Lo que acaba sucediendo es que el poder es el que determina qué tiene que valer más y qué menos
Gaceta de los Negocios
Desde la misma creación del Ministerio de Igualdad era previsible que en esta Legislatura asistiéramos a una sostenida campaña gubernamental de corrección política, paradójica mezcla de relativismo moral y despotismo dogmático, dirigida a la destrucción sistemática de los principios y valores que han conformado la cultura occidental.
Las primeras manifestaciones públicas de la nueva ministra nos han ofrecido ya su estatura intelectual y su predisposición política, que, combinadas entre sí, conducen a esperar de ella la supresión de todo valor objetivo. Si en nombre de su peculiar modo de entender la igualdad todo vale lo mismo, el resultado es que nada vale nada; pero como es imposible convivir en estas condiciones, lo que acaba sucediendo es que el poder es el que determina lo que tiene que valer más y lo que menos, y se actúa empleando para imponer sus criterios toda la fuerza coactiva del Estado. Orwell puro. Obviamente, cualquier parecido de esto con la libertad es puramente ilusorio.
La superchería, de este modo, se instala en la legislación, en las costumbres, en la opinión pública, y se llega a otorgar carta de naturaleza a absurdos que pueden ser trágicos, como ocurre con el aborto o la eutanasia, presentados como favores que se hacen a las víctimas a las que se quita la vida.
Hay un enorme escándalo en Canadá por el otorgamiento de la máxima condecoración civil al tristemente célebre médico Henry Morgentaler, iniciador del negocio del aborto en aquel país en 1968, y dueño hoy de seis prósperas aborterías. La razón de su ingreso en la Orden de Canadá son sus servicios a las mujeres y su liderazgo en terrenos como el humanitarismo y los derechos civiles. Varios miembros de la Orden han devuelto su distinción, y una encendida polémica sacude al país. Se conoce que la sociedad canadiense no está aún lo bastante embrutecida para soportar una cosa así.
En Gran Bretaña, Mike Wilson fue amenazado con ser arrestado por los responsables de un centro público de rehabilitación porque fue sorprendido alimentando a su madre, de 91 años, a la que se había dado morfina y después se la había catalogado como demente. La rehabilitación consistió en drogarla y dejarla morir por deshidratación.
Así funciona: el delito es un derecho; rehabilitar a una anciana es dejarla morir deshidratada; trocear a una no nacida sana es humanitario; las sectas son religiones; las parejas homosexuales son matrimonios. La verdad es la mentira. La esclavitud es la libertad. Orwell puro.
De lo que está pasando sólo no se dan cuenta los que no se quieren dar cuenta, y creen, por ejemplo, que el ruido del congreso del PSOE con estos asuntos es sólo para desviar la atención de la crisis.