El Prelado del Opus Dei acaba de realizar una visita pastoral a Asturias. Comenzó el viernes y acabo el domingo, 6 de julio, invitado por el arzobispo de Oviedo, monseñor Carlos Osoro, con motivo de la celebración del Año Jubilar de la Cruz de los Ángeles y de la Cruz de la Victoria.
Incluimos las palabras dirigidas por el Prelado del Opus Dei en Covadonga, las dirigidas por Mons. Osoro antes de la celebración de la Santa Misa en la Catedral de Oviedo, y la homilía pronunciada por Mons. Javier Echevarría.
No cabían más actos para una visita tan breve, pero intensa a la vez. El prelado de la Obra comenzó su visita a Asturias en Covadonga, continuó el sábado con una Eucaristía en la catedral de Oviedo junto al arzobispo, rezó ante las reliquias que allí se veneran, y tuvo varios encuentros con numerosas personas. De fondo, Sydney y el Papa: pidió a todas y a todos que acompañen al santo Padre con la oración.
Lo primero, Covadonga
La estancia del Prelado en el Principado comenzó en la tarde del viernes, día 4, en el santuario de Covadonga. Allí fue recibido por monseñor Osoro, con quien rezó durante media hora ante la imagen de la Santina en la Santa Cueva. Agradezco mucho al señor Arzobispo la oportunidad que me ha dado de poder hacer la oración a los pies de esta imagen de la Virgen, ante quien rezó con tanta devoción, durante muchos años y en distintas ocasiones, San Josemaría Escrivá, indicó monseñor Echevarría a las varias decenas de personas, jóvenes en su mayoría, presentes en el recinto de roca.
El prelado subrayó que en aquel mismo lugar, en los años 40, el fundador del Opus Dei puso en las manos de la Virgen lo que tantas veces nos ha aconsejado con su palabra y con sus escritos: que la razón más grande de nuestra vida es encontrar a Jesucristo, seguirle muy de cerca, tratarle y darle a conocer.
Veneración de las reliquias en la Catedral de Oviedo
El sábado, monseñor Echevarría visitó las reliquias que alberga la Cámara Santa de la catedral de Oviedo, en particular el Santo Sudario que cubrió el rostro de Jesucristo, y las dos cruces cuyos centenarios se celebran: la de los Ángeles (regalo del Rey Alfonso II a la Iglesia de Oviedo en el año 808) y la de la Victoria (obsequio del Rey Fruela II, justo un siglo más tarde).
Monseñor Osoro guió la visita y oró con el prelado ante las preciadas reliquias. Una familia numerosa de Oviedo regaló a monseñor Echevarría una reproducción de la Cruz de la Victoria. A continuación, el Arzobispo, el prelado y el Obispo auxiliar, monseñor Raúl Berzosa, compartieron un almuerzo en el Arzobispado.
Por la tarde, el arzobispo, el prelado y el obispo auxiliar concelebraron una Eucaristía en la catedral junto a otro grupo de sacerdotes: el templo estaba abarrotado y con las puertas abiertas; asistieron unas 2.500 personas, en parte provenientes de las regiones limítrofes.
La ceremonia se inició con un saludo del Arzobispo: entre otras cosas, animó a los fieles presentes a hablar de Dios, que consiste en llevar a todos a hablar con Dios. Y en ese trato con Dios, Él va guiando nuestra vida por el camino del bien y de la verdad. Por otra parte, en todos los miembros de la Obra, el amor y la pasión por la Iglesia de Jesucristo, por su misión, es muy fuerte. Las preocupaciones por la familia, la educación de los hijos, las vocaciones, el trabajo ordinario bien realizado o realizado extraordinariamente, son facetas que distinguen a quienes se sienten miembros de la Iglesia y viviendo de esa espiritualidad y modo de vivir que fraguó el Señor en el corazón de San Josemaría.
En su homilía, el prelado dijo que la Santa Cruz es signo y garantía de victoria en la lucha por la santidad, y añadió que los cristianos somos los grandes defensores de la libertad, contra toda clase de esclavitudes y totalitarismos, antiguos y nuevos. El prelado instó a practicar una santa rebeldía basada en la fe, la esperanza y el amor.
Al final de la Misa, el Arzobispo encabezó una procesión por el interior del templo portando la Cruz de la Victoria. Monseñor Osoro y monseñor Echevarría bendijeron a los fieles con la reliquia.
El domingo por la mañana, al igual que en la víspera, monseñor Echevarría mantuvo un encuentro con miembros del Opus Dei. Fue el último acto de su visita a Asturias, que concluyó al filo del mediodía.
Momentos antes de su despedida, monseñor Echevarría tuvo unas palabras de particular gratitud dirigidas hacia el arzobispo de Oviedo. Me ha dado mucha alegría visitar en su casa y en su catedral a don Carlos, a quien me unen lazos de amistad y de fraternal afecto, señaló.
Con la vista en Australia, junto al Papa
Al igual que en otros discursos públicos del fin de semana, monseñor Echevarría animó a rezar por el Papa Benedicto XVI, y en particular por su inminente viaje a Australia para presidir la Jornada Mundial de la Juventud. Que acompañéis al Papa, que le queráis con toda el alma, que os sintáis hijos de tan buen Padre común y que le acompañéis también en este viaje que va a emprender.
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Palabras del Prelado del Opus Dei en Covadonga
Agradezco mucho al señor Arzobispo la oportunidad que me ha dado de poder hacer la oración a los pies de esta imagen de la Virgen, ante quien rezó con tanta devoción, durante muchos años y en distintas ocasiones, San Josemaría Escrivá. Puso en las manos de la Virgen lo que tantas veces nos ha aconsejado con su palabra y con sus escritos: que la razón más grande de nuestra vida es encontrar a Jesucristo, seguirle muy de cerca, tratarle y darle a conocer.
Si queremos encontrar un atajo que nos lleve con toda seguridad a este único camino, que es nuestro Señor Jesucristo ya que Él ha dicho que es Camino, Verdad y Vida, recurramos a Santa María, que es la persona que ha tenido el gran privilegio, la gran responsabilidad y el gran acierto de tratar con más cercanía y con más intensidad a nuestro Señor Jesucristo.
Sed muy marianas, sed muy marianos, y seremos así mucho más de Cristo. Nos conviene aprender esa lección de que, en todo momento, Ella nos lleva a buscar a Cristo. También cuando por cualquier circunstancia lo hemos perdido o no lo hemos tratado como debiéramos. Ella tiene toda la suavidad de la fidelidad, tiene toda la entereza de la entrega, tiene toda la alegría de quien cumple su deber.
Por lo tanto, poniéndonos en sus manos, es camino seguro, de una parte, para que nos hagamos más íntimos de Jesucristo. Y de otra parte, para que sintamos sin ningún miedo la necesidad -sin ningún respeto humano-, la necesidad de hacer apostolado con toda nuestra vida. En estos momentos, tan estupendos, momentos en los que se necesita que los católicos tengamos conciencia de la responsabilidad que nos ha correspondido, porque, sin más méritos que la bondad y la misericordia de Jesucristo, nos ha elegido para contar con nosotros en esta única Iglesia verdadera.
Pues es el momento de vivir con coherencia una predicación con nuestra vida. No se trata de que hagamos cosas raras porque nos están mirando. Podemos ir mirando nuestra jornada, nuestra respuesta cotidiana, y descubriremos tantos momentos en los que podemos estar más con Cristo, vivir más con Cristo, pegarnos más a Cristo.
Además, se está celebrando en esta Archidiócesis el Año de la Cruz. No tengamos miedo a la cruz. San Josemaría, el gran contemplativo itinerante, como lo han llamado en la Santa Sede -con los decretos de beatificación y canonización-, es un contemplativo itinerante que ha enseñado un camino estupendo, el de la lux in crucis, requies in crucis, gaudium in crucis.
La luz verdadera tiene esa cruz salvadora. Y a veces cuesta, pero es tan amable encontrarse en el trono de Jesús. Requies in crucis Ahí podemos descansar dejando todas las pequeñas o grandes preocupaciones que tengamos. Sentid la bondad del Señor, meteros en sus llagas y os sentiréis comprendidas y comprendidos. Y, finalmente, gaudium in crucis: que experimentemos siempre que estar con Cristo es estar cerca de la cruz; y estar cerca de la cruz es estar con Cristo, que es la infinita felicidad que quiere traernos a nosotros también, pidiéndonos que sepamos renunciar a ese yo. Un yo que, como decía San Josemaría, es el mejor amigo que tenemos y, al mismo tiempo también, el peor enemigo. Pues procuremos rechazar todo lo que nos aparte de Dios y llevar este Dios nuestro.
No quiero terminar sin pediros, no para que lo hagamos solamente ahora, sino para que lo hagamos constantemente: que acompañéis al Papa, que le queráis con toda el alma, que os sintáis hijos de tan buen Padre común y que le acompañéis también en este viaje que va a emprender. No esperaba que el Señor le pusiese esta carga sobre sus hombros. La ha aceptado con entera generosidad, y esta aceptación le lleva a querer servir allí donde le piden las almas que le están esperando.
En este viaje que va ha hacer, largo, cansado, que supone un cambio de husos horarios, que supone también un cambio de orden en su vida con respecto al de Roma, necesita el cariño, necesita la oración, necesita que nosotros ofrezcamos alguna expiación por el Papa. Os puedo decir que a todos nos lleva en su alma, que de todos espera una correspondencia generosa, que quiere que le ayudemos a llevar la Iglesia recordando aquello que dijo en su homilía de inicio del Pontificado: Mi programa no es hacer mi voluntad, sino que mi programa es hacer la Voluntad de Dios.
Pues con María, con los santos que tenemos en el cielo y -yo lo digo con toda sinceridad y también con necesidad- con la intercesión de San Josemaría, pedimos por la Iglesia, por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes, por los seminaristas y por el pueblo de Dios. ¡Que todos somos Iglesia, eh! Aquí no hay unos que sean más Iglesia. Vosotros también sois Iglesia y tenéis la responsabilidad de querer hacer las cosas santificándoos para santificar, santificándoos para ayudar, santificándoos para llenar este mundo nuestro de la alegría de Dios.
Que Dios os bendiga. Yo voy a hacer ahora un tiempo de oración.
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Palabras del arzobispo de Oviedo, Mons. Osoro al comenzar la Santa Misa en la Catedral
Excelencia Reverendísima, en nombre de esta Iglesia Particular de Oviedo, muchas gracias por su presencia entre nosotros en este Año Santo de la Cruz. Bienvenido a esta Archidiócesis de Oviedo. Con su presencia sentimos el gozo de la cercanía del gran Santo español del s. XX San Josemaría. En nombre de todos los que estamos aquí reunidos siento la necesidad y la responsabilidad, de dar gracias a Dios por el carisma que el Señor quiso entregar a la Iglesia, para el servicio de todos los hombres, a través de San Josemaría, a quien S. E. tuvo la dicha y la gracia de conocer y trabajar con él. Carisma que está presenté en esta Iglesia de Oviedo y que enriquece y da belleza a esta Iglesia Particular.
Muchas son las aportaciones que la Iglesia y que la fe cristiana hizo y sigue haciendo a esta humanidad. Cuando la semilla del Evangelio cae, ciertamente aparece el humanismo verdadero o el humanismo verdad, aparece un nuevo humanismo. La Obra ha incidido de manera especial en hacer estas aportaciones a los hombres para que las viviesen en la vida ordinaria. Y estas han sido fundamentales: en el orden de la verdad, en el orden de la comprensión de la historia, en el orden del comportamiento moral, en el orden de la convivencia, en el orden del último sentido de la vida humana. Hoy por todas las partes de la tierra se extiende la manera de vivir que el Señor quiso revelar y hacer presente en San Josemaría.
Gracias Don Javier, porque como Prelado del Opus Dei, tengo que decirle, que todos los miembros de Obra están ayudando aquí en Asturias a que la Iglesia Metropolitana de Oviedo, ofrezca a la sociedad: 1) razones para ser, fortaleciendo la vida personal; 2) razones para hacer, con un fortalecimiento el orden moral; 3) razones para convivir que en definitiva es el fortalecer la convivencia. Todo ello experimentando en el día a día, que la fe es muy humana y muy humanizante; la fe crea un clima en la que todos nos sentimos a gusto y amablemente interpelados a dar lo mejor de nosotros mismos. Esta verdad se expresó de una forma particular en la vida de San Josemaría. Él habló con fuerza y con eficacia sobre Dios y lo hizo desde una clara identidad cristiana y sacerdotal. ¡Qué sucedía en su vida cuando hablaba de Dios y de las cosas de Dios! Que como lo hacía desde la alegría de haber encontrado a Dios en fondo de su corazón, conmovía a los demás con la fuerza de su palabra. Algunos de los que estáis aquí habéis sentido esa conmoción pues lo conocisteis y tuvisteis encuentros con él.
Querido Don Javier, su presencia como sucesor de quien fundó y estuvo al frente de la Obra, San Josemaría, nos hace recordar algunas palabras suyas, de una actualidad muy grande para nosotros. Cuando la Iglesia nos está llamando a realizar una nueva evangelización en ardor, método y expresión, hemos de recordar aquellas palabras de San Josemaría: "aleja de ti esos pensamientos inútiles que, por lo menos, te hacen perder el tiempo" o "no pierdas tus energías y tu tiempo, que son de Dios, apedreando perros que te ladren en el camino" o esta otra, "eres calculador. No digas que eres joven. La juventud da todo lo que puedes: se da ella misma sin tasa". "Frecuenta el trato del Espíritu Santo -el gran desconocido- que es quien te ha de santificar. No olvides que eres templo de Dios. El Paráclito está en el centro de tu alma: óyele y atiende dócilmente sus inspiraciones".
Permítame mi atrevimiento, pero así he visto a la Obra en su trabajo apostólico en todos los lugares donde he vivido mi ministerio: que la meta de hablar de Dios consiste en llevar a todos a hablar con Dios. Y en ese trato con Dios, Él va guiando nuestra vida por el camino del bien y de la verdad. Por otra parte, en todos los miembros de la Obra, el amor y la pasión por la Iglesia de Jesucristo, por su misión es muy fuerte. Las preocupaciones por la familia, la educación de los hijos, las vocaciones, el trabajo ordinario bien realizado o realizado extraordinariamente, son facetas que distinguen a quienes se sienten miembros de la Iglesia y viviendo de esa espiritualidad y modo de vivir que fraguó el Señor en el corazón de San Josemaría.
Gracias Don Javier por su estancia con nosotros, por el regalo de su presencia y por el regalo de presidir esta Eucaristía en esta Santa Iglesia Catedral. Vemos en S.E. la prolongación de la presencia de quien inició la Obra. Que el Señor le proteja siempre y le ayude en el servicio que tiene que realizar en la Obra y que la Santísima Virgen María, la Santina de Covadonga en cuyas manos ponemos su ministerio para que se lo haga presente a su Hijo Jesucristo, le acompañe con su maternidad siempre. Amén
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Homilía del Prelado en la catedral de Oviedo
Queridos hermanos y hermanas.
Agradezco al Sr. Arzobispo, don Carlos Osoro, su invitación a celebrar el Santo Sacrificio en esta Catedral, durante el Año de la Cruz, con el que Asturias conmemora dos aniversarios muy significativos: la entrega de la Cruz de los Ángeles y la Cruz de la Victoria, custodiadas desde hace siglos en la Cámara Santa de la capital del Principado.
Tengo, con este motivo, un recuerdo muy hondo de cómo San Josemaría Escrivá de Balaguer amaba y adoraba la Santa Cruz; y cómo predicaba, entre otros muchos puntos, que hemos de venerar la Cruz del Señor e incrustarla en nuestras vidas, también para dar a conocer al mundo el amor infinito de Dios a cada mujer, a cada hombre; pues en ese Madero santo Jesucristo entregó su Vida por nosotros.
Recordaremos, Señor, los dones de tu amor, en medio de tu templo. Que todos los hombres de la tierra te conozcan y alaben, porque es infinita tu justicia[1]. Es la invitación de la antífona de entrada de la Misa de hoy: que agradezcamos a Dios los dones recibidos, procurando al mismo tiempo que otras personas los reconozcan: y le den gloria. ¿Y qué don más grande que el de la Redención obrada por Jesucristo en el Calvario? La Iglesia lo proclama cada año, al comienzo del Triduo Pascual, cuando nos recuerda: que sea nuestro único orgullo la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, porque en El tenemos la salvación, la vida y la resurrección[2] .
La Santa Cruz es signo y garantía de victoria en la lucha por la santidad. Al norte de Roma, está el lugar que recuerda la aparición del signo de la Cruz, en el año 313 de la Era Cristiana. Refiere una antigua tradición que Constantino, en la vigilia de una gran batalla, tuvo una visión de la Cruz con la siguiente inscripción: In hoc signo vinces, ¡con este signo vencerás! Esa victoria trajo consigo el fin de las sangrientas persecuciones contra los cristianos de los tres primeros siglos.
También las cruces custodiadas en la Cámara Santa de Oviedo transmiten un recuerdo análogo. Al convocar este Año Santo, el Señor Arzobispo os invitaba: «Entremos agradecidos en las raíces de nuestro pasado y reflexionemos sobre el significado de las Cruces de los Ángeles y de la Victoria para los hombres y mujeres que vivían en estas tierras en aquellos siglos»[3]. El consejo es muy actual, aunque las circunstancias históricas sean tan distintas. Pero hay algo común entre aquellos acontecimientos de hace más de mil años y nuestra época: el deber de defender la fe cristiana.
Desde el comienzo de su pontificado, Benedicto XVI ha denunciado la tentación del relativismo, que lleva a considerar el Evangelio como una doctrina entre otras, y a Jesucristo como un personaje más en la compleja historia de los hombres. Pero Jesús de Nazaret no es simplemente un gran sabio o un gran maestro; ni siquiera es un gran revolucionario que ha cambiado el curso de la humanidad con sus enseñanzas. El Papa afirma que «el cristianismo no traía un mensaje socio-revolucionario (...), Jesús (...) no era un combatiente por una liberación política (...). Lo que Jesús había traído, habiendo muerto Él mismo en la cruz, era algo totalmente diverso: el encuentro con el Señor de todos los señores, el encuentro con el Dios vivo y, así, el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello transforma desde dentro la vida y el mundo»[4].
Los cristianos somos los grandes defensores de la libertad, contra toda clase de esclavitudes y totalitarismos, antiguos y nuevos. La fuerza para mantener viva esa santa rebeldía la encontramos, no en la violencia física o moral -que rechazamos, siguiendo las enseñanzas del Evangelio-, sino en la fe, la esperanza y el amor: las tres virtudes teologales, infundidas por Dios en nuestras almas; verdaderas fuerzas que actúan en la historia, aunque en muchas ocasiones los hombres no las reconozcan.
En el leño de la Cruz, Cristo nos alcanzó la victoria definitiva. El Señor borró el pliego de cargos que nos era adverso (...) clavándolo en la cruz, leemos en la epístola a los Colosenses. Habiendo despojado a los principados y potestades, los exhibió en público llevándolos en su cortejo triunfal[5]. Nosotros hemos de unirnos a ese triunfo suyo, con una fe viva, con una esperanza segura, con una caridad ardiente.
Apliquemos esta doctrina perenne a las circunstancias que a cada uno nos toca vivir: en la propia familia, en la ciudad donde residimos, en la nación a la que pertenecemos. No perdamos nunca la esperanza, aunque la situación personal o social parezca difícil. Alimentémosla en la oración y en los sacramentos. ¡Qué magnífica oportunidad se nos ofrece en este Año Santo de la Cruz para recibir con más fruto el sacramento de la Penitencia, donde el Señor perdona nuestros pecados, y para acercamos con mayor devoción a la Sagrada Eucaristía, donde Él mismo se nos entrega como alimento del alma!
Es lógico que cada uno cultive proyectos concretos en el ámbito de la familia, de la profesión, de los intereses que le mueven, siempre abiertos a las necesidades ajenas, pues el espíritu solidario -la preocupación por los demás forma parte de la naturaleza humana y constituye, además, una componente esencial del mensaje cristiano. «Más aún -afirma Benedicto XVI-, nosotros necesitamos tener esperanzas -más grandes o más pequeñas- que cada día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todas las demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros solos no podemos alcanzar»[6].
Con la fe y la esperanza de los hijos de Dios, podremos combatir las peleas del Señor. Primero en nuestra propia alma, para dejar que Cristo reine en nosotros; y luego en la gran batalla de amor y de paz, que todos hemos de librar -cada uno a su manera, de acuerdo con sus posibilidades- para que la sociedad civil redescubra las raíces cristianas que han forjado la historia de España, de Europa y de muchas otras naciones. Tengamos el deseo de hablar con quienes conozcamos, para que ellas y ellos hablen a su vez con otros; pensemos en el apostolado ejemplar de los primeros cristianos, que poco a poco, con perseverancia, logró la conversión del mundo pagano.
Acabamos de comenzar un año paulino, con motivo del bimilenario del nacimiento de San Pablo. La predicación del Apóstol se centraba en Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados, judíos y griegos, predicamos a Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque lo necio de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres[7]. Cristo sale a nuestro encuentro también con ocasión de las dificultades -grandes y pequeñas- con las que todos nos enfrentamos en la vida. Pidamos la gracia de saber encontrar precisamente ahí una participación en la Cruz de Jesús. Es don de Dios, que hemos de suplicar con humildad, como nos recuerda hoy el Evangelio de la Misa: Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y Yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera[8].
Si recibimos la Cruz con amor, si sabemos descubrir en sus brazos una ocasión de unirnos estrechamente al Señor, en la Cruz encontraremos el resplandor de la verdad, el descanso en la fatiga, la alegría en nuestro caminar. Y no sólo luego, en la bienaventuranza eterna, sino ya ahora, en el momento presente. Como afirmaba San Josemaría: lejos de desalentarnos, las contrariedades han de ser un acicate para crecer como cristianos: en esa pelea nos santificamos, y nuestra labor apostólica adquiere mayor eficacia[9]. No lo dudemos: vida cristiana equivale a vida apostólica llena de alegría.
Acudamos a la Virgen, venerada popularmente en Asturias bajo la advocación de la Santina. Conozco -porque se lo oí referir- que San Josemaría rezó no pocas veces en Covadonga. Mis recuerdos van además a S. E. Mons. Álvaro del Portillo, que también acudió a ese lugar en varias ocasiones. En una de esas visitas dirigía a nuestra Madre con filial confianza, utilizando unas palabras que -antes de concluir- os invito a hacer vuestras.
«Te pedimos por la Iglesia Santa, por el Papa, por los pastores, por el pueblo fiel; y te pedimos también por los distintos países del mundo -especialmente por España-, para que haya paz, y el mal no entre en los corazones de las gentes»[10].
Que Dios Todopoderoso nos escuche por intercesión de Nuestra Señora de Covadonga. Así sea.
[1] Misal Romano, Domingo XIV del Tiempo Ordinario, Antífona de entrada (Sal 47, 10-11)
[2] Misal Romano, Jueves Santo, Misa in Cena Domini, antífona de entrada (cfr. Gal 6, 14).
[3] Mons. Carlos Osoro, Convocatoria del Año Santo de la Cruz.
[4] Benedicto XVI, Carta encíclica Spe salvi, 30-XI-2007, n. 4
[5] Col 2, 14-15.
[6] Benedicto XVI, Carta encíclica Spe salvi, 30-XI-2007, n. 31
[7] 1 Cor 1, 23-25
[8] Misal Romano, Domingo XVI del Tiempo Ordinario (A) M(_t 11, 28-30).
[9] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 216.
[10] Mons. Alvaro del Portillo, Oración personal ante la Virgen de Covadonga, 17-VIII-1977
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