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Educar en valores no es tarea fácil dados los tiempos que corren. Transmitir a nuestros hijos, por ejemplo, la idea de que el esfuerzo es necesario para su formación integral, para construir su personalidad, se estrella en demasiadas ocasiones con el modelo de sociedad que proyectan los medios de comunicación -especialmente la televisión- y fomentan incluso las administraciones.
Se trata de un modelo basado en no renunciar a nada, vivir sin complicarse la vida y esquivar el esfuerzo, que es la mejor forma de medir la felicidad en términos de placer inmediato, aunque lleve aparejados la pereza, el egoísmo y, a la larga, el fracaso.
¿Cómo ejercer entonces una pedagogía del esfuerzo cuando los valores fundamentales para la formación de nuestros hijos son devaluados por aquéllos que deberían promoverlos? La respuesta no es fácil y requiere de buenas dosis de voluntad y paciencia.
Por otra parte, cuando los pequeños se esfuerzan en realizar una actividad concreta y fracasan en el intento, con demasiada frecuencia los padres tendemos a solucionar el problema al que se enfrentan, en lugar de animarles a que sigan intentándolo.
Aprender sin esfuerzo, una quimera
Sin embargo, el esfuerzo es un elemento básico en el proceso de educación de los jóvenes. Aprender sin esfuerzo es, sencillamente, una quimera. ¿Cómo abordará el niño con éxito su próximo desafío sin haber superado por él mismo el anterior? Sólo con esfuerzo y una cierta renuncia a los cantos de sirena se puede lograr un objetivo medianamente serio en la vida.
Todo esto lo sabe bien Francesc Torralba i Roselló, profesor catedrático de Filosofía de la Universidad Ramon Llull y miembro colaborador del Instituto Borja de Bioética, quien, además de sus actividades académicas, ofrece conferencias en centros escolares sobre la importancia de la cultura del esfuerzo.
El pasado 24 de enero, en la Escola Grèvol, centro escolar concertado del Front Marítim (Poblenou, Barcelona), Torralba subrayó en una de esas conferencias que los frutos que se derivan de una pedagogía del esfuerzo son frutos profundos.
Sin embargo, advirtió el profesor de Filosofía y padre de familia numerosa, para educar a los hijos en una cultura del esfuerzo, lo que él denomina como un impulso continuado a lo largo del tiempo, se han de superar tres grandes obstáculos.
Cabe recordar aquí que la Escola Grèvol es pionera en Europa en impartir la asignatura Emprendedores, a través de la cual los alumnos, mediante esfuerzo y buenas dosis de imaginación, realizan un viaje iniciático al para ellos aún complejo lenguaje de la economía, los negocios, la política y la expresión en público en inglés. Se organizan en grupos, con lo que se potencia el trabajo en equipo y pueden ver plasmados en proyectos que llevan a la práctica el resultado de sus esfuerzos.
Ya te lo haré yo
El primero de esos obstáculos, considera Torralba, es el paternalismo, el ya te lo haré yo que los padres solemos exclamar cuando nos domina la impaciencia por resolver una situación que es el hijo quien ha de resolver [...]. Antes que pasar por ver cómo nuestro hijo se hace un lío para cocinar una simple tortilla preferimos hacérsela nosotros.
Ese paternalismo entra en una evidente contradicción: queremos que se esfuercen, pero les resolvemos los problemas. Vemos que se esfuerzan y no consiguen su objetivo, así que se lo hacemos nosotros, añade.
Torralba, autor de libros como El arte de saber escuchar; ¿Otro mundo es posible? Educar después del 11 de septiembre; o Padres e hijos, la aventura de encontrarse hoy, asegura que, mientras tanto, el adolescente es consciente de que alguien me lo hace siempre.
La cara luminosa, no el Gólgota
El segundo obstáculo, dice Torralba, son los modelos que niños y adolescentes ven proyectados en la tele, o sea, jóvenes que lo consiguen todo, mientras sus padres son, en muchas ocasiones, unas personas más o menos grises que se matan para pagar una hipoteca.
Ven el modelo, como un Fernando Alonso, pero no ven todo el esfuerzo que cuesta llegar a ello. Y es que, culturalmente, los medios muestran la cara luminosa, pero no el Gólgota, el tremendo esfuerzo que hay detrás de ese triunfo, advierte el catedrático.
Un mito ingenuo
Para este experto en educación, el tercer obstáculo se encuentra en el mito según el cual todo el mundo puede hacerlo todo si se esfuerza. Torralba considera que ésta es una idea ingenua.
Tú, hijo, algunas cosas y con dificultad. Salvo excepciones, esa es la realidad cotidiana, y no ese falso mito de igualdad, plantea el profesor de filosofía.
Sin embargo, no se trata de proyectar en nuestros hijos nuestras propias frustraciones, sino que Torralba cree que el mensaje para ese hijo debe incidir más en que todo no, pero tienes tus propias capacidades y eso puede hacer que llegues a realizarte consiguiendo aquello para lo que estás capacitado. Para ello, es necesario observar atentamente cuáles son sus potencias y aconsejarles desarrollar aquello para lo que valen.
¿Cómo vencer estos tres obstáculos?, se pregunta Torralba, quien sugiere algunas estrategias para hacerles frente.
Es importante intentar inculcarle la motivación o impulso, porque si puede hacerlo sin esforzarse, mejor para él; pero no son buenas las amenazas del tipo: si no lees...; es una vía negativa. Al final, acaba por odiarse la lectura, advierte.
Pedagogía de la contrariedad
Pero, entonces, ¿qué tipo de motivación podemos dar? Pues la vía más pragmática, o sea hacerle ver que ese esfuerzo tendrá sentido en su vida, en su formación. El esfuerzo es básico para poder desarrollarse.
Otra buena estrategia es mostrarle los beneficios del esfuerzo con ejemplos cercanos, que conozcan o que admiren, siempre insistiendo en que a esos triunfadores no les han regalado nada, que detrás de lo luminoso hay siempre un gran esfuerzo, insiste.
Y es muy importante practicar la pedagogía de la contrariedad. Que el niño o adolescente se encuentre con contrariedades que le estimulen a esforzarse.
Confrontar las contrariedades en el proceso de aprendizaje le ayudará a salir adelante. Si no se esfuerza en solucionarlas nadie lo hará por él y esa es la realidad que hay fuera del nido. Si no encuentra obstáculos en el camino no aprenderá nunca a superarlos, asegura el catedrático.
Torralba recurre al ejemplo de la bicicleta: Cuando son pequeñitos, primero van en triciclo y luego pasan a la bicicleta con dos ruedas pequeñas de soporte. Pero, será necesario que los padres se dejen los riñones aguantando el sillín mientras corren detrás de la bici y que ellos se despellejen las rodillas de vez en cuando para que aprendan a ir a dos ruedas.
Y recuerda asimismo la anécdota de aquella señora que se dirigió a una violinista con estas palabras: Daría la vida por tocar como usted. La violinista contestó diciendo: ¡Qué cree que he hecho yo!.
Pero, cuando hablamos de contrariedades, ¿a qué nos estamos refiriendo? Pues por ejemplo a algo tan simple como hacer los bocadillos. Si nunca se pone porque lo hace mal, si no empieza por lo relativamente simple, difícilmente podrá superar cuestiones u obstáculos más complejos, aclara Torralba.
Al mismo tiempo, llegará a situaciones como la que ha fomentado el Ministerio de Educación al permitir que los alumnos de Bachillerato puedan pasar con cuatro materias suspendidas: He pasado, soy universitario, se dirá más tarde, orgulloso de sí mismo. Pero, eso sí, no sabrá escribir correctamente, constata el experto.
Frutos profundos
Por el contrario, cuando detrás del ingreso en la universidad hay un esfuerzo, cuando se ha sudado tinta para superar todos los obstáculos que han conducido al alumno hasta ahí, los frutos que se derivan de esa pedagogía del esfuerzo son frutos profundos, asegura Torralba.
Así, cada vez que ese joven se encuentre con alguna contrariedad, la asumirá e intentará de nuevo resolver el problema al que se enfrenta.
El resultado de la cultura del esfuerzo forja también la personalidad del adolescente y le dota del valor de la prudencia, de manera que aprende también a decir no ante situaciones peligrosas, como la ingesta de alcohol o drogas. Saber decir no cuando es conveniente es algo mucho más fácil para un joven si se ha formado en una pedagogía del esfuerzo.
Torralba nos recuerda también la hipercompetitividad que existe actualmente en todos los campos. Es inmisericorde, no tiene entrañas. Acabar los estudios como pardillos y enfrentarse a la jungla que hay fuera no es cosa sencilla.[...] Sabiendo desarrollar la cultura del esfuerzo convenientemente esa prueba de fuego se supera con más facilidad, afirma.
Educar, cosa de padres
Por otra parte, el trabajo de educar es, esencialmente, un trabajo que corresponde al padre y a la madre. Actualmente, aún reconociendo la dificultad que conlleva conciliar la vida laboral y familiar, hay una cierta tendencia a la dejadez y a delegar muchas veces esa tarea a la escuela: Pago, ahí os lo dejo.
No me cansaré nunca de recordarlo: el primer responsable de la educación de los hijos son los propios padres, insiste.
Torralba advierte al mismo tiempo de que no hay una relación directa entre el esfuerzo y los resultados, de manera que suele ocurrir que lo que funcionó bien en nuestro primer hijo no da el mismo resultado en el segundo.
Es tarea de los padres el hacerles ver el enorme capital que tienen dentro en potencia, a través de su recorrido vital.
Los hijos tienen que asumir sus propias responsabilidades. Deben aprender a preguntarse ¿por qué fracaso reiteradamente en esto? No se puede recurrir siempre a echar la culpa a los demás. Es mejor hacerles ver que el fracaso tiene un enorme valor pedagógico, que forma parte de la condición humana para aprender, dice el experto.
Para concluir, Torralba asegura que el resultado del esfuerzo da felicidad, que no es lo mismo que placer. Es difícil encontrar a alguien que, tras un enorme esfuerzo y sacrificio culminado con éxito, no haya experimentado esa felicidad. Y os animo a transmitirles eso a vuestros hijos.
Además, el estado subjetivo de felicidad que se deriva del esfuerzo da impulso para realizar un nuevo esfuerzo ante un nuevo reto recalca.
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