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La Federación Internacional de Médicos Católicos (FIAMC) prepara un documento a nivel mundial sobre el uso de métodos anticonceptivos que se hará público antes del verano, probablemente en Roma, con motivo del cuadragésimo aniversario de la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI. El actual presidente de Fiamc, el doctor español José María Simón Castellví, adelantó a Zenit algunos aspectos del contenido del documento, actualmente en fase de redacción.
La Fiamc fue constituida en 1966 con la aprobación de sus estatutos por parte del 11º Congreso Internacional de Médicos Católicos, celebrado en Manila, y por parte de la Santa Sede. Sin embargo, el asociacionismo de médicos católicos es muy anterior: la primera asociación de médicos católicos se fundó en Francia en 1884 durante el pontificado de León XIII, seguida de otras en varios países de Europa.
En 1924 se formó un Secretariado Internacional de Sociedades Nacionales de Médicos Católicos, que organizó los primeros encuentros supranacionales de estas asociaciones (en primero en Bruselas en 1935), con miras a establecer una federación de alcance mundial. En el 11° Congreso, realizado Manila en 1966, los Estatutos oficiales y lineamientos de FIAMC fueron adoptados por la Asamblea General y aprobados por la Santa Sede. Actualmente cuenta entre sus miembros a asociaciones de los cinco continentes.
¿Con qué propósito se elabora el documento y a quiénes va dirigido?
El documento está dirigido a los médicos, católicos o no, que comparten los principios éticos y antropológicos de la cultura de la vida. El ponente es el profesor de Ginecología y Obstetricia suizo Rudolf Ehmann, egregio miembro de nuestra Federación, que ahora mismo está trabajando en Camerún. Habrá también aportaciones de nuestro comité ejecutivo y del asistente eclesiástico, monseñor Maurizio Calipari.
La encíclica de Pablo VI es magisterio, que sólo lo puede hacer el Papa o los obispos en comunión con él; al respecto nuestro documento debe considerarse más bien como un «peritaje cualificado». La misma encíclica, en uno de sus párrafos, decía: «consideren los médicos y el resto del personal sanitario, como propio deber profesional, el dar consejos y directrices a los esposos que les consultan». Somos conscientes, como profesionales, de la dificultad de promover esta doctrina, y después de cuarenta años aceptamos el reto.
El tema del documento es la anticoncepción y la regulación de la natalidad, porque no olvidemos que los medios aceptados por la Iglesia, llamados «naturales» porque respetan los ciclos naturales de la mujer, no sólo sirven para espaciar los nacimientos sino también para buscarlos. La encíclica, por tanto, no debe ser vista desde el punto de vista exclusivamente negativo, como rechazo de la anticoncepción.
Por otro lado, lo que propone la doctrina es lo natural, porque una mujer fértil no es una enferma, por lo tanto darle un fármaco no concuerda mucho con su estado de salud. Uno toma un fármaco cuando tiene un problema que corregir, no cuando está sano.
Existe un poco de confusión con los tipos de píldoras existentes: si son abortivas o no, etc. ¿qué juicio puede darnos como médico?
Existen tres tipos de píldora: la Ru-486, la del día después y la anticonceptiva. Sobre la primera el juicio está claro, se trata de un combinado producido para provocar una muerte, y ni siquiera merece el nombre de medicamento. La píldora del día después es un fármaco que, en el 70% de las veces en que actúa, lo hace para eliminar un óvulo humano fecundado, y por tanto es también abortiva. La píldora anticonceptiva tiene otra valoración porque no produce la muerte del embrión. La valoración no es positiva, pero no tiene la misma gravedad moral que las anteriores.
Como médico debo decir que ninguno de los tres tipos de píldora es inocuo para el organismo femenino, al contrario. La Ru-486 puede llegar a producir la muerte; la píldora del día después tiene también muchos efectos secundarios. Además, hay que señalar que el uso de la píldora del día después contradice el mito del «sexo seguro», porque lo único que impide es el embarazo, y no el contagio de las 26 enfermedades de transmisión sexual conocidas hasta ahora.
Respecto a la píldora anticonceptiva, lo que produce es una alteración hormonal para evitar la ovulación, y esto a largo plazo puede estar asociado a fenómenos de trombosis, hipertensión o depresiones.
De todas formas el juicio moral negativo no se remite a los efectos secundarios, porque si el día de mañana se diseñara una píldora que no los tuviera, el juicio seguiría siendo negativo. Yo suelo decir, a modo de símil, que un adulterio de pensamiento no tiene efectos materiales, pero no por ello deja de estar mal.
En el documento que estamos preparando, y que estamos haciendo con mucho cariño, afronta muchas de estas cuestiones, porque entendemos que la responsabilidad no recae sólo sobre nuestros pastores: sin la opinión cualificada de los médicos católicos, la cuestión de la defensa de la vida quedaría un poco coja. En el embarazo y el parto, la figura del médico es necesaria, somos un elemento clave, y no sólo el ginecólogo, también el médico de familia, al que muchas veces se le pide orientación.
¿Qué responsabilidad tienen los médicos en la extensión de la «mentalidad contraria a la vida» que triunfa actualmente en Occidente?
Somos evidentemente una pieza clave. También nosotros estamos a veces manipulados por el mundo del dinero, por la industria farmacéutica que muchas veces empuja al médico a prácticas que no son necesarias.
En cualquier caso el médico es un puntal, porque tiene un alto reconocimiento tanto dentro como fuera de la Iglesia. En el caso de la Humanae Vitae, la poca aceptación que ha tenido esta doctrina nos permite ahora a nosotros proponer los puntos de vista contenidos en ella sin que sea interpretado como una imposición, desde una buena praxis médica y una sana antropología.
En cualquier caso, en Occidente existía, dentro de la profesión médica, una transmisión de valores éticos que no se realizaba en las Universidades, sino fundamentalmente en la relación maestro-alumno: uno aprendía a manejarse en la profesión haciendo prácticas en un servicio médico a las órdenes de un facultativo más anciano, y allí se le inculcaban en la práctica, en los gestos, muchos valores, como el trato respetuoso al paciente, el valor de la vida enferma, etc.
Sin embargo, desde la aparición de las asignaturas de bioética, este aprendizaje personal se está perdiendo, y ha sido invadido por las ideologías. Entonces, dependiendo de qué facultad se trate, se enseñan unas ideologías u otras. Por desgracia, un estudiante o recién licenciado hoy, como muestran las estadísticas, no tiene las ideas éticas claras, y es más influenciable.
Volviendo al documento, la Humanae Vitae fue criticadísima en el momento de su publicación, incluso por algunos episcopados, aunque prácticamente todos la han aceptado ya. ¿Cuáles fueron los aspectos que más rechazo provocaron entre los propios católicos?
Cuando uno tiene un problema (o cree que lo tiene) y cree que no debe tener más hijos, el personal sanitario en ese momento tiene que darle una respuesta antropológicamente correcta. En ese momento, la píldora anticonceptiva parecía una solución rápida, barata y directa, que no planteaba los problemas éticos del aborto. Esto, unido a la presión de la industria farmacéutica, hizo que se olvidasen otros medios.
La misma asociación de médicos católicos de Estados Unidos sufrió al respecto una crisis interna importante por el apoyo a la píldora. Hoy sin embargo, su presidenta Kathleen M. Raviele, es una médico experta en métodos naturales de regulación de la fertilidad. Las cosas han ido cambiando, pero ahora, después de cuarenta años, necesitamos un nuevo impulso.
Creo que en este tiempo los médicos católicos no hemos hecho lo que teníamos que hacer. Muchas veces no es sólo cuestión de los sacerdotes el dar consejos a los esposos en cuestiones íntimas. En nuestras asociaciones somos muchos los que vemos el problema, y queremos afrontar nuestra responsabilidad.
¿Qué es lo que ha producido ese cambio de postura respecto a la píldora?
La vuelta al respeto de la naturaleza. Por ejemplo, no sé si usted recuerda, cuando yo era pequeño estaba muy de moda, el rechazo de la lactancia materna y la utilización masiva de las leches artificiales para alimentar a los bebés. Eso se veía como un adelanto, en cambio ahora es unánime el apoyo a la lactancia materna. Ese industrialismo que parece que resuelve tantas cosas, en el fondo no es la solución.
Pues con la regulación de la fertilidad pasa lo mismo: si la mujer tiene unos días fértiles y otros infértiles, que permiten regular los nacimientos de forma natural, ¿para qué utilizar un método artificial que no respeta la naturaleza? Además, la experiencia muestra que los métodos naturales funcionan muy bien. Quizás existe el inconveniente de que hay que aprenderlo bien, etc. Pero la mujer que toma la píldora tiene que hacerse análisis regularmente, tiene que hacer controles... Tampoco es un método fácil. Hay que hacer entender a la gente que si se ponen en la balanza los métodos naturales y los artificiales, hay una gran diferencia.
Quizá estos métodos, que se apoyan en los ciclos de la mujer y por tanto son gratuitos, hay veces que la misma gratuidad hace que las cosas no se valoren. Luego hay mujeres con problemas, ciclos irregulares, patologías... los médicos están precisamente para eso, para orientar.
¿Cree usted que los métodos naturales deberían enseñarse en las Facultades de Medicina, por lo menos en aquellas que se dicen católicas?
Sin duda. Además en la Humanae Vitae, Pablo VI trasladaba esta responsabilidad a los médicos. Quizás debería figurar, no tanto como una asignatura en sí, sino como un apartado importante de la asignatura de Obstetricia.
En cualquier caso, el nudo del asunto, como planteaba la Humanae Vitae, no es tanto el método anticonceptivo en sí sino el valorar la maternidad como un bien...
Efectivamente, Pablo VI hablaba de «razones graves», que tienen que valorar los esposos, para posponer un nacimiento porque los hijos son un bien. Hoy, sin embargo, unos esposos que quieran tener los hijos que Dios les dé sufren un acoso importante en contra, por parte muchas veces de los mismos agentes sanitarios. Hay especialidades en las que es mejor acudir hoy al profesional católico para evitar ese acoso, por ejemplo en el caso de los ginecólogos o incluso en el de los psiquiatras. Y el problema aumenta porque no hay muchos ginecólogos que sigan la doctrina de la Iglesia.
Nosotros estamos preparando actualmente un congreso de ginecólogos católicos que se va a celebrar en Roma, y constatamos este problema. Muchas mujeres católicas no pueden acudir a ginecólogos que respeten sus creencias. Por tanto, existe un mobbing hacia la maternidad, que muchas veces no es directo pero existe: la mueca de una comadrona, la actitud de un médico... y no es la excepción sino por desgracia la regla general.
Hay una expresión que me parece muy triste, que he leído en algún periódico económico, de que «Europa está envejeciendo, tiene que aumentar la natalidad porque si no no habrá quien pague las pensiones». Es una cosa tristísima, que se hable de tener hijos no por amor sino por puro interés social, es una perversión.
Por tanto, la revalorización de la maternidad, la cultura de la vida, tiene que empezar por los propios médicos. El ejemplo es muy importante, porque en Medicina lo que transmiten los maestros es muy importante. Un aspirante que trabaja en un servicio de ginecología en el que se respeta la vida, aunque no sea creyente, ese aprendizaje marcará su trayectoria profesional.
Un ginecólogo me decía el otro día: «es que si me convierto a la antropología cristiana, no podré hacer un montón de cosas, no podré recetar la píldora, no podré esterilizar, etc.». Es como si un romano objetara que si se hacía cristiano no podría ir al circo a ver cómo las fieras se comían a otros cristianos, o tener varias mujeres o pegarle a su esclavo. No se renuncia a nada que sea bueno, hay que ver las cosas en positivo.
Por último, del contenido de ese documento que la Fiamc prepara, ¿qué podría avanzar como más novedoso?
Indudablemente, la asunción de sus responsabilidades por parte del médico católico. Es una responsabilidad que no podemos eludir, ni siquiera formalmente. Tenemos un problema, y nosotros somos una pieza clave en él, y por tanto tenemos que afrontarlo.
Es bien conocido el juramento hipocrático, que defiende claramente la vida. ¿Tienen los médicos católicos alguna fórmula propia?
Sí, los médicos católicos tenemos una fórmula de juramento aprobada por la Santa Sede, que tiene una primera parte para el médico católico, y otra para el médico que, aunque no sea creyente, comparta los valores humanos que defendemos.
Personalmente me gusta más el juramento de Maimónides, judío español, que hablaba del único Dios, mientras Hipócrates hablaba de los dioses paganos. Aunque me conformaría con que en Occidente se respetara el juramento hipocrático. Ya sería un gran paso adelante.
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