El cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, habla, en esta entrevista, sobre las principales enseñanzas que nos ha dejado hasta ahora el magisterio de Benedicto XVI, en vísperas de su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Dice el cardenal Rouco: «El Papa necesita de la oración y del afecto, y de la obediencia filial de toda la Iglesia, no sólo por razones que le afecten a él personalmente, sino por el bien de la Iglesia misma. Rezar por el Papa es rezar por la Iglesia; rezar por la fecundidad de su ministerio es rezar para que la Iglesia sea fiel al Señor y encuentre el camino de la salvación, y sepa ofrecerlo al mundo».
Para ese diálogo con el mundo, Benedicto XVI ha insistido en la importancia del diálogo fe-razón, y ha invitado al hombre contemporáneo, desorientado y turbado, a atreverse a buscar la verdad. No es un debate meramente intelectual. Se ven hoy cuestionados los derechos fundamentales de la persona, comenzando por el derecho a la vida, y por las instituciones del matrimonio y la familia. Se cuestionan, por tanto, los mismos fundamentos de la sociedad y del Estado democrático.
¿Qué resaltaría usted de estos tres años de pontificado?
El magisterio del Santo Padre. En la historia contemporánea, nos encontramos con Papas cuyo magisterio ha sido un don extraordinario para la Iglesia: León XIII, Pío XI, Pío XII y, más recientemente, Juan XXIII, Pablo VI, y Juan Pablo II, de una manera singular y llamativa, que desbordó incluso los límites de los anteriores pontificados del siglo XX; pero la forma en la que el Papa Benedicto XVI está ejerciendo su ministerio, como sucesor de Pedro, reúne unas características singularmente valiosas.
En primer lugar, la concentración en torno a cuestiones de la vida contemporánea, a las que responde con la luz y con la verdad de la fe, pero muy estrechamente elaborada y transmitida junto con la razón científica. De ahí que su magisterio resulte especialmente vivo y accesible para los fieles, pero también para el mundo de los no creyentes. Su lenguaje y estilo literario es de una gran belleza. Benedicto XVI armoniza belleza, tersura y, a la vez, sencillez y transparencia conceptual.
Es conocida su cercanía personal tanto al Papa, como antes a Juan Pablo II. ¿Cómo ha visto usted la transición entre ambos pontificados?
Con Juan Pablo II, la Iglesia se ha hecho presente con unas características de universalidad y de globalidad hasta entonces desconocidas. Es verdad que Pablo VI hizo grandes viajes apostólicos; es él quien traspasa, por así decirlo, la frontera de la diócesis de Roma, de la que el Papa es obispo, como sucesor de Pedro. Pero también es verdad que, con Juan Pablo II, ese estilo misionero, itinerante, de ejercer el ministerio se hizo minuciosamente global y universal.
Apenas faltaron países en los que no estuviera, mostrando además una admirable capacidad de contacto con la gente. Estuvo en los lugares en los que el hombre se muestra más indefenso y necesitado: los niños, los necesitados, las casas donde se acoge a los más pobres del mundo Podemos pensar, por ejemplo, en su visita a Bombay y a la casa de la Beata Teresa de Calcuta. Pero también en sus visitas a las Universidades, a las grandes Academias de la ciencia y del arte contemporáneo, y a los grandes foros políticos de Europa, o a las Naciones Unidas
Con Juan Pablo II, la presencia de la Iglesia adquirió relevancia en todas las realidades del mundo, como nunca había ocurrido. Ese estilo lo continúa manteniendo vivo Benedicto XVI, incluso de una forma personalmente muy sacrificada, porque su edad no es la de Juan Pablo II cuando inició, con 58 años, su magisterio pontificio.
Se ha resaltado, del magisterio de Benedicto XVI, la profundización en el núcleo central de la fe. Junto a ello, le hemos escuchado pedir a la Iglesia fidelidad a las propias raíces. ¿Qué suponen estas enseñanzas para nuestro tiempo?
Es comprensible que la historia personal de Benedicto XVI, muy marcada por su dedicación al diálogo fe-razón, tanto en su vida de presbítero como en la de obispo y cardenal, haya dado este resultado magisterial que estamos contemplando y agradeciendo. Ha colocado en el centro mismo de su actividad magisterial la preocupación por lo que podríamos llamar el corazón mismo del hombre contemporáneo, que está, como en muy pocas épocas de la Historia, agitado y turbado.
El Papa interpela a este hombre contemporáneo y le plantea las grandes cuestiones que dan sentido a la existencia. Y lo hace sobre una base de un conocimiento no sólo teórico y abstracto, sino intensamente personal y vivencial. El Magisterio del Papa resulta de una ayuda especialmente rica para toda la Iglesia. Representa un estímulo muy intenso para vivir la fidelidad a la fe y su capacidad de iluminar el diálogo con la razón; para no sobrevalorar las capacidades de la razón, y, sobre todo, para no limitarla a un tipo de conocimiento empírico.
El Santo Padre nos advierte del peligro de establecer dogmáticamente por el hombre lo que sea cognoscible por él y lo que no, de asignar, por tanto, exclusivamente a la razón científica la capacidad de conocer la verdad, que sería entonces una verdad limitada, que deja fuera lo más importante y lo más profundo del hombre.
El Papa nos muestra que, cuanto más fielmente se vive y se afirma la verdad de la fe transmitida por la Iglesia e iluminada por su magisterio, más se llega al tipo de respuestas que necesita el hombre contemporáneo. Es probable que, dado su trato íntimo con la obra de Romano Guardini, el Santo Padre haya leído aquellas páginas de su diario en las que cuenta que, cuando empieza a estudiar teología en Tubinga (Alemania), a comienzos del siglo XX, se encuentra con catedráticos muy marcados por el modernismo y por un estilo de hacer teología que podríamos también reconocer a menudo en nuestro tiempo: con la razón, se cree llegar a un conocimiento de la verdad que puede chocar con el dogma, y el teólogo debe entonces detenerse allí, bajo el presupuesto de que no es posible avanzar más.
Guardini decía que esa experiencia de una teología que se autolimitaba y que, por otra parte, era impartida por hombres intelectualmente muy preparados, le movió a colocarse hermenéuticamente en el punto de mira contrario: en el proyector de la luz de la verdad de la fe transmitida por la Iglesia. Entonces -cuenta- se le abrió un horizonte increíblemente hermoso, fecundo y bello para explicarse y explicar a los demás todas las grandes cuestiones que agitaban al hombre, a comienzos del siglo XX.
Creo que la situación existencial de los universitarios se parece hoy bastante a aquella de comienzos del siglo XX. Incluso esa experiencia de no saber dónde se encuentra la luz de la verdad se ha hecho hoy todavía más angustiosa. Pero, en lugar de buscar una respuesta, a menudo, se niega la pregunta o se demuestra total indiferencia hacia ella.
Uno de los discursos más esperados de Benedicto XVI es el de mañana, ante la ONU. Poco antes de ser elegido Papa, hablaba el cardenal Ratzinger de la dictadura del relativismo, una expresión que generó después un amplio debate sobre si la democracia tiene unos fundamentos prepolíticos, contra lo que algunos sostienen de que la esencia de la democracia es algo así como la permanente duda sobre la verdad de las cosas
Ese debate se abre y, de alguna manera, se populariza con el diálogo entre el cardenal Ratzinger y Jürgend Habermas, de enero de 2004, pero la preocupación por los fundamentos morales y éticos del Estado democrático -por tanto, prepolíticos- estaba ya vivo y, de hecho, había encontrado amplio eco en el magisterio de Juan Pablo II. Basta con asomarse a la encíclica Veritatis esplendor, a la Fides et ratio, a la Evangelium vitae Se había abierto el cuestionamiento del derecho de la persona humana a la vida, en el contexto del debate sobre el derecho a la existencia digna en un orden social, solidario y justo.
Pero el tema más agudo, porque es muy preciso y muy concreto en su contenido, es el derecho a la vida. Es un tema muy acuciante, porque se empieza a limitar el derecho del ser humano a la vida, se le niega en sus primeros días y primeras semanas de su existencia Y así se abre una excepción a un principio ético de derecho natural, admitido sin ningún problema por la mayor parte del mundo civilizado. Se ponen en cuestión, por tanto, los fundamentos éticos y morales del Estado mismo.
Por otro lado, la experiencia de la primera mitad del siglo XX muestra las consecuencias que pueden derivarse de asignar al Estado la capacidad de decidir cuándo se tiene derecho a la vida y cuándo no. A esos antecedentes, hay que añadir hoy la presencia del Islam en países de antigua historia cristiana, y el surgimiento en el mundo islámico del fundamentalismo. Es evidente que no se puede confundir islamismo con totalitarismo ideológico y político, pero también hay que reconocer los problemas de conciliación de un Estado democrático de Derecho, y del reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona -como anteriores a cualquier ordenamiento jurídico positivo-, con la profesión de fe islámica
La cuestión se centra ahora en ese punto: el Estado y el derecho positivo, ¿se autojustifican a sí mismos? ¿En virtud de qué razones? ¿O se justifica el Estado sólo si hay fundamentos éticos que no sólo permitan, sino que incluso exijan que se cree el Estado, se le sustente, se le respete y se colabore con él, como instrumento para la realización de la justicia y de la solidaridad en una sociedad concreta? Es ésa la gran cuestión.
El Papa recurre a la gran tradición filosófica del derecho natural. Más aún, afirma que el sustento único de la ley natural es Dios. El Papa ofrece la respuesta de esa gran tradición, renovada y con un lenguaje cercano, próximo, actual, presentada como respuesta a los problemas más actuales de la vida política: el respeto a los derechos fundamentales de la persona -como el derecho a la vida, a la libertad religiosa, a la libertad de expresión -; la superación del hambre en el mundo y de las desigualdades que lastran el desarrollo de muchos países; la superación del terrorismo y del recurso a la guerra como forma de resolver los problemas internacionales
Todas esas cuestiones están muy presentes en el magisterio del Papa. Basta recordar su último Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, un mensaje valiente, lleno de respuestas a los problemas de nuestro tiempo, donde incluye, dentro de la gran temática de los fundamentos prepolíticos del Estado, las instituciones del matrimonio y de la familia, que tampoco son manipulables por el hombre.
Hace poco más de un año, habló usted, en la catedral de Ratisbona, de una crisis que afecta a toda Europa, cuyo origen está en el cuestionamiento, desde el final de los años 60, de «las convicciones morales más elementales en el terreno del derecho a la vida», de la «comprensión de la verdadera naturaleza del matrimonio» Éste es un proceso generalizado, pero se ha dicho que está especialmente acentuado en España
En España ese proceso empezó un poco más tarde, tardó más en concretarse en costumbres sociales, corrientes culturales y programas políticos. Pero ciertamente, en este momento, también se plantea y se debate y se crea de forma mucho más decidida que en el resto de los países europeos.
El Papa ha ido a encontrarse con la comunidad católica norteamericana, pero va a hablar en la ONU, más allá, por tanto, del mundo de la fe. ¿En qué medida está presente la fe cuando el Papa habla para quienes no la comparten?
Él se va a situar, ciertamente, en el ámbito de la razón, dispuesta a emprender el objetivo existencial de la búsqueda de la verdad. Desde ahí, podrá hablar sobre el derecho natural La verdad de Dios no es absolutamente inaccesible a los hombres a la luz de la razón. Al contrario. Pero el Papa, seguramente, presentará este punto de tal modo que se percibirá cómo la persona, al abrirse a la verdad, sabe que ésta es mayor que él mismo y que, al revelarse, puede ser conocida por la fe.
¿Y cuando no hay esa apertura a la verdad? ¿Cómo puede dialogar hoy el pensamiento católico con las ideologías?
El Santo Padre ha ofrecido justamente ahí, de nuevo, actualizándola, lo que puede denominarse hermenéutica católica, tanto desde el punto de vista intelectual, como personal o ético. Cuando se habla de ideología, nos referimos a una forma de pensamiento en la que intereses personales o de grupo son los que determinan las posiciones teóricas y la práctica política, económica, jurídica, cultural Eso se supera con una búsqueda sincera de la verdad.
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