La legislación democrática no tiene nada que ver con la verdad
Gaceta de los Negocios
Si fuera cierto, que no lo es, que es incompatible con la democracia toda pretensión de poseer verdades por encima de las coyunturales mayorías, la democracia sería imposible y todas las ideologías y partidos serían antidemocráticos. En el fondo, se trataría de negar toda verdad moral, pues la pena de muerte sería justa y decente en Texas e injusta e inmoral en España.
Además, criticar a la mayoría sería siempre injusto. Con ello, la labor de la oposición quedaría desacreditada como puro error moral. Estoy lejos de aceptar que la voz del pueblo sea la voz de Dios, pero quienes así lo pretenden deberán reconocer que se trataría de un dios voluble.
El neolaicismo, enemigo del genuino laicismo ilustrado, aspira a una nueva fusión entre el poder temporal y el espiritual por absorción del segundo en el primero. Una sociedad no puede sobrevivir sin autoridad espiritual. De lo que se trata ahora es de que los poseedores del poder democrático detenten, con él, la autoridad o el poder espiritual. Para ello no hay medio mejor que acallar a quienes los ejercen. En realidad, es vana pretensión, ya que el Estado democrático no puede aspirar al poder espiritual porque descansa en la opinión pública y depende de ella.
La legislación democrática no tiene nada que ver con la verdad. Condorcet afirmó que la verdad es tan enemiga del poder como de quienes lo ejercen. Menos mal que se trata del ilustrado francés. Pretender que al poder, incluido al democrático, le corresponda el monopolio de la verdad es pretensión tan aberrante como totalitaria. No teman. Afirmar que Cristo resucitó o que el Sermón de la Montaña encierra la más sublime sabiduría moral no tienen nada de antidemocrático; ni, por supuesto, tampoco de democrático.
Tzvetan Todorov, flamante premio Príncipe de Asturias, habla de una nueva religión política, que pretende dominar sobre las conciencias, y vigilar y controlarlo todo. El territorio de la nueva religión supera con creces al de la antigua, por lo que también aumenta lo que el individuo tendrá que defender. El terror jacobino entrañó una primera forma de esta religión, que triunfaría con el comunismo y el nazismo, y su sacralización del poder político.
Así se confirman, según Todorov, los peores temores de Condorcet: Debido precisamente a su tendencia totalitaria, ese nuevo tipo de fusión entre poder temporal y poder espiritual elimina más radicalmente que nunca la libertad individual que garantizaba el laicismo. Como el empeño de eliminar todo poder espiritual fracasó, el cristianismo se convirtió en la mejor, casi la única, oposición al totalitarismo. Acaso esto constituya una explicación de los motivos de los ataques renovados a la Iglesia católica.
Sigue Todorov: El poder público no debe enseñar sus opciones haciéndolas pasar por verdades
No corresponde al pueblo pronunciarse sobre lo que es verdad o mentira, ni al Parlamento deliberar sobre el significado de los hechos históricos del pasado, ni al Gobierno decidir lo que debe enseñarse en la escuela. La voluntad soberana del pueblo topa aquí con un límite, el de la verdad, sobre el cual no tiene influencia
La verdad está por encima de las leyes
. Así es y así sea.
Los profetas del neolaicismo no son relativistas, sino defensores de una nueva religión política que aspira a imponerse coactivamente a las conciencias, eliminando la libertad para sustituirla por su máscara.
Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho.