AnalisisDigital
La clamorosa reacción que se vivió en la explanada de San Pedro al morir Juan Pablo II, cuando se alzaron gritos y pancartas con el lema Santo súbito hizo que se le consultara al Decano del Colegio Cardenalicio, Monseñor Ratzinger, qué manifestaciones oficiales se debían dar a los medios de comunicación al respecto. La respuesta de Ratzinger fue lacónica: eso le corresponde al siguiente Papa, no a mí.
Lo que es la providencia divina. Pasaron los días, comenzó el Cónclave, y aquel venerable teólogo veía como durante el desarrollo de las votaciones, Dios le hacía comprender que él era la persona escogida por el Espíritu Santo. Creía confesaría después que había realizado ya la obra de toda una vida y que podía esperar terminar tranquilamente mis días. Con profunda convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto! Tienes personas más jóvenes y mejores, que pueden afrontar esta gran tarea con un entusiasmo y una fuerza totalmente diferentes(1). Los hubiera o no, Dios eligió al Cardenal Ratzinger como Papa y así se convirtió en Benedicto XVI, el 19 de abril de 2005. Han transcurrido tres años de este evento y el Papa afronta en estas fechas un viaje muy importante a Estados Unidos.
En estos años, ¿qué ha hecho Benedicto XVI? Cumplir su verdadero programa de gobierno que ya había anunciado: no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia(2). Eso dijo y eso está haciendo al pie de la letra. Lo está cumpliendo bien arropado y acompañado por la oración de toda la Iglesia. Nos pidió desde el inicio que rezáramos por él y que hiciéramos que la oración fuera el alimento diario de nuestra vida, con frecuentes pausas de meditación y de escucha de la palabra de Dios, y con la participación activa en la santa misa(3).
¡Cuántas veces ha dicho el Papa que quien cree, nunca está solo! Lo comprueba en la multitud que se agolpa para escucharle en las Audiencia generales y en sus viajes como sucede en el último a Estados Unidos. Quien cree, nunca está solo. Y no lo está ni en la vida ni cuando le llegue la muerte. Basta recordar a la juventud que rezaba y miraba los ventanales en San Pedro cuando Juan Pablo II agonizaba. No agonizaba la Iglesia sino el grano de trigo que iba a dar la espiga y después el trigal cristiano que nuestra generación contempla. Allí se vio, allí todos lo vieron, también sus enemigos, que la Iglesia está viva. Tiene vida porque la anima el Espíritu Santo; es decir, quien sea Señor y Dador de Vida, la vitaliza y, por tanto, la Iglesia no sólo está viva sino que es joven.
El Papa ha manifestado su profundo dolor ante el daño que podemos causar a las almas los que deberíamos llevar luz y consuelo a todos y, sobre todo, a los niños. Ya nos lo dijo el Papa a todos, al poco de su elección: Cristo no nos ha prometido una vida cómoda. Quien busca la comodidad, con él se ha equivocado de camino(4). "Él nos muestra la senda que lleva a realizar cosas grandes, mediante una vida humana auténtica. En las vicisitudes de la historia, los santos han sido los verdaderos reformadores que han tirado hacia arriba a la humanidad sacándola de los valles oscuros en los que está siempre en peligro de precipitarse"(5). Los santos son los verdaderos reformadores. El Papa lo dirá incluso de una manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico(6).
Del viaje pastoral de Benedicto XVI se habla estos días mucho y el discurso en la sede de Naciones Unidas recorrerá el globo terrestre pero el Papa sabe muy bien lo que ideológicamente anima y anida en una gran parte de su auditorio. No obstante ¡había que decirlo! Pienso que su corazón está más bien en mirar hacia adelante, en que los obispos oteen con él el horizonte maravilloso que les espera. Levate oculos vestros, elevad vuestros ojos y mirad la mies a punto de ser segada, dijo el Señor a sus discípulos en una ocasión. ¡Esperan tantas almas a Cristo! Con la luz de la sana doctrina que se encuentra a la mano en el Catecismo de la Iglesia Católica, con el vademécum del Compendio de dicho Catecismo, con el ejemplo de una vida santa cambiaremos el mundo y las insidias diabólicas constantes, desde el principio, de cambiar el curso de la historia no darán resultado.
Son inseparables Benedicto XVI y Juan Pablo II. ¿Quién no se acuerda de aquel 22 de octubre de 1978; de las palabras de Papa Juan Pablo II, al inicio de su ministerio? Cuando decía: ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!. El Papa de entonces se dirigía a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. El Papa de hoy dice lo mismo con otro estilo. Pero el Papa hablaba a todos los hombres, sobre todo a los jóvenes.
Benedicto XVI pide a los obispos llenar los seminarios de candidatos imponentes, bien selectos, piadosos, inteligentes, estudiosos, humildes y que cultiven todas las virtudes. Para ello hay que hacer un apostolado incisivo, santamente imprudente, dejando entrar a Cristo en nuestros corazones. El miedo no es falta de idoneidad sino que puede ser síntoma de vocación: ¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a él, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos privados de la libertad?(7). Y seguía diciendo el Papa: ¡No! Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida(8).
Pedro Beteta, Doctor en Bioquímica y en Teología
Nota al pie:
(1). Discurso a los peregrinos alemanes, 25-IV-2005
(2). Homilía en el inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005
(3). Discurso, 7-VII-2005
(4). Cfr. Discurso a los peregrinos alemanes, 25-IV-2005
(5). Cfr. Vigilia de la JMJ de Colonia, Marienfeld, 20-VIII-2005
(6). Vigilia de la JMJ de Colonia, Marienfeld, 20-VIII-2005
(7). Homilía en el inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005
(8). Cfr. Homilía en el inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
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