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El tema del ocio se contempla aquí más en la línea de sugerir ideas acerca de lo que los educadores y padres puedan hacer por sus hijos y por ellos mismos, que tratando de hacer un análisis sociológico o ético de las manifestaciones del problema, sobre todo entre los jóvenes, a quienes más gravemente afecta porque suelen tener menos obligaciones irrenunciables que limiten su tiempo libre, y están más ociosos. No pretende por tanto ser un guión doctrinal o de conducta para jóvenes, ni siquiera una exposición de las principales desviaciones apreciables al respecto en la sociedad actual.
1. Qué es lo que hace del ocio un problema
La suplantación del trabajo por el ocio, la excesiva disponibilidad de medios económicos y la proliferación de las actitudes egoístas del empleo del tiempo libre.
Uno de los rasgos que afectan medularmente a nuestra sociedad es el enorme aumento del tiempo libre y, como consecuencia de esto, la proliferación de espectáculos, y el desarrollo de una muy lucrativa industria del entretenimiento y del comercio de la diversión.
Porque el tiempo libre es el que no se necesita emplear para trabajar con el fin de ganar lo necesario para llevar una vida suficientemente desahogada, cómoda. Y eso genera una nueva necesidad: si en el tiempo que trabajo gano bastante para vivir cómodamente, necesito tener después cosas en que gastar todo eso que, de hecho, me sobra. Que es algo que en el caso de los jóvenes se acentúa: porque todo se les da hecho y lo que tienen es para gastarlo en cosas no necesarias, y disponen para ello de muchísimo tiempo, porque, por lo general, no han aprendido aún a emplearlo responsablemente o pensando en los demás.
Aquí esta una de las causas principales de que el ocio sea un problema: el tiempo disponible, sin uso determinado, es excesivo, como lo es el dinero disponible para buscar medios con que llenarlo.
Es posible que las crisis económicas puedan, en un determinado momento, limitar la posibilidad de trabajar poco y divertirse mucho, por reducción de las retribuciones por el trabajo, pero en general se puede constatar que en el mundo desarrollado la tendencia creciente conduce a que todo el mundo disponga cada vez de más tiempo libre, porque está mejor retribuido el tiempo de trabajo; de modo que ofrecer el modo de ocuparlo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos de la sociedad actual: juegos, deportes de riesgo, viajes, espectáculos...
La eficacia de los medios técnicos, la inmediatez de las comunicaciones, la mejora de los medios de transporte, han reducido el tiempo que requerían muchos procesos y tareas, incluso en las faenas del campo, en la limpieza, la construcción que hace que muchas personas -no sólo de las clases altas- dispongan de mucho tiempo libre.
Eso en sí no es malo, y, si se orienta bien su empleo, se podría pensar en que diese lugar a una sociedad más culta y en la que se atendiese mejor a las personas que necesitan compañía o cuidados, y en unas familias cuyos integrantes pudiesen entretenerse más unos con otros.
Pero de hecho generalmente no es así, y el ocio está convirtiéndose en uno de los grandes problemas de la sociedad y de las familias, en las que lejos de ser algo que las una las desune, con pasatiempos egocéntricos que generan aislamiento y aburrimiento, favoreciendo el individualismo egoísta; además de que provoca hábitos que acaban invadiendo todos los órdenes de la vida; de modo que el ocio y sus contenidos llegan a convertirse para algunos en la ilusión que mueve su vida.
A este respecto es muy ilustrativo lo que escribía al respecto hace unos meses Jaime Nubiola:
«Me impactó la escena de hace unos semanas en la cárcel de Pamplona. Se trataba de una situación extrema como son casi siempre las que ocurren en los márgenes de la sociedad. Un preso marroquí, de 36 años, eludió los controles de seguridad en un momento de descuido y se encaramó al tejado donde permaneció durante más de dos horas hasta que, con la ayuda de un psicólogo, fue bajado a la calle en la cesta de los bomberos. Durante el tiempo que estuvo en el tejado de la cárcel amenazó con suicidarse y en una crisis de ansiedad arrancó varias tejas que echó a los viandantes y rompió la antena de televisión del centro penitenciario. "Nos has quitado la poca libertad que teníamos", le gritaban los otros internos, que le insultaban e increpaban para que se tirara del tejado a la calle y terminara así con su vida. El enfado de los presos por haberles roto la antena era notable. Aquel recluso les había dejado sin televisión, que es la forma legal que tienen de evadirse de su reclusión al menos por unas horas al día.
Los ciudadanos libres que encuentran en la televisión el recurso habitual para desconectar, para liberarse de sus obligaciones, para no prestar atención a los demás, dan todavía más pena que el recluso marroquí, pues muestran que de forma voluntaria se han sometido a una esclavitud de la atención que casi siempre les vacía y empobrece.
En nuestra sociedad hay un miedo atroz al aburrimiento y lo combatimos con el entretenimiento que narcotiza la capacidad de atención. Lo superficial, lo epidérmico o lo efímero son el antídoto que convierte la existencia humana en un zapping vital. Las formas preferidas de entretenimiento son ahora aquellas que producen una gratificación inmediata y que en todo caso no exigen apenas esfuerzo. De forma creciente, la calidad de una vida comienza a medirse por la cantidad de diversión que contiene. Como en realidad no se puede ser feliz vienen a decirse vamos a intentar al menos vivir entretenidos, vivir sin padecer la angustia de la soledad existencial»[1].
El ocio así considerado, deja de ser un descanso del trabajo, y es el trabajo el que se convierte en un obstáculo que impide el ocio. El medio se convierte en fin, o simplemente en refugio.
Así pues, el ocio es malo cuando por un lado se trabaja poco, y por otro se dispone de muchos medios para llenar esa vida ayuna de lo que más humaniza al hombre: un trabajo bien hecho. Como apuntaba Pieper en su Teoría de la fiesta, sin un trabajo intenso no puede haber fiesta verdadera, y ha de buscarse esta artificialmente: y entonces el ocio empieza a ser un problema.
Así se entiende que si bien el disfrute de un tiempo de ocio no es algo malo, estar ocioso sea una expresión de connotaciones negativas: para quien está ocioso el ocio se convierte en algo malo porque ha hecho de él una ocupación habitual, un hábito.
Para que el ocio no sea malo no debe ir unido a la pereza, a causa de la cual cualquier distracción se antepone a otras ocupaciones más costosas.
Si entendemos el ocio como el tiempo disponible para actividades distintas del propio trabajo profesional, o para descansar del esfuerzo que aquel supone, o al empleo del tiempo libre, el ocio sólo será un problema si se usa egoístamente y si se rehuye cualquier empleo del tiempo disponible que requiera esfuerzo, intelectual o físico.
Por tanto, de entrada, una defensa contra el ocio malo será disponer de poco dinero y disponer de tiempo libre limitado: ambos habrá que consumirlos entonces con intensidad y eficacia, y la imposibilidad de satisfacer todos los deseos del propio egoísmo, por falta de medios, favorecerá el uso del tiempo. Un niño que tiene de todo, aprende a usar peor su tiempo que el que tiene pocos medios y tiene que ser constante en su disfrute e imaginativo.
2. Los dos problemas del ocio: el exceso y el contenido
Desde un punto de vista práctico las actividades de ocio pasan a ser un problema cuando se le dedica excesivo tiempo o cuando se emplea en actividades perjudiciales. Este segundo aspecto suele ir de la mano del primero porque el mal es más atractivo y genera más fácilmente hábitos que el bien: es más fácil adquirir un vicio que la virtud opuesta.
Respecto del exceso ya se ha dicho algo. Respecto a los objetos de la actividad de ocio, el elemento a defender o pedir es el esfuerzo, intelectual o físico, y sobre todo la solidaridad: debe favorecerse el ocio compartido, generoso.
Así, se observa un progresivo descenso de la práctica del deporte de equipo a favor del deporte individual: se prefiere el paddle al fútbol, el balonmano Aumenta tremendamente el ciclismo, el esquí, el golf,.., que añaden, al individualismo, el consumismo. Además el deporte se práctica con elementos sofisticados, caros, y se rehuye el esfuerzo.
Disminuye la lectura y aumenta el gusto por el cine. Todos los universitarios dicen ser aficionados al cine. Leer supone esfuerzo y constancia. Una película se ve en dos horas, y no es necesario esforzarse nada, sobre todo en el caso del cine más exitoso y extendido.
Todo eso genera una gran pobreza interior, una incapacidad para expresar algo original, para tener algo verdaderamente interesante que contar, para lo que debería excitarse la imaginación, cosa que esas ocupaciones no favorecen. De lo cual el joven va cobrando conciencia progresiva.
Por eso le atraen tanto las reuniones multitudinarias, donde el anonimato se favorece, en las que el ruido y la música ayudan a no pensar, en las que sentirse como todos los demás ayuda a sentirse algo importante, pero para lo que, dada la pobreza interior que se tiene, es preciso beber para ponerse en condiciones de aparentar lo que no se es, y adquirir un protagonismo que no se tiene. En los casos extremos, cuando todo eso ya también aburre o resulta insuficiente, se recurre a la droga, como modo de huir del vacío que no se sabe cómo llenar y buscar la felicidad que no se ha encontrado hasta entonces.
Porque en el fondo todos desean ser felices, y por desgracia, ante el fracaso en el intento, es frecuente comprobar que se adopta la solución de la huida hacia adelante.
3. Qué hacer por tanto con el tiempo de ocio
Podrían recomendarse ingenio e imaginación a padres y educadores. Pero es en cierto modo una batalla perdida de antemano: ¿qué puede ofrecer un padre como alternativa a un botellón o a una discoteca?
Por triste que sea, hay muchas situaciones, con chicos y chicas con hábitos arraigados, en las que ya la única solución es casi la de no proporcionar los medios económicos que precisan aquellos para dar rienda suelta a sus deseos; y sobre todo la de procurar favorecer la cercanía a muchachos y muchachas de vida sana, a la incorporación a grupos con actividades ilusionantes: scouts, grupos de montaña, asociaciones de ayuda a minusválidos u otras Favorecer en definitiva la implicación en actividades que obliguen a contar con los demás, porque así se les aleja del egoísmo, sima de la que surgen el aburrimiento y el tedio, y se les proporcionan objetivos ilusionantes para su tiempo libre.
Yendo a lo concreto, pensando en aquellos a quienes este dossier puede ser útil, se concluye que, si se desean evitar males tremendos en los jóvenes, y que estos sigan siendo jóvenes en la vejez: con ilusiones y esperanzas, las recomendaciones más eficaces para los padres son tres: poco dinero, paciencia y ejemplo personal sacrificado.
Poco dinero. No hace falta muchas explicaciones: que no les llegue el dinero, y además hay que exigirles que ahorren: es importantísimo que sean capaces de no gastar todo lo que se les da, aun siendo poco.
Paciencia. No se trata tanto de no enfadarse como de no cansarse de explicarles, una y otra vez, una y otra vez, lo que hagan mal, sin acostumbrarse; señalar unos límites: horas de uso de internet, hora de llegada , y ser inflexibles.
Ejemplo personal sacrificado. Lo más necesario, es más lo más irrenunciable.
Y aquí es donde hará falta más espíritu de sacrificio por parte de sus padres y educadores. Porque es necesario que los padres estén dispuestos a no hacer, ellos, lo que no desean que hagan sus hijos. Unos cuantos ejemplos entre muchos posibles:
- Si papá y mamá salen tanto, yo en cuanto sea mayor lo haré. Y los niños deciden que son mayores muy pronto.
- Mala cosa es que cada dos por tres los niños se queden en casa por la noche con una canguro y no vean llegar a sus padres.
- Si papá y mamá beben tanto yo en cuanto sea mayor...
- Si papá y mamá ven tanto la tele, yo también, en cuanto sea mayor, o en cuanto se vayan de casa.
- Si les ven enganchados a la red o a un juego de ordenador ¡qué no harán ellos!.
- Si papa y mamá me dejan en casa cada vez que quieren divertirse yo ¿por qué voy a querer estar con ellos cuando me quiero divertir?
- Si papá y mamá se quejan tanto del trabajo, yo, que no tengo aun que trabajar, huiré todo lo que pueda de esa engorrosa situación.
- Si nunca veo a papá y mamá medir los gastos, yo gastaré todo lo que tenga.
- Si veo a papá a mamá meter dinero en una máquina tragaperras yo también.
Los hijos tienen que ver a sus padres leyendo, deben ir con ellos a escuchar un concierto, a visitar monumentos, a correr por el campo, a pescar o a andar en bici, deben verles por la noche jugando con ellos al parchís o a las cartas, o comentando las noticias, la situación política o económica, también rezando con ellos, deben ver que a veces no ven un partido de fútbol en la televisión, del que todo el mundo está hablando, para, en cambio, tener una tertulia de familia contando cosas, o viendo viejas fotografías de la familia.
Sólo hay un modo de que el ocio no sea un problema creciente: que aprendan a emplear el tiempo libre porque hayan visto como hacerlo; aprendido de sus padres y educadores. Si no, lo emplearán como se les ocurra, sin criterio, y ya se cuidan la industrias que viven de eso de favorecer el consumo de sus productos y generar los hábitos correspondientes.
El ocio no es un fin, sino un medio para descansar. El verdadero destino del hombre sobre la tierra es el trabajo.
José Manuel Pozo es arquitecto y profesor en la ETS de Arquitectura de la Universidad de Navarra
[1] Jaime Nubiola, El imperio de la diversión; La Gaceta de los Negocios, Madrid, 20-VI-2007).
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