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El verdadero camino para que se reconozca la igual dignidad y derechos entre hombre y mujer pasa por la aceptación de su diversidad natural. Hombre o mujer se es y no sólo se construye socialmente, y por tanto una legislación justa no puede apoyarse en una concepción antropológica falsa.
Esta es la conclusión más importante de las jornadas sobre la ideología de género presentadas el pasado mes de febrero en la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid, en la que se analizó la preeminencia de esta ideología en la legislación española.
El origen de la diferencia hombre-mujer
Según Jokin de Irala, profesor de Medicina de la Universidad de Navarra, «la naturaleza es tozuda en contra de lo que algunos pretenden, cuando consideran que no existe absolutamente ninguna diferencia entre mujeres y varones. Más bien al contrario, mujeres y varones somos diferentes en todas las células de nuestros organismos».
«Al negar la existencia de los presupuestos cerebrales de la personalidad y de las tendencias del comportamiento que muestra la biología humana, se está combatiendo la propia naturaleza de la persona varón o de la persona mujer. La libertad humana, en cambio, consiste en construirnos desde estos presupuestos que no podemos negar y no en luchar contra los mismos», añade.
«Desde estas diferencias, mujeres y varones se enriquecen mutuamente sabiendo que tienen una misma dignidad como seres humanos».
¿Hasta qué punto llega esa diferenciación? Según la Doctora en Medicina María Gudín, en su ponencia Cerebro y Diferencias sexuales, el ser humano «tiene cuatro dimensiones básicas: física, psicológica, espiritual, y cultural. Estas dimensiones básicas están íntimamente entrelazadas entre sí, el hombre es una unidad en la diversidad. Así, la condición sexuada del hombre es un fenómeno de extraordinaria amplitud, que caracteriza todos los estratos y componentes de la compleja unidad que constituye al hombre».
«La persona humana es hombre o mujer y lleva inscrita esa condición en todo su ser. El programa genético, el sistema endocrino, los órganos genitales internos y externos, el cerebro y la figura corporal son sexuados. Por ello podemos afirmar que somos biofisiológicamente sexuados o, en otras palabras, que la sexualidad tiene una dimensión biológica indudable», añade.
Citando a la científica Natalia López-Moratalla, Irala afirmó por su parte que la dualidad sexual «existe ya desde el primer cuerpo unicelular humano llamado cigoto. Los genes de la feminidad y de la masculinidad producen cambios tan diferentes como el ritmo lineal de la fisiología del varón y el ritmo cíclico de la mujer».
Cerebro de mujer, cerebro de varón
Según afirmó Irala, existe un cerebro de mujer y un cerebro de varón: «Existe una base biológica, un presupuesto genético, que subyace a la existencia de dos tipos de cerebros humanos. Gracias a las técnicas actuales de neurociencias como la tomografía de emisión de positrones (PET) o las imágenes funcionales de resonancia magnética (fMRI), es posible observar y estudiar mejor este hecho».
«A igualdad de coeficiente intelectual, hay tareas que, por término medio, resuelven mejor las mujeres y otras los varones. Estas diferencias se observan incluso a edades donde los factores socioculturales no han podido actuar todavía», añade.
«La relevancia de este hecho biológico radica en que conducen también a dos modos de percibir la realidad y de habitar el mundo, es decir dos modos de procesar la información en el cerebro, más allá de las diferencias obvias de la paternidad y la maternidad en la transmisión de la vida. En definitiva, dos maneras diferentes, por término medio, de ser humanos».
Respecto al cerebro humano, explicó que mujeres y varones «tienen de forma innata y por su naturaleza genética diferenciada, diferentes relaciones entre los hemisferios izquierdo y derecho y por lo tanto los utilizan de manera diferente».
«En las mujeres existe una mejor simetría y una mayor interconexión entre ambos hemisferios, que se parecen más entre sí. El varón presenta más diferencias entre ambos hemisferios en lo que se refiere a centros responsables de funciones similares y está más polarizado hacia el hemisferio izquierdo. Esto hace, por ejemplo, que la capacidad analítica o la orientación espacial sea, por término medio, mayor en varones. Por el contrario, la capacidad de comunicación verbal y empatía (por ejemplo, la capacidad de interpretar estados de ánimo al observar caras), es mayor en mujeres».
Incluso en la enfermedad
Jokin de Irala explicó que el dimorfismo sexual «existe hasta el punto de que mujeres y varones no enferman del mismo modo independientemente del ambiente sociocultural en el que están inmersos».
«Las mujeres presentan más diagnósticos de depresión unipolar, trastornos del comportamiento alimentario, trastornos de ansiedad incluyendo el estrés post traumático o de presentar tres o más problemas mentales concomitantemente o asociados a enfermedades crónicas. También son más frecuentes en mujeres los trastornos de pánico y de fobia. Por el contrario, los varones presentan más diagnósticos de abuso de sustancias, alcoholismo y desórdenes del comportamiento asociados al alcohol. A partir de la infancia los varones presentan más síndromes de déficits de atención, autismo y retrasos del aprendizaje o del desarrollo», explica.
Las leyes deben tener en cuenta la naturaleza
Según María Lacalle, profesora de Derecho Civil de la Universidad Francisco de Vitoria, las feministas de género «tienen toda la razón al pensar que se puede transformar la sociedad a través de las leyes, y está claro que debemos luchar por la igualdad de oportunidades para la mujer y para superar aquellos roles que son fruto de factores culturales y que pueden resultar arbitrarios e injustos».
A pesar de ello, la solución a los problemas de la mujer «no es la discriminación injusta, ni el enfrentamiento con el hombre, ni su total autonomía, sino el entendimiento, el respeto, la cooperación, la mutua ayuda».
«La verdadera liberación de la mujer no se alcanzará negando su femineidad e igualándola al hombre, sino logrando que sea ella misma», añade. «El Derecho no puede negar las diferencias ni enturbiar las relaciones entre hombres y mujeres. No puede ignorar la originalidad de lo femenino y lo masculino y su natural complementariedad. El Derecho tiene que dar respuesta adecuada a la naturaleza».
Para Lacalle, la deconstrucción de la sociedad «no nos va a hacer más libres, ni más felices. Todo lo contrario. Sólo respetando la naturaleza, la propia identidad del ser humano, y el valor insustituible de la familia podremos construir un mundo mejor».
Según otra de las ponentes, la psicóloga Patricia Martinez Peroni «hoy nos encontramos a la intemperie existencial... Hemos olvidado a Dios, Autor de todo cuanto existe, incluido nuestro propio ser de personas libres, hechas a imagen y semejanza suya. No aceptamos nuestra condición de criaturas dependientes y, por tanto, nos autoconstruimos fenomenológicamente a ciegas».
«Hemos sido infieles al Amor primero..., y ya cualquier amor es egoísta e interesado, buscando poseer y absorber, anulando al otro en su propia identidad, ya que la diferenciación se nos antoja discriminación, la complementariedad se torna dialéctica y lucha de poder, siendo la teoría del género el máximo exponente ideológico del feminismo radical. Así, vencido el machismo como tesis primera, opondremos el feminismo como antítesis vital, acabando en una síntesis quimérica de una sociedad andrógina, donde la naturaleza humana diferenciada psicosexualmente será un estadio superado por los tiempos modernos, cuyo diseño es sustancialmente antropocentrista».
Para Martínez Peroni, la ideología del género va contra la naturaleza: «Contra natura es autoconstruirnos psicosexualmente en nuestra orientación sexual como si lo genético, lo gonadal, lo endocrino, lo genital y lo psicológico se pudiera silenciar por una ideología pseudoespiritual que hable de dignidad y derechos humanos, como si fuese humano negar y contrariar la propia humanidad inscrita en la naturaleza de su identidad. Contra natura es conocer y amar la autodestrucción, de modo enfermizo, como liberadora de la auténtica personalidad».
«La cultura de lo contranatural es una negación de la realidad y es una injusticia para las personas... Silenciar esta verdad que entraña un bien absoluto para humanizar a las personas, no sólo supone ignorancia, sino perversidad moral, propio de culturas decadentes que frivolizan la maldad por negligencia y estupidez».
Para Martinez Peroni, el camino de retorno «será que descubriéndonos en nuestra naturaleza, nos asumiremos y nos comportaremos como seres únicos, verdaderos y buenos, por participar de un orden trascendente que nos dignifica dada la gratuidad de un Dios que es Amor y Misericordia, y así nos restituiremos en nuestra identidad personal».
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