Un gran desafío al que la humanidad se enfrenta hoy es la verdad del ser-hombre. El límite entre naturaleza, técnica y moral nos interpelan seriamente sobre lo que somos, lo que podemos hacer y lo que podemos ser
Las Provincias
Comenta Aristóteles que el vulgo y los más groseros identifican el bien y la felicidad con el placer, por lo que aman la vida voluptuosa, añadiendo que tal actitud es servil. El bien -para el filósofo estagirita- es una cierta actividad del alma de acuerdo con la virtud. Como esta se adquiere por la repetición de actos que generan hábitos buenos, afirmará que la excelencia moral es resultado de estos hábitos.
Aunque no lo parezca, mis reflexiones han sido originadas por los debates de la última campaña electoral, razón por la que envío este artículo pasadas las elecciones: para escribir de moral y no de política. En los encuentros de los candidatos con más posibilidades de lograr la presidencia, se habló de moral y fijo mi atención en algunos asuntos.
Uno de los aspirantes se refirió a la ampliación de las libertades para los españoles, con ejemplos como el divorcio rápido, matrimonio homosexual o investigación con embriones. El otro calló, no sé si porque el que calla otorga o porque -como dijo un anciano sacerdote en una reunión de curas gallegos- el que calla, calla.
Pero volvamos a los ejemplos. No recuerdo si calificaron de inmoral la mentira pero, por la utilización tan abundante de esta palabra, entiendo que no se piropeaban, sino que estaban aludiendo a una actitud inmoral. Ambos hablaron de humildad, que es una virtud seria. Hubo un momento interesante en el que uno calificó reiteradamente como inmoral la actitud de su contrincante. Recuerdo esto porque a veces se referían a leyes y, en otras ocasiones, a temas que no están recogidos en nuestro patrimonio legal.
Lo digo, no porque yo piense que las leyes emanadas del poder constituido sean la única ni principal fuente de moralidad, sino a causa de que no son pocos los que confunden legalidad con moralidad, tal vez por ser imposible atribuir otra presunta ética a ciertas leyes relativas al matrimonio, la familia y la vida, que para muchos son ciertamente inmorales.
Pero, además, la mentira o el silencio, la proclamación de inmoralidad ante la afirmación de un modo de trato a las víctimas del terrorismo no son parte de ninguna ley y, sin embargo, las actitudes de fondo que encierran fueron tachadas de inmorales por ambos candidatos. Tampoco la humildad, aun siendo tan necesaria, está prevista en ningún código jurídico. ¿A qué moral se hacía, pues, referencia? La verdad es que no lo sé, pero me parece advertir que hay algo en el hombre que va más allá de las leyes, y que capta actuaciones como poco o nada éticas, incluso por personas cuya noción de la materia parece ser simplemente la legalidad vigente. Tal vez un sentimiento herido, la razón desmontada, quizá el deseo de vencer o, posiblemente, un afloramiento del fondo de la conciencia, ¿no están poniendo de relieve la existencia de una ley natural, impresa en nuestro corazón, que se resiste a morir?
Para no volvernos locos: ¿cómo se puede cohonestar el amor a la verdad, el deseo de humildad, una moral que se niega al presunto agresor -o el silencio de conveniencia-, etc., con las propias mentiras, el maltrecho derecho a la vida naciente, con la desnaturalización de la familia, la proclamación de esas libertades ampliadas o el silencio sobre las mismas? Quizá sería interesante bucear en dos ideas coincidentes.
Me refiero, en primer lugar, al conocimiento serio del hombre y, consiguientemente, a sus leyes de funcionamiento. Eso es la ley natural, cuyo abatimiento pone en peligro la misma democracia por el deterioro de la verdad, del bien y de la libertad. Pueden ampliarse las libertades, pero también puede crecer el desmoronamiento de la persona. En segundo lugar, aludiré a que la ley es fruto del ejercicio de la razón y no sólo de una mayoría de voluntades.
También enseña Aristóteles que lo propio de cada ser es lo que le corresponde por naturaleza, para concluir que, para el hombre, lo será la vida conforme a la mente, si en verdad ese hombre es primariamente su mente. También se habló de guerras en los debates: ¿serían justas sólo por obtener un voto más en la ONU o en un Parlamento? ¿Se convirtió en moral la guerra de Irak cuando, después de la invasión, hubo una resolución de Naciones Unidas? ¿Hay actualmente en curso alguna guerra justa?
Un gran desafío al que la humanidad se enfrenta hoy es la verdad del ser-hombre. El límite entre naturaleza, técnica y moral nos interpelan seriamente sobre lo que somos, lo que podemos hacer y lo que podemos ser.
Como decía Pablo VI, la Iglesia mira hacia un humanismo pleno, a la liberación de lo que oprime al hombre, al desarrollo integral de todos y cada uno. Esto es ley natural impresa en el corazón de la persona, y sirve para que las leyes civiles, que pretenden regirnos, no nos desvirtúen, sino que sirvan a la excelencia moral de la que hablaba el filósofo casi cuatro siglos antes de Cristo. Sólo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, dijo también Aristóteles.