Detrás de cada uno de los males que padecemos, oculta su rostro esta negación injustificada e injustificable de la libertad y de la responsabilidad del hombre por sus actos
Gaceta de los Negocios
Cuenta Arthur Koestler en sus memorias una conversación con Sigmund Freud, viejo y exiliado en Londres. El autor de El cero y el infinito comentó no sé qué perogrullada sobre los nazis. El fundador del psicoanálisis se quedó pensando un instante, mirando con ojos ausentes los árboles a través de la ventana, y luego afirmó, de manera vacilante: Pues, como usted sabe, están desatando la agresividad que se hallaba reprimida en nuestra civilización. Era inevitable que tarde o temprano ocurriera algo semejante. Y concluyó con estas enormes palabras: No estoy seguro de que, desde mi punto de vista, pueda censurarlos.
Los debates morales actuales no enfrentan a dos o más concepciones alternativas de la persona. En ellos se oponen quienes, respectivamente, afirman o niegan la condición personal del hombre. No existe acontecimiento comparable a este proceso, que ya dura varios siglos, de negación de la realidad personal. Ni tampoco hay otro que produzca tan fatales consecuencias. Detrás de cada uno de los males que padecemos, oculta su rostro esta negación injustificada e injustificable de la libertad y de la responsabilidad del hombre por sus actos.
No deja de ser paradójico, aunque sea más razonable y natural, que justo cuando la soberbia humana conduce a la negación de Dios, se produzca no una exaltación de lo humano, sino su más brutal degradación, el descenso imparable en la escala zoológica. Y no faltan quienes aplauden y alientan todos los intentos de rebajar al hombre por debajo incluso del umbral de la animalidad.
Tampoco puede extrañarse que entonces se produzca la cosificación del hombre, su consideración como mera mercancía. Así, se regocijan ante todos los golpes infligidos a la dignidad humana, ya sean reales o ficticios, verdaderos o falsos: Copérnico, Darwin, Marx, Nietzsche, Freud. Desde luego, no cabe negar que sienten nostalgia del animal ancestral. Su visión del hombre no es sino la proyección de su propio ser. Pretenden hablar del hombre pero sólo hablan de sí mismos.
La responsabilidad puede ser escamoteada por muchos motivos: el deseo irreprimible de caminar a cuatro patas ingresando en una confortable barbarie que algunos confunden con el paraíso perdido; el alivio de la angustia de sentirse libre y responsable de sus actos; la mera ignorancia; o el resentimiento que dictamina que el sabio y el ignorante, el bueno y el malo, valen lo mismo, ya que no existe ni libertad, ni mérito, ni culpa, ni responsabilidad, sino la más perfecta y absoluta igualdad.
Si todos somos puros mecanismos, entonces todos somos iguales. Nada daña a algunos tanto ni los deslumbra hasta la ceguera como la luz de la verdad. Es posible que no seamos absolutamente responsables de todo lo que hacemos, pero somos absolutamente responsables de lo que queremos. Freud era perfectamente coherente al dudar de que, desde su punto de vista pudiera censurar a los nazis.
Sus ideas se lo impedían. Desde luego, exhibió la mayor honradez intelectual. Si somos la obra ciega de pulsiones inconscientes y vivimos bajo el poder de dos tiranos, Eros y Tanatos, no queda hueco para la responsabilidad. El problema era quizá su punto de vista. Pero somos libres y responsables en una medida mucho mayor de la que usualmente se admite. Aunque, pese a ello, quizá nunca debamos juzgar a otro, si es cierto que toda subjetividad es maravillosa y sagrada, aunque sí sus acciones. Somos responsables, pero no jueces. Entonces, Freud habría expresado, aunque por motivos erróneos, una profunda verdad.