«¿En cuántas circunstancias, en lugar de conformarnos dócilmente con la voluntad divina, desearíamos que Dios cumpliera nuestros proyectos y atendiera nuestra expectativa?»
ZENIT.org
Benedicto XVI pone en guardia de un riesgo que corre todo creyente: «practicar una religiosidad no auténtica».
Esto sucede -ejemplifica- cuando se busca «la respuesta a las expectativas más íntimas del corazón no en Dios» o incluso «se utiliza a Dios como si estuviera al servicio de nuestros deseos y proyectos».
En su homilía, durante la Eucaristía que presidió en la mañana de este domingo en la parroquia romana de Santa Maria Liberadora en Monte Testaccio, el Papa subrayó el «mensaje siempre vivo y actual» de la palabra de Dios, apuntando, de la Primera Lectura del día, la actitud del pueblo hebreo que sufre en el desierto.
«El pueblo exige de Dios que salga al encuentro de sus propias expectativas y exigencias, más que abandonarse confiado en sus manos, y en la prueba pierde la confianza en Él», recordó el Santo Padre.
Y planteó: «¿Cuántas veces sucede esto también en nuestra vida? ¿En cuántas circunstancias, en lugar de conformarnos dócilmente con la voluntad divina, desearíamos que Dios cumpliera nuestros proyectos y atendiera nuestra expectativa?».
«¿En cuántas ocasiones nuestra fe se manifiesta frágil, nuestra confianza débil, nuestra religiosidad contaminada por elementos mágicos y meramente terrenos?».
Respuesta oportuna a este riesgo la brinda el tiempo de Cuaresma y su llamamiento a la conversión auténtica, así que el Papa exhortó a acoger «con humilde docilidad el aviso del Salmo»: «¡Oh, si escucharais hoy su voz!: "No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Massá en el desierto, donde me pusieron a prueba vuestros padres, me tentaron aunque habían visto mi obra"» (94,7-9).
Es Dios quien «tiene sed de nuestra fe y quiere que encontremos en Él la fuente de nuestra auténtica felicidad», recalcó Benedicto XVI.
Expresión de ello es también el pasaje del Evangelio dominical, del diálogo de Jesús con la samaritana en el pozo de Sicar.
Se evidencia ahí la sed del hombre, «una sed de infinito que puede ser saciada sólo con el agua que Jesús ofrece, el agua viva del Espíritu», puntualizó.