La primera exigencia que pide el amor es la exigencia con nosotros mismos. No sabrá exigir a los demás quien no sabe exigirse a sí mismo. No es rigidez ni falta de libertad: es, sencillamente, saber amar
No toda exigencia es amorosa, pero el amor verdadero es necesariamente exigente. En su origen, exigir significa hacer salir: sacar de la persona amada lo mejor de ella. Como dice el poeta Salinas: Perdóname por ir así buscándote/ tan torpemente, dentro/de ti./ Perdóname el dolor, / alguna vez./ Es que quiero sacar/de ti tu mejor tú./ Ése que no te viste y que yo veo,/ nadador por tu fondo, preciosísimo./ Y cogerlo/y tenerlo yo en alto como tiene/ el árbol la luz última/ que le ha encontrado al sol.(
).
En nuestro tiempo y en nuestras sociedades es especialmente importante que los padres sepan amar, con un amor exigente, a sus hijos. De lo contrario, les harán un gran daño. Desde luego, esa exigencia no tiene por qué ser áspera, hiriente; todo lo contrario: debe ser llena de cariño. De aquel cariño que se refleja en la mirada, en el tono dulce y suave de voz, en la caricia o el abrazo cálido.
La exigencia muchas veces supondrá para los padres hacerse violencia, pues es más fácil tratar de quedar bien con el hijo que le pide un juguete costoso, o dejar que sea la esposa quien corrija sus malos hábitos. Es más fácil, pero es una grave omisión. Los hijos necesitan conocer sus límites; entender que no todo lo que se quiere o se puede hacer se debe hacer. Esa es la manera en que se forma la conciencia y en la que aprendemos a dominar nuestras pasiones, para ser amos de nuestra propia vida, para poder entregarla en el futuro a otra persona o a Dios.
Pequeños detalles de orden, de limpieza, de sobriedad y templanza, la capacidad de servir abnegadamente
Todo esto se aprende, sobre todo, en el seno de la familia. Y son los padres quienes marcan la pauta. Por eso, la primera exigencia que pide el amor es la exigencia con nosotros mismos. No sabrá exigir a los demás quien no sabe exigirse a sí mismo. No es rigidez ni falta de libertad: es, sencillamente, saber amar.
Si hacemos mentalmente un repaso de las personas a las que más amamos o hemos amado, notaremos que todas ellas tienen algo en común: han sabido exigirnos. Porque nos han amado, nos han exigido: nos han sabido decir las cosas, con cariño, sin herirnos, pero sin dejarnos pasar ni una
¿Qué pensaríamos de alguien que dice que nos ama pero que no se atreve a señalarnos nuestros defectos? Si no nos ayudan a mejorar las personas que nos aman, ¿quién lo hará? No es verdadero amor el que no corrige, el que no quiere sacar de nosotros nuestro mejor yo, a pesar del dolor. Pero se trata de un dolor fecundo, con sentido.
No es fácil educar y sacar adelante a los hijos en nuestra sociedad, con tantos reclamos al hedonismo y al camino fácil y rápido. Pero si algo valioso pueden dar los padres a los hijos, algo por lo que ellos siempre estarán agradecidos, es ese amor exigente, que no claudica ante la moda o ante la comodidad. Saber amar, pues, es saber exigir.