Agustín fue ciertamente consciente de su propia talla intelectual. Pero para él era más importante llevar el mensaje cristiano a los sencillos que redactar grandes obras de elevado nivel teológico
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Cuentan de un ensayista español que a veces, terminado un texto, se lo pasaba a su secretario, menos versado en filosofías, para ver si lo comprendía. Y si le decía: se entiende perfectamente, entonces el autor le replicaba: pues oscurézcalo un poco.
Es el caso opuesto a Agustín de Hipona. Ha recordado Benedicto XVI que san Agustín decidió seguir a Jesús y dejar de hablar a los grandes de la corte imperial, para dirigirse a la población sencilla de Hipona. Se dirigió a ellos en su predicación, que gozaba de mucha fama, y escribió mucho. Su afán por comunicar el mensaje de la vida cristiana procedía de su comunicación con Dios, que es el más sencillo por ser el más grande y viceversa, y vuelve grandes y sencillos a los que con Él se unen. Agustín no llevaba una vida cerrada en sí misma o despistada en mil cosas, sino vivida esencialmente como un diálogo con Dios y, de este modo, una vida con los demás.
Un ejemplo es el libro de sus confesiones título que indica, en primer lugar, la confesión de las propias debilidades y la miseria de sus pecados; pero al mismo tiempo, confesiones significa alabanza y reconocimiento de Dios. Y es que en la perspectiva cristiana ver la propia miseria a la luz de Dios se convierte en alabanza de Dios y en acción de gracias, pues Dios nos ama y nos acepta, nos transforma y nos eleva hacia sí mismo.
Toda una lección para los cristianos intelectuales (investigadores, profesores, científicos) de nuestro tiempo, aunque en algunos ambientes, por reacción, lo de intelectual casi parezca un insulto. Es necesario el cultivo de la inteligencia a todos los niveles, y es imprescindible que en una sociedad haya intelectuales de mucho nivel. Agustín fue ciertamente consciente de su propia talla intelectual. Pero para él era más importante llevar el mensaje cristiano a los sencillos que redactar grandes obras de elevado nivel teológico, afirmaba Benedicto XVI. Y no será porque no haya dejado ensayos de especulación, algunos bastante densos. Al parecer su espíritu de cristiano y de pastor (con vosotros soy cristiano, para vosotros soy obispo) le pedía olvidarse con frecuencia de su eximia cultura para servir a los menos cultos. O mejor, poner la propia cultura filosófica o científica al servicio de todos, especialmente de aquellos que no tienen acceso a esa forma de cultura, y poseen sin embargo una cultura más popular, que valora más las personas y el hogar, las tradiciones y las cosas pequeñas.
Esta intención más profunda de Agustín, que le guió durante toda su vida, observa el Papa, se puede ver en una carta escrita al colega Evodio, en la que le comunica la decisión de interrumpir por el momento los libros sobre la Trinidad, pues son demasiado cansados y creo que pueden ser entendidos por unos pocos; hacen más falta textos que esperamos que sean útiles para muchos. En suma, para él era más útil comunicar la fe de manera comprensible para todos, que escribir grandes obras teológicas. Y esta intención hace que Agustín siga vivo entre nosotros a través de sus escritos, comunicándonos esa vida que proviene de la fe.
¿No es esta también una opción tomada por Benedicto XVI? Joseph Ratzinger, el teólogo especulativo (uno de los mejores del siglo XX), sigue reflexionando y comunicando su teología, pero lo hace de un modo más asequible; con un lenguaje más bien pastoral, que no quiere decir menos riguroso, pero sí más personalizado. Con una expresión más fácil de comprender para el que escucha, pero quizá más difícil para el que la piensa, porque exige no sólo ciencia, sino también sabiduría y humildad. Su teología y su transmisión de la fe no pierden sino que ganan en nivel intelectual. Y así son una necesaria opción por los sencillos.
Ramiro Pellitero, profesor de Teología pastoral en la Universidad de Navarra