencia natural: el hijo. Cuando rompemos el vínculo natural entre sexualidad y procreación ambas pierden su valor: la sexualidad entra en la espiral del goce por el goce sin atisbo de responsabilidad sobre ella y el útero materno deja de ser el lugar digno que corresponde al hijo. La anticoncepción ha desfigurado las relaciones entre el hombre y la mujer y la vida del hijo está ahora a merced de los padres y científicos.
Si en 1968 la encíclica no tuvo aceptación, basta abrir los ojos para ver cómo estamos cuarenta años después. El problema está en que desde fuera de la Iglesia nada tiene sentido. Todo empieza a esclarecerse cuando con actitud humilde se llama y se busca, entonces, desde dentro y con humildad de corazón, todo va adquiriendo su luz y sus razonables porqués.
Nadie ha proclamado tan alto y tan fuerte la dignidad de la sexualidad conyugal como la Iglesia Católica. Juan Pablo II se lamentó de que por desgracia, la gente no escucha más que los no de la Iglesia. Pero la respuesta de Dios al amor humano es un sí entusiasta (6/02/1987). Es un sí entusiasta a la guarda de los jóvenes para el matrimonio, a la responsabilidad de los actos libres de los padres que siempre saben anteponer el bien del hijo que ha de nacer a su unión; a una regulación responsable de los nacimientos, respetando los ciclos de fertilidad de la mujer que le son propios cuando las circunstancias aconsejan retrasar o evitar un nuevo embarazo. Todo esto no es un natalismo a ultranza del que tantas veces se acusa a la Iglesia, es amor del bueno y responsabilidad de ambos cónyuges en lo que les es propio. Es el camino de la felicidad compartida elevando muy alto la dignidad de los padres para no caer en liberaciones falsas que esclavizan más que liberan.
La Iglesia sigue siendo un signo de contradicción, especialmente en Europa, en su defensa del matrimonio entre un hombre y una mujer, fieles y abiertos a la vida. También lo es en la defensa del hombre desde la concepción en el lugar que le corresponde hasta su muerte natural. No se inventa nada, reconoce la realidad y la eleva a los altos designios queridos por Dios para los esposos. Podemos pensar que es un camino exigente, pero en él se oculta la fuerza que cambiará el mundo: el amor humano reflejo del Amor de Dios. Por esto el ataque ha sido tan brutal y el mensaje distorsionado y silenciado por muchos.
Isabel Viladomiu Olivé. Psicóloga, Máster en Bioética y Derecho