Lo peor no es la situación económica, sino la anemia espiritual que padece la sociedad
Gaceta de los Negocios
Es cosa curiosa esto de las crisis. Basta con que exista la creencia generalizada de que la hay, para que la haya. Creer que se está en crisis es estarlo ya. Es frecuente despreciar la relevancia de un problema despachándola como mera cuestión de palabras. No es mi caso. A veces nada es tan grave como una cuestión de palabras, pues las palabras designan conceptos e ideas, y, como afirmó Unamuno, el idioma es la sangre del espíritu.
No despreciemos, pues, con las palabras, al espíritu que anida en ellas. Con los diccionarios cabe hacer muchas cosas; entre ellas, darles patadas y consultarlos. Es verdad que el significado de las palabras varía y que los diccionarios cambian, pero no a base de patadas. Apremiado por las alertas de crisis, acudo al Diccionario de la Academia. Siempre es preferible a patearlo.
La cosa, como casi siempre, viene del latín y del griego. Como el vocablo es femenino, queda libre de toda sospecha sexista. La primera acepción, la básica, reza así: Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente. También se incluyen, entre otras, mutación importante, situación dificultosa o complicada y escasez, carestía.
¿Estamos en crisis? Parece que sí. Al menos, en la acepción de situación dificultosa o complicada. Incluso parece diagnóstico benigno. Pero creo que cuadra también la primera, si no en lo del cambio brusco, sí en lo de la enfermedad. Y no sólo estamos en crisis, sino que, si no yerro, padecemos cuatro, no una ni dos. La primera es la económica, aunque se disfrace o disimule. Dejo a los expertos el dictamen, pero podemos convenir en que hay carestía y, para los que más la padecen, también escasez. Puede que no para el Gobierno, pero para la Real Academia, estamos en crisis económica.
La segunda aqueja al Gobierno. Padecemos una crisis de Gobierno porque la gestión es muy deficiente. El Ejecutivo, por lo demás muy precario intelectualmente, no deja lugar a dudas. Cada vez escasean más los hombres prudentes que lo aplauden. También está en crisis la oposición. Es esto tan patente y tan palmario que no requiere de prolijas argumentaciones.
Con ser graves estas tres crisis, apenas provocarían algo más que una prudente inquietud esperanzada, si no fuera por la existencia de otra. Aquí reside, a mi juicio, la clave de la enfermedad social. Me refiero a la crisis intelectual y moral que padece la sociedad española, que provoca su atonía y su agónica falta de pulso ante la situación política, adjetiva y superficial, como lo es siempre la política. Lo peor no es la crisis económica, ni la gubernamental, ni la de la oposición, sino la anemia espiritual que padece la sociedad española, que no le permite reaccionar debidamente ante lo que le están arrebatando. Creo que la más precisa expresión sería anemia moral.
Existe otra acepción: la histórica, que se refiere al cambio en el sistema de las creencias vigentes en una sociedad. En ellas, hay un momento en el que las viejas creencias ya no están vigentes y aún no lo están las nuevas. Podría ser el caso. Hay crisis de cambio, de crecimiento y de decadencia. Pero la verdad es que la anemia moral no augura ninguno de los casos más leves. La verdadera crisis, la única alarmante, es la cuarta. Y es la más grave, entre otras razones, porque es la más difícil de reconocer y, por lo tanto, de tratar.
Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho.