EL MUNDO
Este cardenal es el español más importante y poderoso que hay en la curia vaticana, de la que forma parte desde 1960. A sus 77 años, el destacado miembro del Opus Dei ha trabajado al servicio de cinco papas. La suya es sin duda una de las voces más autorizadas para analizar el estado de las relaciones entre la Iglesia y el gobierno de Zapatero.
Cargo: Presidente de la Comisión Disciplinar de la Curia romana y miembro de ocho dicasterios vaticanos / Edad: 77 años / Formación: Doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad Santo Tomás de Roma y doctor en Medicina, especialidad Psiquiatría, por las Universidades de Barcelona y Navarra / Aficiones: Practicar montañismo / Credo: Católico, miembro del Opus Dei
«Ya ve, yo que quería jubilarme y cada día trabajo más», bromea el cardenal Herranz. Pero algo de razón tiene. En estricto cumplimiento con la normativa vaticana este cordobés, doctor en psiquiatría y en derecho canónico, presentó, al cumplir los 75 años, su renuncia como presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos. Sin embargo, Benedicto XVI aún le mantuvo dos años más al frente de esa especie de Tribunal Constitucional de la Iglesia, cuyas riendas llevaba desde 1994, hasta que en febrero pasado aceptó al fin su jubilación. Pero el cardenal Herranz, miembro destacado del Opus Dei, sigue trabajando desaforadamente: preside la Comisión Disciplinar de la Curia Romana, es miembro de la Comisión Pontificia Ecclesia Dei, del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, de las Congregaciones de la Doctrina de la Fe, del Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, de las Causas de los Santos, de los Obispos, de la Evangelización de los Pueblos y del Consejo Pontificio para los Laicos.
En el coqueto salón de la vivienda, a pocos metros de la Plaza de San Pedro, varias fotografías resumen su vida en imágenes. Hay una foto en blanco y negro de un chaval sonriente junto a Escrivá de Balaguer. «Ese chaval soy yo, con 25 años, el día de mi ordenación como sacerdote en compañía de san Josémaría», explica el cardenal Herranz, que ingresó en el Opus Dei cuando tenía 19 años y que convivió 22 con el fundador de la Obra. Varias instantáneas le recogen junto a Juan Pablo II, un Pontífice que ha marcado su existencia y con el que trabajó muy de cerca durante los 26 años de su papado. Y otras le muestran junto a Benedicto XVI, a quien conoce desde hace 27 años.
Desde Roma, ¿cómo ve la situación actual de España?
Hace varias semanas que me viene en mente una poesía que leí en los años 70 y que no recuerdo de quién era. Decía así: «Toco la piel de España y tiene fiebre». Creo que, efectivamente, hay un poco de fiebre en la piel de España, producida por una falta de ponderación, de buscar caminos de diálogo, de respeto mutuo entre personas e instituciones, del escaso deseo de construir teniendo en cuenta lo que a todos los políticos de derechas y de izquierdas, de arriba y de abajo, les debe importar: el bien común.
Ése es el diagnóstico, ¿y las causas?
Lo que sucede en estos momentos en España se encuadra en lo que ha ocurrido en Europa en los últimos 70 años y es fruto del peso de dos ideologías, una de las cuales ha fracasado por completo y la otra está en proceso de revisión. La primera es la ideología totalitaria de la justicia sin libertad, ejercida por poderes absolutos y totalitarios tanto de izquierdas como de derechas que pretendían hacer al hombre más justo quitándole la libertad. Esta ideología ha fracasado, pero no sin antes conducir a Europa a tremendas tragedias que aún estamos pagando. Y la segunda es esta ideología libertaria, no liberal, de la libertad sin verdad, que está muy viva actualmente aunque sometida a un proceso de revisión por parte de numerosos jóvenes y de muchos intelectuales cristianos y no cristianos. Esta ideología libertaria ya ha pasado su momento de esplendor y en algunos sitios está en proceso de decadencia, aunque en España quizás no todavía.
Cuando habla de ideología libertaria, ¿se refiere a mayo del 68?
Fundamentalmente. La revolución del 68, que se puede sintetizar como un combinado de Marx, Freud y Marcuse, fue un cóctel tremendo que llevó a esa falaz afirmación de Prohibido prohibir. Una sentencia que implica que vale más lo subjetivo, la afirmación personal de mi libertad, el tratar de realizarme siguiendo mis instintos, mis pensamientos y mis deseos que la aceptación de unas normas objetivas y universales de carácter tanto religioso como cívico y familiar que surgen de la misma dignidad de la persona. Filosóficamente, el mayo del 68 introdujo el relativismo, el todo está permitido, el negar que existan unos valores y verdades de carácter universal que tienen un peso moral y que deben ser respetadas por las legislaciones positivas. Y, al mismo tiempo, empezaron a tomar cada vez más cuerpo los llamados nuevos derechos, que respondían al subjetivismo absoluto y que muchas veces transformaban deseos en derechos. Estos nuevos derechos con frecuencia son contrarios a los de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, promulgada por la ONU en 1948.
¿Y cuáles son esos nuevos derechos que están en contra de la Declaración Universal de los Derechos Humanos?
Los llamados derecho al aborto, a la eutanasia, a la indiscriminada manipulación de los embriones humanos y otros más.
Esos derechos efectivamente no se encuentran en la Declaración de los Derechos Humanos, pero tampoco se oponen a ella...
Bueno, la Declaración Universal de los Derechos Humanos habla del derecho de todo individuo a la vida y a la seguridad, y eso es incompatible con el aborto y la eutanasia.
Sin ánimo de pecar del espíritu relativista del 68, depende de dónde se considere que empieza la vida. Y eso es algo en lo que los científicos no se ponen de acuerdo.
Quizá no se ponían de acuerdo en 1972 cuando se introdujo el aborto en Estados Unidos. Ahora en cambio el progreso de la embriología y de la genética está dando la razón a la Declaración Universal de los Derechos Humanos: se ha demostrado que la vida humana comienza en el mismo momento de la fecundación, donde ya existe el patrimonio genético del ser humano que se desarrollará. El progreso no consiste en reconocer derechos que no son muchas veces tales, sino deseos. La tendencia de esa filosofía relativista, que es de carácter agnóstico y permisivo, es que cualquier tensión se resuelve dando categoría de ley civil a deseos personales que no se ordenan al bien común.
Pero esos derechos los aprueban parlamentos elegidos a través de las urnas y por tanto legitimados por el respaldo popular.
La democracia es una cosa muy seria. Y cuando nació la democracia y Rousseau escribió El contrato social a nadie se le pasaba por la cabeza que el bien y el mal, lo justo y lo injusto, iba a decidirlo la mayoría. Había una serie de materias que todos consideraban que estaban por encima de eso, entre ellas el aborto. El 5 de octubre de 1995 Juan Pablo II pronunció ante la ONU un discurso famoso, en el que habló de la estructura moral de la libertad, que consiste en la inseparabilidad de dos conceptos que garantizan el futuro de la Humanidad: la unión de libertad y verdad. Si se separa una de la otra se cae en el libertinaje, en el abuso de poder, en la arbitrariedad... La libertad no se puede desgajar de la verdad sobre el hombre y lo que de ello emana.
¿Y qué es la verdad?
Verdad es todo lo que se adecua a la naturaleza y dignidad de la persona, esas cosas que siempre ha tutelado la ley, no ya la ley moral de la Iglesia católica sino las leyes civiles de los Estados. La verdad sobre el amor, sobre la vida humana, sobre la familia fundada en el matrimonio... El fundamento de toda sociedad sana es la familia. Y ésta se sustenta a su vez en el matrimonio entre un hombre y una mujer. Y los que dicen que esas son ideas viejas se equivocan: son el futuro. La Humanidad progresará verdaderamente en la medida en que esos valores se promuevan.
¿Quiere decir que la verdad es la de la Iglesia?
Es un error pensar que sólo la Iglesia se preocupa de estas cosas. Esta misma semana, en el Corriere della Sera apareció un artículo de Claudio Magris que recuerda como Norberto Bobbio, que era agnóstico, sostenía que la defensa de la vida era un privilegio que no se podía dejar sólo en manos de la Iglesia. En la sociedad civil hay cada vez más personas de izquierdas y de derechas que piensan que es necesario volver a darle al derecho la dignidad que ha tenido, cuando las leyes se hacían pensando en el bien común y no como resultado de una verdad pactada por intereses minoritarios o personales del político. No es la Iglesia sola: hay intelectuales, profesores de universidad, universitarios, católicos unos y otros no, de pensamiento liberal, respetuosos por tanto de la democracia, y que todos ellos tienen el deseo constructivo de recuperar la unión entre libertad y verdad. Además, es muy importante valorar los entes intermedios entre los políticos y el ciudadano, porque de lo contrario no se aprecian bien cosas como la manifestación del día 30 en Madrid.
¿Cómo interpreta usted aquella manifestación a favor de la familia cristiana promovida por la conferencia episcopal?
La gente que fue a esa manifestación no lo hizo para oír a un obispo de derechas o a uno de izquierdas, o para manifestarse a favor de Zapatero o de Rajoy. Fue para hacer oír su voz, para significar la estima que ellos tienen y quieren que quienes gobiernen tengan también hacia una serie de valores alrededor de los cuales han construido su vida: la defensa de la vida humana, la defensa del matrimonio entendido como la unión entre un hombre y una mujer abierta a la fecundidad, la defensa de las familias que se basan sobre el matrimonio, el derecho de los padres a la educación de los hijos, que en la declaración Universal de los Derechos del hombre se dice que está por encima del Estado y que nadie puede imponer a los hijos una educación que no corresponda a los sentimientos religiosos y culturales de los padres... Éstos son los valores y verdades que defienden agrupaciones sociales de lo más variado. No es un problema de izquierdas o de derechas, los que asistieron a esa manifestación son el pueblo, la sociedad, gente que se manifestó a favor de y que pedía a quienes pueden hacer algo por ellos que lo hagan...
Sin embargo, los tres obispos que ese día hablaron en la manifestación hicieron unos discursos bastante politizados...
Ésa es la interpretación de algunos. Los ciudadanos que fueron allí no querían apoyar a uno u otro obispo, ni pedían que la Iglesia se convierta en un partido político. Era la sociedad reivindicando una serie de valores. Si algún partido, en la dialéctica electoral, estimulara el odio a la Iglesia o a la Conferencia Episcopal para conseguir más votos caería en un juego muy bajo. Tanto la izquierda como la derecha como el centro tienen que darse cuenta de que ellos están gobernando una sociedad, y han de escuchar a esa sociedad.
Pero la sociedad habla fundamentalmente a través de las urnas, ¿no?
Sí, pero no sólo. Y también hay que tener en cuenta una cuestión: no son las urnas ni la mayoría las que siempre tienen el derecho de decidir lo que es verdad y lo que es mentira, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es justo y lo que es injusto. Hay cosas que no dependen de la mayoría. Hay valores que no son negociables, que no se pueden someter al dictamen de la mayoría, y eso es algo de lo que tiene conciencia no sólo la Iglesia sino la misma democracia. Si no se llega a situaciones como la que se ha vivido en una pequeña nación europea, en la que se ha permitido que hubiera un partido de pederastas con el argumento de que tienen derecho a asociarse y a participar en la competición política. La pederastia no podrá ser nunca un derecho, aunque lo apoyara la mayoría. La democracia tiene que defenderse a sí misma, poner unos límites a la libertad. Y los límites son la verdad.
Más que de una democracia parece que hablase usted de una teocracia...
No. Pero lo que es necesario es que haya más conciencia moral a la hora de valorar la libertad y las formas en las que ésta se ejercita. Y escuchar al pueblo. A veces cuando se abordan las relaciones Iglesia-Estado se tiende a mirar sólo a las cúspides, a analizar únicamente las relaciones entre los máximos representantes de la autoridad de un sitio y la del otro: el presidente de la república italiana y el Papa, el presidente del Gobierno español y el nuncio, el presidente del Gobierno y el presidente de la Conferencia Episcopal, el Gobierno y la Conferencia Episcopal... Y se olvida que la Iglesia son el Papa, los cardenales, los obispos, los curas, y los laicos: todos los bautizados, aunque el magisterio corresponda a la jerarquía. En España son Iglesia más del 80% de la población, no sólo los sacerdotes o la Conferencia Episcopal.
Pero muchas personas bautizadas, a pesar de no haber hecho la declaración de apostasía, han dado la espalda a la Iglesia.
Ese razonamiento se hace, pero es falso. También entre los españoles hay más de un 80% que no conoce la Constitución y eso no significa que rechacen la Carta Magna. Evidentemente, entre los católicos españoles los hay más fieles y otros que lo son menos. Si a mí me juzgan por cómo era en mi primera juventud yo sería un católico de registro, porque no frecuentaba mucho la Iglesia. Pero de mi alma no se habían ido una serie de principios. Yo siempre he considerado a Jesucristo la autoridad moral más importante del mundo, aunque no le he sido fiel en tantísimas ocasiones. Y yo creo que eso también hay que tenerlo en cuenta.
Después de tanto tiempo viviendo fuera de España, ¿de dónde se siente usted?
Me siento profundamente español, a pesar de que efectivamente llevo más de medio siglo danzando por todo el mundo. Quizás también porque soy un poco de todos lados: nací en Córdoba, curse los estudios universitarios en Madrid y en Barcelona, veraneé en Galicia. Siento que por mi historia pasan un poco todas las tierras de España.
Una curiosidad quizás morbosa, ¿ha ido alguna vez a una discoteca, cardenal?
Pues claro. Cuando era estudiante de medicina en la Universidad Complutense había cuatro o cinco discotecas en Madrid, aunque entonces se llamaban salas de fiesta. La más conocida era Pasapoga, en la Gran Vía, y había otra que se llamaba Tokio, en la calle Barquillo, junto al Circo Price. Yo tenía la vida alegre, pero no vacía de ideales, de los estudiantes universitarios de entonces. Al mismo tiempo, había fines de semana en los que me iba a trabajar al taller mecánico de la Virgen de la Paloma, al torno, porque quería estar en contacto con los obreros. Son experiencias que en cierto modo me han sido útiles cuando el Señor me llamó a la total entrega a Él.
Es decir, que tenía usted inquietudes sociales.
Sí. A mí me metieron una vez en la cárcel. Me detuvieron junto a varias personas que estábamos llenando de pintadas con la brocha -porque entonces no existía el spray-, el paseo de la Castellana de Madrid con la frase: «Queremos la revolución agraria en Andalucía». Me metieron en los sótanos de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol. Me registraron y los policías se quedaron muy sorprendidos cuando en el bolsillo me encontraron un rosario. No lo entendían.
¿Se puede ser un buen católico y votar a partidos de izquierda?
Votar es una cuestión que cada católico debe de dilucidar en conciencia, viendo el programa de cada candidato. Lo que yo le puedo decir es que un sacerdote santo comentó en una ocasión que aunque parece que es en el horizonte donde se juntan el cielo y la tierra, la dimensión espiritual y temporal de las cosas, en realidad donde se funden es en el corazón de la persona. En el corazón del español católico se juntan el amor a la patria y el amor a Jesucristo y a su Iglesia, y debe resolver dentro de su alma la fidelidad que debe a las exigencias que comporta el ser español y el ser católico. Esa dualidad se debe resolver de manera armónica y cordial, porque si no se crearía una personalidad esquizofrénica. Y se lo digo yo, que soy médico especializado en psiquiatría... aunque no ejerza.
¿Qué les diría a quienes acusan a la Iglesia de estar entrando en el terreno político al emitir notas como la que recientemente daba a conocer la Conferencia Episcopal con los 10 puntos que deben de observar los católicos al ir a votar?
No, la Iglesia no entra en ese terreno. La declaración de los obispos españoles es normal. En casi todas las naciones, en vigilia de elecciones, la jerarquía eclesiástica del país recuerda una serie de principios y criterios morales para formar la conciencia de los católicos sobre los asuntos que tocan la dignidad de la persona. No se trata de apoyar a ningún partido. Cualquiera que lea con serenidad, sin prejuicios, las dos páginas de la declaración de los obispos verá que, tanto por el contenido como por la forma, es correcta. Los obispos tenían el derecho de hacer esa nota y el deber de hacerla, para los católicos de derecha y de izquierda, de un partido y de otro. Y los partidos, en lugar de ofrecer a última hora esto y lo otro para conseguir votos, deberían tener la humildad, no sólo de hablar, sino también de escuchar a las otras instituciones, de escuchar al pueblo.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |