Alfa y Omega
¿Es posible sintetizar en sólo dos palabras los 26 años de pontificado de Juan Pablo II, el tercero más largo de la Historia? A Benedicto XVI no le cabe duda alguna: Divina Misericordia. Así lo ilustró el Papa, el pasado 2 de abril, al recordar, en una solemne celebración eucarística, con la participación de unas 60 mil personas, el tercer aniversario del fallecimiento de Karol Wojtyla. Y para que este mensaje no se pierda con el pasar de los años, el Santo Padre ha apoyado con decisión la organización del primer Congreso Apostólico Mundial sobre la Divina Misericordia, que se ha celebrado en la Ciudad Eterna, los días del 2 al 6 de abril.
Recordando a Juan Pablo II, Benedicto XVI constató: «La misericordia de Dios, lo dijo él mismo, es una clave de lectura privilegiada de su pontificado. Él quería que el mensaje del amor misericordioso de Dios alcanzara a todos los hombres, y exhortaba a los fieles a ser sus testigos». Por este motivo, el anterior Papa elevó al honor de los altares a sor Faustina Kowalska (1905-1938), definida por su sucesor como «humilde religiosa convertida, por un misterioso designio divino, en la mensajera profética de la Divina Misericordia». Y añadió: «El Siervo de Dios Juan Pablo II había conocido y vivido personalmente las terribles tragedias del siglo XX, y se preguntó durante mucho tiempo qué podría detener al avance del mal. La respuesta sólo podía encontrarse en el amor de Dios. Sólo la Divina Misericordia, de hecho, es capaz de poner un límite al mal; sólo el amor omnipotente de Dios puede derrotar la prepotencia de los malvados y el poder destructor del egoísmo y del odio».
En definitiva, si hubiera que sintetizar en una frase la vida de Karol Wojtyla, Benedicto XVI escogería ésta, del propio Juan Pablo II, en la última visita a su Polonia natal: «Fuera de la misericordia de Dios, no existe otra fuente de esperanza para el hombre».
El triunfo de la Misericordia
El Congreso ha sido promovido por el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, quien en la misa de clausura, en la basílica de San Pedro, expuso algunas de las conclusiones a las que se ha llegado en este encuentro sin precedentes. El cardenal recordó el mandato de ser testigos de Jesús misericordioso, que dejó a la Iglesia el Papa Karol Wojtyla: «Seamos todos testigos de la Misericordia según el mandato que el Siervo de Dios Papa, el amado Papa Juan Pablo II, ha dado a todos los fieles. Éste es el mandato que llevamos con nosotros de estas jornadas benditas, el de ser testigos, en nuestra vida cotidiana, de la Divina Misericordia»; algo, sin embargo, que sólo podremos hacer «si hemos experimentado nosotros mismos lo que es la misericordia».
El Presidente de este Congreso Mundial exhortó, además, a no dejarse llevar por ideas y anhelos demasiado terrenales, buscando un cristianismo victorioso en lo que se refiere a los poderes terrenales, ya sea en la política, en la economía, o en los medios de comunicación. «La historia de los éxitos del cristianismo no es la historia de los triunfos militares o políticos -dijo-, sino el triunfo de la Misericordia vivida. La única que convence». No basta con bellas palabras. «Las palabras pueden ser bellas, pero no son más que palabras. Los actos de misericordia son, sin embargo, incontestables. Y por ellos seremos juzgados».
Un tercer mensajero
En la inauguración del Congreso, quien fuera durante 25 años secretario particular de Juan Pablo II, el hoy cardenal Stalislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia, incidió en que, junto con el anterior Papa y santa Faustina, la Divina Misericordia tiene hoy un tercer mensajero, Benedicto XVI, cuyo magisterio «ayuda a descubrir el amor y la misericordia de Dios».
Durante la misma sesión de apertura, el cardenal Camillo Ruini, obispo Vicario de la diócesis de Roma, mostró cómo la Divina Misericordia marcó la vida de Juan Pablo II, una de cuyas primeras encíclicas se tituló Dives in misericordia (Rico en misericordia, 1980). Este Papa, además, dedicó, en 2000, el segundo domingo de Pascua a la Divina Misericordia, y quiso también que la iglesia del Espíritu Santo de Roma, a unos pasos del Vaticano, se convirtiera en el santuario romano de la Divina Misericordia, donde se venera la imagen del Jesús misericordioso que se manifestó a sor Faustina.
La Misericordia, explicó el cardenal Ruini en el Congreso, cuyas sesiones se celebraron en la basílica de San Juan de Letrán, «no es un amor cualquiera, sino gratuito, generoso», manifestado «en el Hijo encarnado, muerto y resucitado por nosotros y por nuestra salvación». El objetivo del Congreso sobre la Divina Misericordia, afirmó, ha consistido en «estimular un nuevo empuje misionero en la ciudad de Roma y en todas las diócesis hermanas del mundo entero».
Una misión en la Ciudad Eterna
Precisamente para que el Congreso no se quedara en palabras, las tardes fueron dedicadas a anunciar este mensaje por las calles de la Ciudad Eterna, y los protagonistas no fueron tanto los obispos y cardenales, sino los jóvenes y laicos de esta diócesis, así como participantes en el Congreso, venidos de todos los continentes. Jesús te espera es el mensaje que dirigieron a las personas que se encontraban en el centro histórico: turistas, parejas haciendo compras, personas esperando al autobús o saboreando un café en un bar...
La misión ciudadana, que se espera repetir en otras ciudades del mundo, tenía por objetivo llevar a las calles el anuncio de que Dios es un Padre misericordioso, que ama a todas y cada una de las personas. Estos misioneros vivieron, en estos días, lo que Juan Pablo II trató de realizar con su vida. Mientras los misioneros llevaban su anuncio, tenían lugar encuentros de oración, como por ejemplo la Memoria de la Pasión de Cristo, celebrada en la basílica de los Doce Apóstoles, muy cerca de la Plaza Venecia, corazón de Roma.
Tras la liturgia, vivida en gran recogimiento, tuvo lugar la adoración eucarística en la que se encomendó de manera especial a las personas que escuchaban afuera, en la calle, el anuncio de los misioneros. Quien quería podía acercarse a experimentar la Misericordia de Dios en el sacramento de la Reconciliación, en ésa o en otra de las iglesias de la ciudad.
Esta alegría se hizo contagiosa, en particular, en las noches, con dos espectáculos de evangelización: uno realizado por la Comunidad Cenáculo, y otro por la Comunidad Shalom. En la noche del jueves, en la céntrica plaza Navona, se celebró un Festival Misionero.
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