Ser cristiano con obras choca con el ambiente actual, es una rebelión, una trasgresión del relativismo, laicismo, consumismo y otras modas o leyes
Levante-Emv.com
Trasgredir es quebrantar, violar un precepto, ley o estatuto. Pero ahora también se entiende por trasgresor el que rompe con los cánones, sobre todo en el arte, la literatura y la moral. Si uno da un paseo por Internet, hallará poetas, músicos, pintores, cineastas o especialistas del marketing que se dicen trasgresores. Y resulta que esa violación de lo establecido es meritoria y políticamente correcta. Pero se me escapa si es necesario trasgredir en un determinado sentido para recibir este calificativo en alza.
Si la última condición no es imprescindible, afirmaría que los católicos somos unos grandes trasgresores. Sirven al respecto estas palabras de Camino:
- ¿Y en un ambiente paganizado o pagano, al chocar ese ambiente con mi vida, no parecerá postiza mi naturalidad?, me preguntas. Y te contesto: Chocará sin duda, la vida tuya con la de ellos: y ese contraste, por confirmar con obras tu fe, es precisamente la naturalidad que yo te pido.
También son del fundador del Opus Dei unas declaraciones de 1967: «La religión es la mayor rebelión del hombre que no quiere vivir como una bestia, que no se conforma -que no se aquieta- si no trata y conoce al Creador».
Bastan esas ideas para concluir que el católico que vive su fe es un trasgresor del pensamiento dominante. La fe exige ciertamente una valentía y un coraje que no suelen pedirse a los trasgresores al uso. Efectivamente, ser cristiano con obras choca con el ambiente actual, es una rebelión, una trasgresión del relativismo, laicismo, consumismo y otras modas o leyes. Incluso defender lo natural -nada más natural que la vida- es trasgredir los usos de nuestra sociedad. Se censura a los creyentes que piensan, por ejemplo, que el embrión es un ser vivo, aunque lo dice la biología y no es la fe quien determina esta ciencia. Sin embargo, es una trasgresión. Un inciso: las verdades no son tales porque lo diga la Iglesia, sino que la Iglesia las afirma porque son verdades.
Si hablamos de la castidad de solteros o casados -éstos usando rectamente del matrimonio- la trasgresión es de locura. Cuando se dice que la castidad es posible, que es una virtud positiva y alegre, que da alas para amar más y mejor, que el sexo es un don para participar en el poder creador de Dios, todo ello constituye una violación enorme de lo que se difunde por ahí: el sexo a todo trapo, que sólo acaba engendrando, no hijos, sino tristeza, hastío y degradación.
Una familia de tres hijos o más se considera un enemigo público, a pesar de que, hasta para la economía, parece preciso elevar la natalidad. Pero si ese matrimonio afirma que cumple con gusto lo que Dios espera de él, es mirado como una rareza, entre el estupor y el asombro. Incluso basta expresar la fe en Dios o la asistencia a la misa dominical para que pregunten: pero, ¿tú crees todavía en eso? Pues sí. Y, además, es el fundamento de mi vida, me hace mejor ciudadano, y lo caduco son muchas modas que han pasado, mientras permanece la rebeldía de los hijos de Dios.
Consecuencia de la fe es apartarse del consumismo, extraño al desprendimiento cristiano, que busca más el ser que el tener. Pero choca con la manía de los coches aparatosos, los televisores enormes en diversas habitaciones del hogar, la ropa de marca, la ostentación. Pues se necesitan trasgresores para vivir como quienes nada tienen poseyéndolo todo, según dice san Pablo. Se busca un corazón libre para servir a Dios y a los demás.
Es trasgresor el uso limpio de la libertad constructiva, que busca sin imposiciones la verdad y el bien a fin de ser veraces y buenos, utilizando esa libertad para hacer presente a Dios dondequiera que nos encontremos, sin alharacas, pero sin miedos. También suena a disparate dar la cara al dolor, a la escasez, a nuestras limitaciones que, si bien luchamos por eliminar, nos unen a Cristo muerto en la cruz trasgresora, que continúa siendo locura y escándalo como en los inicios del cristianismo. También lo es afirmar que «no se puede gobernar la historia con meras estructuras materiales, prescindiendo de Dios. Si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede ser buena. Y la bondad del corazón sólo puede venir de Aquel que es la Bondad misma, el Bien» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret). Los mártires han dado su vida por afirmar la soberanía de Dios sobre todo. No han impuesto nada a nadie. El verdugo se les ha impuesto a ellos.
Pablo Cabellos Llorente
Sacerdote. Doctor en Derecho Canónico y en Ciencias de la Educación