El sentido más notorio de este deber es el apremio que debe sentir la sociedad mundial de naciones a la hora de defender a las personas más débiles en los países en los que se están conculcando los derechos humanos
Gaceta de los Negocios
La visita de Benedicto XVI a Estados Unidos ha sido reveladora respecto a cuestiones artificialmente polémicas en España. No hace falta ser partidario del estilo americano de vida para reconocer que Estados Unidos es actualmente la sociedad más avanzada y dinámica; y que, al mismo tiempo, es uno de los países más religiosos, cuyo modelo de laicidad permite compaginar la no confesionalidad de la vida pública, con la fuerte presencia de las creencias religiosas en la educación y la sociedad.
Por el contrario, ¿a qué vienen entre nosotros esas continuas campañas que pretenden demostrar machaconamente algo que es sencillamente incierto? Porque no es verdad que la presencia de la religión constituya un elemento retardatario en el dinamismo social; ni hay incompatibilidad alguna en ser, por ejemplo, un buen católico y un impecable demócrata. Si caben las dudas, hay que apuntar hacia otra parte.
En ningún país culto se interpretan las pastorales de los obispos como distorsionantes injerencias en el debate político. Cada uno de los ciudadanos lee o no lee los documentos eclesiásticos según le pete, y les hace caso o no de acuerdo con lo que le dicte su conciencia. Pero ninguna persona madura se siente constreñida por opiniones eclesiásticas que, siendo siempre respetables, tienen en cada caso el valor que les presta su propio contenido.
En su intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Benedicto XVI habló del carácter permanente y actual de los derechos y deberes humanos, que no se pueden cambiar o interpretar contra su sentido genuino, por pintoresco que sea el estilo del Gobierno de turno. Mas, en la línea positiva que es la que importa, el Papa lanzó una idea muy relevante en la sociedad de este comienzo de siglo: la responsabilidad de proteger. El sentido más notorio de este deber es el apremio que debe sentir la sociedad mundial de naciones a la hora de defender a las personas más débiles en los países en los que se están conculcando los derechos humanos.
El Pontífice precisó inmediatamente que tales actuaciones deberían atenerse siempre a la legalidad internacional. Ni Bush, ni Aznar, ni Blair, hicieron caso de la sabia admonición de Juan Pablo II que les desaconsejaba desencadenar una guerra en Irak, porque era obvio que los daños que se causarían serían superiores a los males que se intentaban remediar. Añado por mi parte que cualquier vecino de un pueblo vasco sabe que no es posible vencer al terrorismo con una guerra. En ocasiones, los políticos parecen ignorar lo que casi todo el mundo conoce. Y hoy sabemos los del común que, si se intervino en Irak y no se actúa ahora mismo en regiones africanas tan atormentadas como Dafur o el área de los grandes lagos, no es por razones humanitarias sino puramente económicas y estratégicas.
También se tiene la responsabilidad de proteger, en el interior de cada país, a los más débiles. A lo largo de sus discursos y homilías en diversos escenarios, Benedicto XVI no dejó de referirse a los emigrantes, a los niños no nacidos y a los enfermos presuntamente terminales. La ética del cuidado se abre hoy camino en los enfoques más actualizados del pensamiento moral.
A las mujeres y a los hombres debemos cuidarles, no manipularles ni utilizarles como si fueran sólo medios. Y en ningún caso procede matarles. Matar es lo antitético de cuidar o proteger. Lo único en que se parecen los dos procedimientos es en que en ambos casos se trata de resolver un problema humano. En uno de ellos, por el drástico y primitivo procedimiento de la liquidación: eliminada la persona, quedan suprimidos el dolor, la angustia, la preocupación de sus allegados
: no se le puede negar la eficacia tecnológica ni tampoco una brutalidad impropia de gentes civilizadas. En el otro caso, el camino es menos automático, pero es el único compatible con la dignidad de la persona humana: es la vía del respeto, del cuidado y, en definitiva, del amor.
Se trata de algo tan evidente que, dentro de algunos años, el aborto y la eutanasia activa extrañarán tanto a nuestros descendientes como hoy nos resulta incomprensible la esclavitud. La voz de Benedicto XVI es sabia y profética: constituye una apelación urgente a la responsabilidad de proteger al ser humano.
Alejandro Llano es catedrático de Metafísica