Benedicto XVI comenzó la Semana Santa en este Domingo de Ramos constatando que la Iglesia necesita purificar los «abusos» que todavía hoy se dan en su interior.
En la homilía comentó el pasaje evangélico de la entrada de Jesús a Jerusalén, entre la muchedumbre que lo aclamaba, pero llegar al Templo encontró a los comerciantes de animales y agentes de cambio que profanaban el lugar de oración.
«Todo esto debe hacernos reflexionar hoy a nosotros, como cristianos -pidió-: nuestra fe ¿es suficientemente pura y abierta, de forma que ante ella aun los "paganos", las personas que están en búsqueda y plantean preguntas, puedan intuir la luz del Dios único, uniéndose en los atrios de la fe a nuestra oración y con sus preguntas llegar a ser, también ellos adoradores?»
«¿La conciencia de que la avidez es idolatría, llega también a nuestro corazón y nuestra forma de vivir?», siguió preguntando.
«¿No dejamos, quizá, de distintas formas, que los ídolos entren en el mundo de nuestra fe?»¸ insistió. «¿Estamos dispuestos a dejarnos purificar constantemente por el Señor, permitiéndole que expulse de nosotros y de la Iglesia todo lo que está en contra de Él?».
«En la purificación del templo, no se trata sólo de una lucha contra los abusos», ha recordado el pontífice.
«Al comercio de los animales y a los negocios con dinero, Jesús contrapone su bondad sanadora. Ésta es la verdadera purificación del templo. Él no viene como destructor; no viene con la espada del revolucionario. Viene con el don de la sanación», aclaró.
«Se dedica a aquellos que, debido a su enfermedad, son empujados al extremo de su vida y al margen de la sociedad. Jesús muestra a Dios como el que ama y su poder como el poder del amor. Así, nos dice lo que forma parte para siempre del culto justo de Dios: curar, servir, la bondad que sana».
Recordando que quienes aclamaron a Jesús en la entrada triunfal fueron los niños, explicó que para ser como ellos hay que «abandonar la soberbia».
«Él mismo, que abraza al mundo entero, se hizo pequeño para salir a nuestro encuentro, para encaminarnos hacia Dios. Para reconocer a Dios debemos abandonar la soberbia que nos deslumbra, que quiere alejarnos de Dios, como si Dios fuera un contrincante nuestro».
«Para encontrar a Dios hay que ser capaces de ver con el corazón -insistió-. Debemos aprender a ver con un corazón de niños, un corazón joven, que no tiene obstáculos de prejuicios y no está deslumbrado por intereses».
El obispo de Roma alentó a los presentes a unirse «a la procesión de los jóvenes de entonces, una procesión que atraviesa toda la historia».
«Junto con los jóvenes de todo el mundo vayamos al encuentro de Jesús. Dejémonos guiar hacia Dios, para aprender de Dios mismo el recto modo de ser hombres».
«Con Él demos gracias a Dios, porque con Jesús, el Hijo de David, nos ha donado un espacio de paz y de reconciliación en la Santa Eucaristía que abraza al mundo. Roguémosle para que también nosotros podamos ser -con Él y a partir de Él- mensajeros de su paz, adoradores en Espíritu y en Verdad, para que en nosotros y al rededor nuestro crezca su Reino», concluyó.
La celebración del inicio de la Semana Santa había comenzado con la bendición de los ramos y la procesión, desde el obelisco de la Plaza de San Pedro hasta el altar instalado en el atrio de la Basílica de San Pedro.
En la procesión, acompañaron al Papa cardenales, obispos, 270 jóvenes (170 italianos y 100 del resto del mundo), pues en este día la Iglesia celebraba a nivel diocesano la Jornada Mundial de la Juventud.
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