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La humanidad no ha conocido las ideologías hasta final del siglo XIX. A lo largo de toda la historia han existido ideas, planteamientos filosóficos, construcciones intelectuales, pero no ideologías.
Una ideología, como fenómeno moderno, es un sistema omnicomprensivo y cerrado, que da una visión completa del hombre, de la sociedad, de la historia y de todos los sucesos de la vida ordinaria, sobre la base de unos principios muy sencillos. Además, una vez aceptados esos principios, es coherente en sí misma.
Si uno admite los presupuestos de esa ideología, toda su construcción es lógica y coherente. Hay que colocarse fuera para ver sus inconsistencias. Si uno comparte los prejuicios de Hitler sobre la moral, la historia y el papel de los arios y judíos, es coherente matar a millones de judíos, personas inocentes. Si uno comparte la visión de la lucha de clases de Marx, se entienden los 50 millones de muertos del régimen soviético.
En este comienzo del siglo XXI, nos encontramos, sin darnos cuenta de toda su trascendencia, ante uno de los fenómenos más influyentes en toda nuestra cultura, con clara repercusión negativa en la familia y en toda nuestra sociedad. Se trata de la ideología de género.
Confrontación ideológica
Hoy día, sigue habiendo a escala interplanetaria una confrontación ideológica tan global y omnipresente, como la que existió entre marxismo y libertad en el siglo XX. La actual, es la confrontación entre una concepción de la persona y la sociedad inspirados, aunque sea vagamente, en el humanismo occidental por una parte, y la ideología de género, por otra.
Se trata de dos sistemas cerrados y omnicomprensivos, alternativos y no comunicables.
Normalmente, no percibimos esta lucha ideológica como tal, porque muchos de los que viven en la tradición de la cultura occidental no son conscientes de ello; y porque por el otro bando, muchos de los defensores de la ideología de género ocultan que sus planteamientos sean ideológicos, y nos los presentan como iniciativas aisladas defensoras de derechos: el derecho de la mujer a abortar, el derecho de los homosexuales a casarse, el derecho de los transexuales a ser felices e inscribirse en el Registro Civil... Nos presentan como cosas aisladas, lo que de hecho es la agenda política de una ideología fuertemente estructurada.
Movimiento feminista de los 60
La ideología de género surgió en el seno del movimiento feminista norteamericano a finales de los años 60 del siglo pasado, cuando un grupo de mujeres partidarias empezaron a criticar al feminismo anterior, afirmando que se había equivocado de objetivo, al tener como meta la igualación entre el hombre y la mujer.
Para estas nuevas feministas, que se autodenominaron como de género, el objetivo de la liberación de la mujer no se consigue igualando en derechos a la mujer con el hombre, sino haciendo desaparecer la distinción entre hombre y mujer.
Afirman estas ideólogas que no hay nada natural en la distinción entre hombre y mujer. En su opinión los roles psicológicos, sociales y sexuales asociados a la condición masculina y femenina, son una pura construcción cultural, hecha por el hombre, para esclavizar a la mujer como hembra al servicio de la función reproductiva, en beneficio del varón, a través de esa institución opresora que es el matrimonio.
Por tanto, si no hay ninguna distinción que sea natural y no cultural entre hombre y mujer, lo que hay que hacer para liberar a la mujer es erradicar, deconstruir suelen utilizar este término, cogido de la filosofía estructuralista- todas las categorías culturales, religiosas, jurídicas y lingüísticas que durante siglos se han puesto en marcha para reforzar según esta ideología- la distinción antinatural entre hombre y mujer.
Prefieren el término género al de sexo, porque sexos sólo hay dos.
Género es un término cogido de la lingüística, y nos lleva al terreno de lo cultural. Para ellas, el genero es una construcción personal que cada uno hace libremente; a esa construcción es a lo que llaman orientación afectivo-sexual.
Para esta ideología, cada uno se construye su orientación afectivo-sexual de forma autónoma, sin ningún condicionamiento natural, dado que no hay nada natural, para ellos, en materia de sexo y por tanto, construya como construya cada uno su identidad, su orientación afectivosexual, todo es igualmente valioso: ser heterosexual, transexual, bisexual, homosexual, es fruto de la autonomía personal de cada uno y, por tanto, igual de valioso. No se puede decir que una de estas orientaciones sea mejor que otra.
Maternidad y matrimonio
¿Qué es, para los ideólogos de la filosofía de género, lo único malo que hay en materia de sexualidad? Aquello, dicen, que fija a la mujer como mujer; es decir, la maternidad, que es lo que hace que la mujer quede consagrada físicamente como mujer, y aquella institución inventada por el varón para esclavizar a la mujer a la maternidad: el matrimonio. Por eso, todos los planteamientos de la ideología de género están imbuidos de verdadera fobia a la maternidad y al matrimonio.
¿Por qué se regula en la nueva ley de identidad de género el derecho de los transexuales a inscribirse en el Registro Civil con el sexo que deseen, al margen de cuál sea su configuración cromosómica y morfológica? Porque la identidad sexual yo la creo a voluntad, no depende de que me opere o no, me corte o me ponga cosas; si yo decido, sea cual sea mi cuerpo, que soy mujer, me inscribo como mujer; y, si yo decido que soy hombre, tengo el derecho a inscribirme como hombre. Es la última idea de la ideología de género: uno elige libremente su sexo, su género y, además, tiene el derecho a que los demás se lo reconozcan así, por la inscripción en el Registro Civil.
Judith Buttler, una de las ideólogas de género que más se lee en la sociedad norteamericana, suele afirmar que la verdadera liberación no está sólo en la construcción autónoma de la propia orientación afectivo-sexual, sino en que los demás te la reconozcan. Yo sólo soy libre cuando decido si soy hombre, mujer, transexual, al margen de mi cuerpo, y, además, para ser libre necesito que los demás me reconozcáis esta elección que he hecho; que seáis obligados a tratarme como yo me veo.
De ahí este intento de acabar con cualquier juicio que distinga moral, jurídica o sociológicamente entre mujeres y hombres; porque hace falta para que la propia liberación se consume, que los demás te tengan que reconocer cómo tú has decidido que eres.
Quizá la definición más precisa que he encontrado, de lo que supone la ideología de género, es una frase que leí en una obra de Ratzinger, cuando era Cardenal todavía: la ideología de género es la última rebelión de la criatura contra su condición de criatura. Y se explicaba: el hombre moderno, con el ateísmo, ha pretendido negar la existencia de una instancia exterior que le diga algo sobre la verdad de sí mismo, sobre lo que es bueno y lo que es malo para él; el hombre moderno, con el materialismo, ha intentado negar las exigencias para sí mismo y su libertad, derivadas de admitir su condición de ser también espiritual; y ahora, con la ideología de género, el hombre moderno pretende liberarse ya hasta de las exigencias de su propio cuerpo. El hombre moderno, con la ideología de género, es un ser autónomo que se construye así mismo, es pura voluntad que se autocrea, ya es dios para sí mismo.
Omnipresencia
Pues bien, la ideología de género, en estos momentos, es una ideología omnipresente en todas las agencias de Naciones Unidas, a partir de comienzos de los años 90. Las Agencias de Población de ONU, en concreto, el Fondo para Población, UNICEF, UNESCO, la OMS, han ido cada vez más, en todos sus documentos, elaborando y promulgando para todo el mundo las categorías propias de la ideología de género.
La primera vez que oí hablar de esta ideología, en unos términos que me parecieron tan raros en aquel momento, fue con motivo de la Cumbre de El Cairo, en 1994, sobre Población, y la siguiente, en el año 95, en Pekín, sobre la Mujer, organizadas por Naciones Unidas.
Las conclusiones de ambas cumbres motivaron una reacción a escala planetaria del Papa Juan Pablo II, precisamente para intentar evitar que las declaraciones oficiales de esas Cumbres convirtiesen en doctrina de ONU la filosofía y terminología propias de la ideología de género. Lo consiguió sólo en parte, y desde entonces se ha seguido avanzando imponiendo esos criterios. Es ya una realidad que desde Naciones Unidas la ideología de género ha pasado a la Unión Europea, y de ahí a las legislaciones de los países que la componen, como es el caso del nuestro en estos momentos.
Hoy día, la ideología de género y la lucha contra la vida van absolutamente unidas. Esta ideología es manejada por las agencias de población de Naciones Unidas como un instrumento de control de natalidad. Como dijo una responsable de políticas de población de NNUU: hoy no queremos controlar la población dentro de los roles de género tradicionales, sino cambiar esos roles de género para controlar la población.
Ahogar el mal en abundancia de bien
Sabiendo las consecuencias negativas para la familia y para toda la sociedad que tiene esta ideología, es urgente iniciar una batalla cultural que contrarreste su expansión. En primer lugar, con nuestra palabra, hablando de tantas cosas valiosas que llenan nuestras vidas y nuestros hogares, sin miedo a exhibirlas ante nuestros conciudadanos, en esta época nuestra que no necesita tanto maestros como testigos, gente que enseñe con su vida cómo merece la pena vivir.
Por otra parte, para convencer con argumentos sociales sólidos hay que formarse, leyendo y escuchando a quienes pueden ayudarnos a tener los criterios claros.
Esto es muy importante en temas que tienen una incidencia tan directa en la felicidad personal, como el matrimonio, la familia y los hijos. Si la gente nos ve a nosotros felices, si la gente nos ve exhibir con normalidad nuestra condición de casados, de padres, de hijos; si la gente nos ve enamorados de la vida, si ve que somos capaces de procrear y no temer a la vida, iremos incidiendo en clave positiva en los demás.
Otra forma de influir positivamente es asociarnos. Uno solo, en una sociedad pluralista como la nuestra, puede un poquito; todos juntos podemos hacer más, y muchos juntos y asociados pueden hacer muchísimo más.
Tenemos todos, sin hacer cosas extrañas, un gran poder. Si toda la gente que vive enamorada de las cosas buenas asumiese esta faceta de responsabilidad social, de defender las cosas buenas, creo que, de verdad, tendríamos la capacidad de cambiar el mundo de manera radical.
Benigno Blanco, Colaborador de Agea-Madrid. Presidente del Foro Español de la Familia
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