Bien podemos afirmar que nuestro modo de vivir no es ajeno a la crisis de la verdad, que se traduce en imposición osmótica de sucedáneos
Las Provincias
Mucho antes de que Jesús afirmase que vino a este mundo para dar testimonio de la verdad y dijera que quien es de la verdad escucha su voz; mucho antes de la respuesta escéptica de Pilatos -¿qué es la verdad?-; seguramente desde que existen personas que piensan, estas han buscado la verdad, porque los hombres apetecen naturalmente saber, como escribió Aristóteles.
Cosa distinta es que la verdad sobre Dios y el hombre tenga su plenitud en Cristo. Y también es tema diverso que se acierte en la búsqueda y hasta que se niegue su posibilidad. Sin embargo, tan dentro del ser humano está el ansia de verdad que hasta sus detractores montan "verdades" creíbles, para buscar clientes que compran, votan o difunden sus ideas.
La noción natural de verdad viene a coincidir con el sentido común plasmado en la expresión de que la verdad no tiene más que un camino. O como decía aquel sencillo hombre del pueblo: lo que es, es. No obstante, en ocasiones parece que no. Algunos no cumplen el axioma de que algo no puede ser y no ser a la vez bajo el mismo respecto. Como los sofistas -a quienes Platón despreciaba-, pueden ofrecer una mercancía, una idea, una opinión, una acción con una versión y su contraria. Hay expertos en marketing y en imagen -no diré que todos- que trabajan así.
Las consecuencias morales son duras, porque ese afán de vender ideas, productos o decisiones políticas a base de crear "verdades" que no lo son, degrada la sociedad, siembra desconfianza y conduce al desinterés por la verdad, lo más específicamente humano junto al amor. Una persona, manejada de este modo, se vacía, no valorará rectamente su libertad y queda a merced del anuncio, del pensamiento dominante, del medio de comunicación influyente, que casi siempre quiere decir: del poderoso. Se pierde la capacidad crítica necesaria para juzgar teorías, ideas o conductas, no para condenar a nadie, pero sí para no dejarse arrastrar por la ola de modas que dificultan la reflexión.
Bien podemos afirmar que nuestro modo de vivir no es ajeno a la crisis de la verdad, que se traduce en imposición osmótica de sucedáneos. El relativismo, por ejemplo, desea hacernos impotentes para captar las verdades más hondas y necesarias de nuestra existencia. Y, descolgados de ellas, quedamos muy por debajo de nuestras posibilidades: auténticas falsedades sobre la vida, la educación, el trabajo, las leyes, el juicio sobre el acontecer de la política, la cultura, la investigación, etc., se nos aplican sin resistencia.
En la era del consumismo, nos convierten en compradores de "verdades" falsas o débiles. Pero "un hombre de conciencia es el que no compra tolerancia, bienestar, éxito, reputación y aprobación públicas renunciando a la verdad". Así lo afirmó el cardenal Ratzinger en su obra Verdad, Valores y Poder.
Si nuestra conciencia pierde su contacto con las verdades profundas, se subjetiviza y yerra con harta frecuencia. Acabamos por llamar conciencia a lo que es mera subjetividad. Decía Juan Pablo II en Veritatis Splendor: "Si existe el derecho de ser respetado en el propio camino de búsqueda de la verdad, existe aún antes la obligación moral, grave para cada uno, de buscar la verdad y de seguirla una vez conocida". El pensamiento dominante, al tildar de fundamentalista al que habla de la verdad, no respeta ni el camino ni la obligación de buscarla. El resultado es patente: cercena en sus raíces el saber lo que somos, de dónde venimos, adónde vamos. Y siempre, detrás, la cuestión de Dios. Todo esto no es algo exclusivo de la Iglesia, es natural.
En su obra El Dios de los cristianos, Ratzinger escribió: "La conciencia está por encima de la ley: discierne entre una ley recta y una ley que constituye una injusticia. Conciencia significa preponderancia de la verdad. Pero esto quiere decir que la conciencia no es el gusto erigido en principio, sino la expresión de la fe en la secreta participación del conocimiento humano en la verdad". La conciencia nos desafía a buscar la verdad, sin permitir imposiciones al uso, sobre todo las que nos deterioran.
Tomás de Aquino decía que la verdad no es sino la adecuación de la cosa al intelecto, lo que sucede cuando el intelecto concibe la cosa como es. Si se piensa que la libertad crea la verdad, se invierten los términos y se subjetiviza la realidad, que acaba por no importar. Con esta concepción es fácil construir "verdades" para la venta. Los marxistas vivían de la ortopraxis, es decir, de la "verdad" que convenía al momento.
No pensaba así Aristóteles, quien hizo en su Metafísica una crítica consistente al escepticismo. Allí mismo escribió: "Se ajusta a la verdad el que piensa que lo separado está separado y que lo junto está junto, y yerra aquel cuyo pensamiento está en contradicción con las cosas". Sencillo, pero algunos no lo encuentran práctico.